El pasado 5 de enero, el periodista Gabriel Pereyra publicó una columna en el diario “El Observador”
titulada La derrota del feminismo y el amor desolado, en la cual resume
de manera acertada el sentimiento que muchísimos uruguayos, y me animaría a
decir muchísimos occidentales, compartimos frente al avasallamiento con que la
agenda del feminismo radical, alineado a la ideología de género, pretende someter
incluso nuestros pensamientos y libertad de expresión.
Sin desmerecer la justicia de reivindicaciones válidas, el
planteo parte de un contraste de la evolución de la realidad frente a los
reclamos y forzadas conquistas respectivas, para concluir que, “si nos
centramos en una de las más dolorosas lacras que afecta a las mujeres, la violencia doméstica, sobre todo aquella con
consecuencia de muerte, el resultado ha sido un fracaso para quienes militan
por esa causa”. En el año 2017, nos dice Pereyra, hubo en Uruguay 31
femicidios. En el 2018, vigente ya la nueva ley que penaliza con mayor rigor el
asesinato de una mujer, vulnerando “el principio de igualdad ante la ley de
todos los seres humanos”, la cantidad de femicidios se mantuvo incambiada. “Son
hechos, y no opiniones”, afirma. Y a continuación analiza algunos de los
factores que a su entender explican el fracaso de la estrategia:
- Una militancia teñida de visión ideologizada,
que lejos de enfocarse en la realidad de los hechos, ignora abusos reales y radicaliza
denuncias en función de intereses políticos.
- El perder de vista que la tragedia del femicidio
está inserta en una sociedad fracturada, donde la violencia “late en todos los
rincones”: una sociedad en la cual el nivel de homicidios por año y número de
habitantes alcanza, conforme a parámetros internacionales, el grado de epidemia.
Donde son muchísimo más altas las probabilidades de morir asesinado si uno es
hombre que si es mujer, y sin embargo, “con el aval del sistema político”, se “determinó
que era más grave matar a una mujer que, por ejemplo, asesinar a un niño”.
- “El talante agresivo, cuando no violento, de
algunas manifestaciones y proclamas que se da de bruces con el intento de
combatir la violencia que sufren todos los sectores de la sociedad”, que
Pereyra ilustra con acierto en la falta de “solidaridad entre quienes sufren la
violencia”.
- La evidente contradicción reaccionaria en que
incurren las feministas, derivada de sus cadenas ideológicas, por la cual están
“en contra de la mano dura y las penas de cárcel cuando se trata de delitos en
general, porque entienden que no es la solución, pero quieren endurecer las
normas cuando se trata de violencia de género, como si aquí sí fuera la
solución”.
Adhiero a las apreciaciones del periodista, y me gustaría ampliarlas
con algunas reflexiones propias, desde mi condición de mujer, que bajan a
ejemplos prácticos por qué este feminismo radical no me representa.
Tengo un esposo, hijos, un padre, un hermano, y muchos
amigos. ¿Cómo podría no resultarme una agresión ver las veredas de la Plaza
Cagancha, un espacio público por excelencia, totalmente cubierto con pintadas
donde, al lado del dibujo de una horca, está escrita la leyenda “Juguemos al
ahorcado. Muerte al patriarcado”?
Soy católica, y no por una imposición social o por tradición
familiar: soy una “conversa”, que llegó a la fe católica siendo ya adulta. También soy una persona con estudios
terciarios, que se preocupa por estar informada. En el ejercicio de mi derecho
a la información, una y otra vez he escuchado a las diferentes voceras
designadas de las organizaciones feministas, a través de los medios, emitir
opiniones que me etiquetan y me descalifican. Frases como: “la ignorancia me
llamó la atención”, “hay que hablar con cierto nivel de conocimiento”, “es una
institución en que la mujer ocupa el último lugar en la estructura”, “se
manejan con estereotipos”, “se quedaron en el antaño” están a la orden del día…
y elijo no reproducir las más agresivas. Más de la mitad de los católicos somos
mujeres. ¿No merecemos respeto? ¿Merecemos que se nos descalifique de una
manera tan simplista?
Concurro asiduamente a la Parroquia del Cordón, un edificio
histórico referente de la identidad montevideana. En el 8M del 2018, un grupo
de aproximadamente ocho personas con el rostro tapado y cubiertas con sombreros
puntiagudos color violeta, intentaron trepar las rejas perimetrales del
edificio, y desde dicha posición arrojaron tres artefactos incendiarios. Las
mismas personas lanzaron también contra la fachada de la iglesia bombas de
vidrio rellenas de pintura roja y negra sacadas de bolsas que trajeron consigo,
las cuales dañaron severamente las paredes del edificio. Durante todo el
episodio, los atacantes gritaban insultos y agravios contra la institución.
Cabe acotar además que mientras esto ocurría, en el interior del templo, por
ser el horario habitual, había público presente que asistía a la celebración de
la misa. Las personas responsables del ataque salieron del cuerpo de la marcha
y, culminada su agresión, se dispersaron integrándose con el resto de los
manifestantes. Esto resultó claramente visible en cualquiera de los videos que
se difundieron por los distintos medios de prensa. A posteriori del ataque, la
Coordinadora de Feminismos declaró que tirar bombas de pintura a una iglesia
era “una forma válida de expresión”.
Si a ello le sumamos que, dentro de dicha marcha los
participantes, en determinados momentos entonaron cánticos insultantes contra
la Iglesia, sus autoridades y el pueblo católico, tal como lo registró la
prensa; y que incidentes de este tipo no responden a una iniciativa privativa
ni original del Uruguay o Montevideo, sino que remedan otros similares
ocurridos en distintas partes del mundo, en particular en países de América y
Europa, con idénticos cánticos, modus operandi y vestimentas, ¿cómo podrían
representarme?
Pero la
iglesia católica no es la única víctima de agresiones. El 28 de diciembre pasado,
la periodista de Telemundo 12, Macarena Saavedra y el camarógrafo Claudio
Zavala fueron agredidos durante una marcha feminista contra la violencia
doméstica. Varias
militantes feministas maltrataron, golpearon e insultaron a ambos comunicadores.
Saavedra afirmó que la familiar de una mujer asesinada había accedido a dar una
nota, y cuando comenzaron a hacerla se acercaron varias militantes feministas y
golpearon al camarógrafo en la cabeza y la espalda, mientas que a ella la
empujaron.
Como la mayoría de los uruguayos, y aún a riesgo de resaltar
lo que debería ser evidente, aclaro que soy ferviente defensora de la igualdad de
derechos para las mujeres en la sociedad, y considero que las instituciones
públicas y el accionar político tienen una importancia fundamental al respecto.
Pero una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa. En palabras de Gabriel
Pereyra, cuando “se responde a la violencia con el puño cerrado, con la
consigna crispada, ideologizada y generalista, con ignorancia sobre el origen
social y científico de la violencia” por más que se “quiera vestirlo de
triunfo”, el único resultado posible es el fracaso.
¿Qué camino de salida es viable para salir de esta
situación? Desde otro paradigma, comparto en un cien por ciento el propuesto
por el periodista aludido, que según sus propias palabras puede parecer “romántico
y naif”: el del amor.
“Educar en el amor” dice Pereyra, “es que el niño (…) sepa
que sus pares, masculinos o femeninos, son como él, sufren lo que él sufre y se
alegran con lo que él se alegra. Y que merecen respeto más que nada (…) que
exista una contención social para que quienes vivieron al margen en vez de
integrados, para quienes fueron olvidados en vez de considerados, para los que
fueron nunca en vez de siempre, puedan rehacer su vida carente de amor”.
Nada nuevo bajo el sol: dos mil años atrás, cuando le
preguntaron a Jesús cuál era el mandamiento principal, dio una respuesta en la
misma clave: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y
con toda tu mente. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a
ti mismo” (Mateo 22, 37-39).
Para tender verdaderos puentes, el compromiso debe ser
radical: “Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, bendigan a
quienes los maldicen, oren por quienes los maltratan” (Lucas 6, 27-28). Algo
tan simple y tan eficiente como poner la otra mejilla… porque, amar a los que
nos aman no tiene ningún mérito (Lucas 6, 29 y 32).
Sin dudas, no es un camino fácil. Pero vale la pena ponerse
en marcha.
Laura Álvarez Goyoaga
Fuentes: