Bajo el título “No quiero seguir viviendo, me quiero morir”: ¿es posible una ley de eutanasia en Uruguay?, una nota del domingo 19 Junio 2022 de El País de Montevideo, cuyo link compartimos, pretende dar respuesta a un deseo que busca hacer comprender al lector.
El artículo, que en apariencia muestra con objetividad posiciones a favor y en contra, no deja de ser una contribución efectista a favor de la eutanasia. La presenta con parcialidad, desde lo emocional y testimonial, con la pretensión de hacerse eco de una necesidad humana que hoy “la ley” impide satisfacer.
Un dolor se vuelve deseo cuando se nos muestra el elemento capaz de quitarlo. Cuanto más localizada y cerca está la solución, más fuerte suele ser el deseo. En el caso de este artículo, se indica un satisfactor: la ley de la eutanasia. Los deseos son armas poderosas, utilizadas a lo largo de la historia como herramientas de transformación social. Hay deseos muy bien fundados, y también ha habido otros muchos, muy fuertes, que han querido satisfacerse cambiando, eliminando o desoyendo normas legales o éticas, nacionales o internacionales. Sobran los ejemplos desastrosos de satisfactores mal elegidos que llevaron a países enteros por caminos infernales, con daños irreparables. No vamos a profundizar en ello.
La pregunta del título induce a una única respuesta. El tema es que esa respuesta puede ser muy mala para nosotros, para nuestros hijos y para los hijos de nuestros hijos. Que la ley puede permitir la eutanasia, no hay dudas. El tema es si debe, y, a qué costo.
Algunos argumentos de quienes pensamos que no debe la ley permitir la eutanasia:
- La eutanasia genera un incentivo económico a favor de discontinuar la vida del paciente costoso, que va contra un juramento hipocrático milenario que ha cimentado la relación médico paciente a lo largo de la historia.
- Genera también un incentivo económico que va en dirección contraria a la inversión en cuidados paliativos. Los incentivos económicos actúan de forma silenciosa y eficaz, en este y en cualquier caso en que se aplican.
- El derecho a morir es en realidad el derecho a eliminar las “vidas sin sentido”, un camino peligroso para todos los seres humanos, en la medida que el número de “vidas sin sentido” para uno mismo o para otros, es ilimitado.
- En esta lógica, el concepto de “vidas sin sentido” y que por lo tanto “no merecen ser vividas”, señala y discrimina a: quienes sufren cualquier dolor insoportable para ellos o para quienes los ven; quienes tiene graves deficiencias físicas, emocionales o culturales; las personas con enfermedades incurables; las personas mayores que ya no pueden imitar el disfrute del adolescente.
- El quitar la vejez, la muerte, el sufrimiento, o lo desagradable, aún a costa de la vida humana, es un paso claro hacia una cultura incapaz de practicar la solidaridad y la compasión.
- Claramente hay formas más humanas de tratar al que sufre.
- Hay analistas que invitan a pensar si detrás de las buenas intenciones que parecen inspirar estas leyes, no se encuentra una psicología social débil, que tiene miedo a sufrir viendo sufrir y el odio estético ante situaciones reales que preferimos ocultar.
Tal cual dice el proverbio: de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.
Mag. Pablo Torres