Jacinto en pocas palabras

¿Quién fue Monseñor Jacinto Vera?

Nuestro primer obispo casi no aparece es los libros de historia actuales. Sin embargo, en los documentos reunidos para su causa de canonización, en la visión de quienes lo conocieron y convivieron con él, se revela como un personaje fascinante, un uruguayo típico, un claro ejemplo de la garra charrúa y la viveza criolla bien entendidas. Le decían el Obispo gaucho, el Padre de los Pobres, el Padre de la Iglesia nacional, el Padre del Clero nacional, el Apóstol de la caridad cristiana, el Defensor de la Iglesia, el Obispo Misionero, el Santo.

Pero además de haber sido una personalidad interesante, Jacinto vivió en tiempos interesantes, entre 1813 y 1881, y fue uno de los protagonistas del período histórico durante el cual Uruguay se consolidó como Estado y como Nación. Al punto que no podemos entender el Uruguay de hoy si desconocemos su legado. La invitación es entonces, a conocerlo.

Don Jacinto Vera – El niño “gaucho”

Los padres de Jacinto, Josefa y  Gerardo, emigraron a América desde las Islas Canarias. Gente pobre, campesinos, buscaban un futuro mejor para su familia. Cuando embarcaron, doña Josefa estaba embarazada de su cuarto hijo.

Los viajes por mar eran entonces largos y complicados. Venían hasta el Río de la Plata, porque allí tenían familiares afincados. Frente a las costas de Santa Catalina en Brasil, donde hoy es Florianópolis, el 3 de julio de 1813, a bordo del barco nació Jacinto.

Tuvieron que quedarse un tiempo en suelo brasilero, por luchas políticas en su proyectado destino.  Al fin pudieron seguir viaje hasta las costas del departamento de Maldonado,  en  el abra del Mallorquín, donde arrendaron una chacra y se dedicaron a trabajar en familia. En esos años, Jacinto fue creciendo como un niño “gaucho”, según él mismo decía, que se vestía con poncho, chiripá y botas de potro.

Don Jacinto Vera – “A remolque”

Como buena familia española de la época, los Vera eran muy religiosos. Jacinto vivió la fe en la dinámica familiar. Cuando tenía unos trece años, sus padres lo llevaron a Montevideo, al Convento de los Franciscanos, para hacer su primera confesión. De esa experiencia, después le contaría a un amigo que su mamá lo tuvo que entrar al templo “a remolque”, porque tenía un susto bárbaro.

Un poco después tomó su Primera Comunión en la Capilla de Doña Ana, que quedaba en Toledo, a legua y media del campo paterno. El templo, en esa época era el centro social principal, el lugar donde se reunían los habitantes dispersos de un territorio poco poblado. Los bautismos, las primeras comuniones y otras celebraciones terminaban con comidas compartidas, y hasta bailes. A estas reuniones las llamaban “funciones religiosas”. Jacinto, junto a sus padres y hermanos, participaba de estos festejos.

Don Jacinto Vera – Enamorado de su misión

Cuando Jacinto tenía 19 años, en 1832, lo invitaron para una “tanda” de ejercicios espirituales. Su amigo, Cristóbal Bermúdez, que quería ser fraile franciscano pero no tenía recursos para pagarse la formación, cuando en una de las funciones religiosas en la Capilla de Doña Ana, se enteró que Jacinto se había anotado para hacer los ejercicios, le preguntó en broma si estaba pensando meterse a cura. Y Jacinto le respondió en términos que hoy podríamos traducir como: “¿Yo, cura? Ni loco”. Concretamente, le contestó que no podía entender que hubiera hombres dispuestos a dedicarse al sacerdocio.

Sin embargo, la experiencia de los ejercicios espirituales cambió su vida. Allí descubrió la vocación de consagrarse al servicio de Dios. Tuvo que vencer muchísimas dificultades para llegar a ordenarse sacerdote, pero era muy joven, tenía una fe inquebrantable y estaba enamorado de su misión.

Laura Álvarez Goyoaga

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Santa Madre Francisca Rubatto

El 15 de mayo el papa Francisco canonizó a la madre Francisca Rubatto —junto a otros nueve beatos—, y el país más laico de América Latina comienza a celebrar su primera Santa.

La vida de Madre Francisca

Santa Madre Francisca Rubatto nació el 14 de febrero de 1844, y fue bautizada con el nombre de Ana María, en Carmagnola, un pueblo del Piamonte italiano con casi mil años de existencia, que tiene por lema “Dad cosas puras al cielo”.

Creció en tiempos difíciles: su papá había fallecido cuando tenía cuatro años, y a los diecinueve despidió a su mamá. También tuvo que experimentar la pérdida de hermanos y sobrinos.

Muy joven, se trasladó a Turín y se dedicó a atender a los enfermos y abandonados, y a enseñar el catecismo a los niños.

Alcanza con ver sus retratos para descubrir que fue una joven muy bonita, y alcanza con ver su obra para comprobar su inteligencia y carisma personal. Por eso no es sorprendente conocer que en su juventud rechazó la propuesta de matrimonio de un escribano profundamente enamorado de ella. Ana María se había consagrado a Dios, como mujer soltera, y recién a los 40 años, da el paso de ordenarse como religiosa.

La santidad es contagiosa, por eso tampoco sorprende que Ana María, en Turín, haya conocido y colaborado con quienes son hoy dos reconocidos santos de la Iglesia Católica que dedicaron su vida a misiones similares a la suya: colaboró con Don Bosco en su trabajo por los niños y jóvenes considerados problemáticos, y con José Benito Cottolengo, con su casa destinada a enfermos de sífilis, con malformaciones, trastornos psiquiátricos o síndrome de down. Además, la joven solía visitar al Hospital San Juan, ayudar a los pobres con sus propios bienes y también, trabajar como dama de compañía de una viuda de un conde.

En el año 1883 viajó de vacaciones a disfrutar de la playa y el mar de Loano, donde se produce un hecho que cambiaría su vida: aquel día se escucharon lamentos y llantos ante la caída de una piedra desde una obra en construcción sobre la cabeza de un joven obrero. Ante el accidente, la joven que salía de la iglesia auxilió al muchacho, “lavó y curó la herida”. Providencialmente la obra en construcción estaba destinada a una comunidad femenina para la que se estaba buscando directora, por lo que, un sacerdote capuchino vio en ella la persona indicada para esta tarea.

Ana María encontró en esta propuesta un llamado de Dios, y consultó la decisión con su director espiritual y con el propio Don Bosco, quien,  según cuenta la Agencia Info Salesiana (ANS), le profetizó: “Mira, Marietina (como él la llamaba), es voluntad de Dios que te vayas, y no te preocupes porque tu comunidad durará mucho tiempo, nunca te faltará nada porque mis hermanos estarán siempre cerca, y te digo que morirás en tierra ajena”. Transcurrido el tiempo, las tres profecías se cumplieron.

Con estos consejos, y luego de mucha oración, esta mujer católica de cuarenta años, consagrada soltera, aceptó el desafío, y, en enero de 1885, funda la Congregación de las Hermanas Capuchinas para servir a los enfermos y, particularmente a los niños y jóvenes abandonados. Con la vida religiosa vino el cambio de su nombre por el de Hermana María Francisca de Jesús, y comenzó a vestir un hábito marrón, un cordón blanco en la cintura y una toca blanca cubierta con un velo negro.

La nueva congregación tuvo una rápida expansión en Italia y pronto le llegó el pedido de llevar el mensaje de Dios a Uruguay. Seguramente Don Bosco le había hablado de este país en América del Sur, al que también había enviado sus misioneros. También del Obispo Mons. Jacinto Vera fallecido en 1881 con fama de santidad, con quien había cultivado amistad mediante de sus numerosos intercambios por carta. A través de Jacinto y de los emisarios que habían venido a estas tierras, Don Bosco conocía mucho sobre las necesidades y desafíos de estas tierras lejanas.

En cinco días se decidió el cruce del Atlántico y el 25 de mayo de 1892 la madre Francisca llegó a Montevideo con cuatro hermanas de su congregación, con quienes atendieron enfermos en el Hospital Italiano.

En Montevideo fundó dos casas en el centro, (una de ellas es la que se demolió en Minas y Guayabo y que fue donde murió a los 60 años), otra en Belvedere (donde ahora está su santuario) y el Hospital de Minas.

El Barrio obrero de Belvedere, con su gran necesidad social y eclesiástica, fue el amor de sus amores. Las hermanas recorrían Paso de la Arena y la Barra de Santa Lucía, llamando con una campanilla a todos los que querían aprender y compartiendo su comida con quienes la necesitaban.

No hacían asistencialismo sino promoción de la persona humana. Según cuenta la hermana Nora en una nota para el diario el País: Juntó a los chicos para que aprendiesen a leer y a escribir y los valores humanos y cristianos, para que se pudieran defenderse en la vida como gente de bien. Lo hizo de una manera sencilla, sin alardes. Enamoró a la gente por su sencillez y por su gran capacidad de trabajo”.

Con el tiempo, la escuela y taller del barrio Belvedere se transformó en el Colegio San José de la Providencia. Posteriormente, la congregación instaló tres colegios más en este país: Nuestra Señora de Lourdes en Malvín, Hermanas Capuchinas en Maldonado y Virgen Niña en Punta del Este. También visitan a los enfermos en sus casas y en los geriátricos; ofrecen encuentros y retiros para distintos grupos; y asisten a las personas carenciadas y en situación de calle en el santuario.  

En sus 20 años al frente de la nueva congregación abrió 18 casas en distintos países, lo que le requirió cruzar siete veces el océano Atlántico. Actualmente, las Hermanas Capuchinas de Madre Rubatto siguen presentes en la Iglesia “para servir con amor el Señor Dios Sumo Bien y para ofrecer una esperanza y una respuesta a la pobreza y a los sufrimientos más radicales del hombre”, con casas en Italia, Uruguay, Argentina, Brasil, Perú, Etiopía, Eritrea, Kenya y Malawi.

En uno de sus viajes pastorales, en Montevideo, falleció con 60 años, en el barrio del Cordón de la cuidad de Montevideo, en la actual esquina de Minas y Guayabos haciendo cruz con el Edificio 19 de Junio del Banco República, el 6 de agosto de 1904.

El legado de pedir la intercesión de Madre Francisca

La Madre Francisca Rubatto sigue presente y activa, y son muchos los que pidieron a lo largo de los años, en forma privada, su intercesión como santa. Muestra de este reconocimiento y cercanía es el hecho de que, en uno de los templos más importantes de Montevideo, estuvo guardado un cuadro y un espacio a la espera de que culmine su camino hacia los altares.

Dos milagros a los ojos de la ciencia fueron necesarios para poder dar ese paso, los cuales se sustentaron en un sin número de gracias más, que fueron otorgadas por Dios a quienes invocaron la intercesión de Madre Francisca.

Madre Francisca fue beatificada por Juan Pablo II el 10 de octubre de 1993, luego de comprobarse su primer milagro: la curación de un joven con septicemia en un hospital en Génova en 1939, 35 años después de la muerte de la beata. “Él ve una religiosa que se le acerca y le pasa la mano. Amanece curado. Cuando ve la imagen de Francisca dice que fue ella”,

El 15 de mayo de 2022, el Papa Francisco finalmente canonizó a nuestra santa, luego de un segundo milagro: un joven de Colonia, que a partir de un grave accidente de tránsito quedó en coma, con múltiples lesiones, incluso muerte cerebral. Ante la situación desesperada, una tía pidió a Madre Francisca que la ayude a pedir a Dios por la salud de su sobrino. Sin explicación científica, el joven despertó sin secuelas y los médicos dieron fe de lo extraordinario de semejante evolución.

Los restos de Santa Madre Francisca Rubatto está sepultados en el Santuario Beata María Francisca Rubatto que puede ser visitado todos los días en Carlos María Ramírez 56.

“Todos dicen que en el santuario se experimenta paz. No sé si se van con los problemas resueltos, pero salen con una visión distinta. Y yo paso por el santuario, antes de irme a dormir y pienso: ‘Dios mío, ella está acá’”, comentó la Hermana Nora en una nota del diario el País.

Pedimos a nuestra Santa Madre Francisca Rubatto que interceda para que el país más laico de América Latina encuentre su camino de trascendencia a partir de los muchos santos que pisaron sus tierras.

“El Venerable Jacinto Vera en medio de la epidemia”

“El Venerable Jacinto Vera en medio de la epidemia” fue el título de la conferencia que ofreció Mons. Dr. Alberto Sanguinetti, obispo emérito de Canelones, el lunes 3 de mayo de 2021, en el año de la celebración de los 140 años del fallecimiento del primer Obispo de Montevideo.

La conferencia fue organizada por el Instituto de Derecho Canónico y de Derecho Religioso «Venerable Jacinto Vera».

Compartimos a continuación el link a la conferencia completa:

ORACION INTERCESION JACINTO VERA

Dios, Padre nuestro,
que ungiste con el Espíritu Santo a tu Siervo JACINTO,

eligiéndolo como primer Obispo del Uruguay,
para que, como instrumento de Cristo, Buen Pastor,
llevara a todos los rincones de nuestra Patria
el Evangelio de Tu Amor y
los Sacramentos de la Salvación:
Guía a nuestros obispos y sacerdotes.
Envía abundantes y santas vocaciones
sacerdotales y religiosas.
Une a nuestras familias en la verdad
y en el amor.
Otorga a tus fieles santidad de vida y fortaleza
para ser testigos del Evangelio de Cristo.
Haz que vivamos según tus mandamientos,
caminando bajo la luz de la fe, con la
esperanza puesta en Ti, amándote con todo el
corazón y amando al prójimo por amor a Ti.
Glorifica tu Nombre en tu Siervo JACINTO y
concédele ser reconocido entre tus santos,
para alabanza de tu gloria
y edificación de tu Iglesia.
Dame, Señor, por su intercesión, la gracia
que humilde y devotamente te pido

(breve silencio para que cada uno pida la gracia
deseada)

y ayúdame a conformar mi vida
con tu voluntad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén