Yo, Tonya (I, Tonya – 2017) se basa en la vida de Tonya Harding, una redneck de familia disfuncional, que abandonada por un padre con quien tenía una buena relación, quedó a cargo de una madre abusadora. Tonya dejó muy pronto sus estudios y aprendió a patinar sobre el hielo, soportando las severas exigencias de esa mamá antipática que, interpretada por Allison Janney, le mereció a esta un Oscar como mejor actriz de reparto.
Su matrimonio con un joven de Portland solo sirvió para prolongar una vida marcada por el abuso y la violencia. Pero a pesar de todo, y de la discriminación que sufrió en un ambiente deportivo elitista, esta chica triunfó como patinadora artística por los años 90, llegando a ser campeona en su país y a competir a nivel olímpico. Entre sus muchos logros, fue la única patinadora norteamericana que logró hacer una figura acrobática denominada el triple Axel. Sin embargo, su carrera dio un vuelco inesperado y trágico. Cuando apenas tenía 23 años, Tonya quedó implicada en un oscuro incidente: la agresión a una de sus compañeras del equipo olímpico, Nancy Kerrigan.
Craig Gillespie, su director, nos narra esta historia en una delirante mezcla de biopic-falso documental-comedia negra. Está excelente en el protagónico la actriz australiana Margot Robbie, quien le da a su Tonya potencia y emotividad.
Yo, Tonya no es un film sutil. Por momentos, puede llegar a parecer un compendio del sufrimiento que no eleva, que no lleva a crecer, que no redime. Pero está muy bien hecho, y como toda narrativa lograda, permite detonar en el espectador la reflexión sobre muchos temas, como personas y como sociedad.
Sirve para que cuestionemos la diferencia entre verdad y perspectiva: ¿Cuánto de verdad sabemos acerca de una situación a través de la prensa? ¿Eso nos alcanza para juzgar a alguien? ¿Cuánto nos esforzamos por informarnos adecuadamente? ¿Qué tan rápido aceptamos como verdad lo que en realidad son preconceptos? Y a la inversa: ¿qué tan rápido nos dejamos convencer por una película, y la tomamos como la verdad?
También nos permite reflexionar sobre los dones y los talentos, y cómo muchas veces, estos pueden convertirse en una condena para aquel que los recibió. Sobre cómo es fundamental la educación y un camino de virtud a la hora de hacerlos florecer.
No es un tema menor el detenernos a analizar cuánto determina el futuro de una persona el contexto en el cual fue formada, más allá del libre albedrío. Frente a la historia de Tonya, es imposible no plantearse cómo la vida de esta chica pudo haber sido totalmente distinta si hubiera nacido en otra familia, en otro lugar, o en otro momento histórico.
Y sin dudas nos invita a ponderar la importancia de cultivar la resiliencia: la sonrisa de Tonya en las competencias es como una máscara superficial que esconde su angustia profunda. Pero su voluntad nunca se dobla, porque Tonya es una luchadora, una superviviente.
Un combo que, en su conjunto, hace de Yo, Tonya una película fascinante.
Mucho se ha teorizado acerca del supuesto significado verdadero de la simbología en las Crónicas de Narnia, la clásica saga para niños escrita por C.S. Lewis. En el año 1954, el propio Lewis escribió una carta a los alumnos de quinto grado de una escuela de Maryland, donde les explicó su proceso creativo en función del punto de partida “supongamos que”. “No me dije a mí mismo ‘Representemos a Jesús como Él realmente es en nuestro mundo, como un león en Narnia’, sino que me dije ‘Supongamos que existe una tierra como Narnia, y que el Hijo de Dios, como se hizo hombre en nuestro mundo, se hizo un león allí, y después imaginemos lo que puede pasar’”.
Clive Staples Lewis (1898-1963), fue uno de los más importantes autores cristianos del siglo XX. Profesor de literatura en Cambridge y Oxford, escribió crítica literaria, apologética, filosofía, teología, ciencia ficción y fantasía. Su conversión del ateísmo a la fe lo movió a una impresionante tarea evangelizadora a través de la producción cultural. Son famosos varios de sus libros, como Cartas del Diablo a su sobrino, Mero Cristianismo, y El gran divorcio, entre otros. Pero sin dudas el público del siglo XXI lo conoce más por la excelente adaptación cinematográfica de sus Crónicas de Narnia.
En Oxford, donde fue primero estudiante y luego profesor, conoció a otro gran intelectual de la época: J.R.R. Tolkien, quien fue determinante en su proceso espiritual. Tolkien y Lewis fueron grandes amigos. Los dos académicos solían argumentar sobre varios temas, particularmente sobre religión. Fue Tolkien quien convirtió a Lewis al cristianismo, a lo largo de una caminata por los jardines de Oxford, que duró toda la noche y culminó en el amanecer y la revelación.
Ambientadas en la Inglaterra de la Segunda Guerra Mundial, las Crónicas de Narnia cuentan la historia de cuatro niños (los hermanos Pevensie: Lucy, Edmund, Peter y Susan), evacuados de los bombardeos en Londres a la casona rural de un excéntrico profesor. Mientras juegan a las escondidas, Lucy descubre que a través de un viejo armario se llega al mundo mágico de Narnia, una tierra muy parecida a nuestro mundo, donde conviven con los humanos criaturas fantásticas relacionadas con la mitología clásica, envueltas en la eterna lucha entre el bien y el mal. Su gesta los llevará a luchar junto al rey león Aslan, contra la Bruja Blanca, para revertir el malvado hechizo que asola a Narnia con un invierno eterno.
Dirigida al público infantil, Narnia, una saga fantástica muy diferente de El Señor de los Anillos, es una exquisita mezcla de magia y mito con subtexto espiritual. Podemos decir que, como la obra cumbre de Tolkien, es un trabajo “fundamentalmente religioso”. Pero mientras que el autor de El Señor de los Anillos invita al lector a descubrir las raíces cristianas dentro de la historia, Lewis las deja claras sobre la superficie, de una manera inconfundible e inevitable.
En estudios literarios, una alegoría es una sucesión de metáforas, una historia donde cada elemento presente simboliza otra cosa, con el fin de dar a entender una cosa expresando otra diferente. Tanto Tolkien como Lewis eran lectores de las alegorías clásicas. El primero manifestó expresamente que no lo convencía, para narrar sus historias, ese recurso. En cuanto a Lewis, se ha señalado por buena parte de la crítica, en las historias del complejo e intrincado universo de Narnia por él creado, un contenido alegórico profundo, aunque cueste encasillarlas cien por ciento en tal formato.
La presencia de símbolos y temas cristianos a través de las Crónicas es notoria. Por ejemplo, los varones aparecen designados como “hijos de Adán” y las niñas como “hijas de Eva”. Edmund refleja la imagen del hombre caído, la debilidad frente a la tentación y el pecado. Aslan, el león, es una representación de Jesús, que da su vida para salvar al traidor, y luego resucita glorificado. Susan y Lucy representan a las mujeres que acompañaron a Jesús en su agonía y se encargaron de su cuerpo tras la muerte. Y podríamos seguir con paralelismos.
Si el objetivo es aquilatar el verdadero impacto de estas historias escritas por Lewis, éste bien puede resumirse en un efecto iluminador. Por encima del racionalismo y materialismo propios de su época, que también informa la nuestra, las historias de Narnia van desmitificando uno tras otro los tabúes contemporáneos, imbuidos de corrección política.
En Narnia existe la pura bondad, una cualidad como mínimo sospechosa para nuestra cultura del escepticismo, con todos los atributos asociados a ella, hoy desvalorizadas: la nobleza, el valor, la cortesía, la pureza, la alegría, el aprecio por lo bueno, la perfección. El mal, por su parte, ha perdido la capacidad de regocijarse o creer en cualquiera de las cualidades anteriores, y el infierno aparece como el lugar donde todo es grotesco, cruel, violento, odioso. A través de sus historias, Lewis nos despierta a estos dos conceptos, el bien y el mal absolutos, dos enormes categorías que también hoy corren el serio riesgo de desdibujarse en un mar de relativismo.
Luego tenemos las encarnaciones del mal. Lo encontramos en el malhumor, el egocentrismo y la malicia de Edmund, y en la forma como él sucumbe a la tentación. También en la Bruja Blanca, símbolo de los ángeles caídos o del mismo Satán, que seduce a Edmund con una mera parodia de amabilidad, porque nada en el mal es auténtico. En Narnia, como en nuestro mundo, el mal es deshumanizante, y no aparece de manera súbita en el curso natural de las cosas. Un mal menor lleva gradualmente a otro mayor. En sintonía con esto, si algo queda claro en la narrativa de Lewis, es que somos capaces de aplaudir la traición, el cinismo, la cobardía, la pusilanimidad, el egoísmo… pero no podemos convertirlas en algo atractivo.
Finalmente, no podía faltar en una buena historia cristiana, la idea de redención. El ejemplo más emblemático de ella es la salvación de Edmund, que rescatado del mal se convierte en una buena persona. En la última entrega de la saga, cuando un personaje le pregunta a Edmund si conoce a Aslan, la respuesta del muchacho tiene un indudable contenido teológico: “Bueno… él me conoce a mí”.
Lo cierto es que las Crónicas de Narnia se han consolidado como obras literarias perdurables, fascinantes para ateos y creyentes, para académicos y no académicos, para niños y adultos. Ello tiene que ver con su contenido removedor: cuentan una historia que nos permite descubrir verdades profundas sobre nosotros mismos. Nos ayudan a comprender que la búsqueda de la virtud implica derrotar el poder del pecado, y abrazar el poder del bien. Y que para ambas cosas, necesitamos la gracia de Dios.
El simbolismo religioso de Lewis nos reafirma que nuestras intuiciones más profundas siempre nos llevan a la verdad; que hay una fuerza maravillosa en el corazón del universo, y que estamos llamados a encontrarla, abrazarla y adorarla.
En la frontera de Narnia, Aslan le dice a Lucy y a Edmund que él existe también en su mundo, donde tiene otro nombre: “Esa es la razón por la cual ustedes fueron conducidos hasta Narnia, para que habiéndome conocido aquí por un breve lapso, sean capaces de conocerme mejor allí”. Visto con esta simplicidad, mayores explicaciones o análisis parecen irrelevantes.
Frente a frente es un drama policial del año 2008, sobre dos policías veteranos de New York City a quienes les toca investigar una serie de asesinatos cometidos por un “vigilante” contra criminales que han conseguido evadir el castigo de la justicia. No es un tema novedoso ni poco trabajado en la cinematografía, pero esta película en particular le proporciona un atractivo adicional: dos leyendas del cine, Robert de Niro y Al Pacino, por primera vez en 40 años de carrera, son sus protagonistas.
De Niro hace el papel del siempre enojado detective al que apodan Turk. Pacino es Rooster, su más moderado y conciliador compañero. Juntos tienen bien ganada la fama de ser infalibles, capaces de resolver cualquier caso mejor y más pronto que cualquiera de los demás detectives. Pero también los dos comparten un secreto oscuro, de sus primeros años de servicio.
La historia tiene varias y logradas vueltas de tuerca. Ahora bien, está dirigida al público adulto. Dentro de la trama, elementos morales, cristianos, y anti cristianos se entremezclan en un combo donde los comentarios crudos están a la orden del día, la violencia marca cada escena, y contenidos sexuales casi gratuitos aparecen más de una vez. Vista desde esta perspectiva, la trama no llegaría a ser inspiradora, y todavía menos potencialmente redentora.
Sin embargo, el planteo de tomar la justicia en mano propia deja abierta toda una interesante línea de reflexión acerca de uno de los grandes males de esta época: el relativismo moral. Cuando la justicia humana falla, la tentación de saltarse barreras está muy cerca. Todos en mayor o menor medida aceptamos la idea de que un mal comportamiento trae consecuencias negativas. Si alguien ha cometido terribles crímenes, ha actuado con profunda maldad, y debe enfrentarse a las consecuencias de sus acciones, decimos: “Tuvo su merecido” o “Cosechó lo que sembró”. La línea narrativa de la historia de Turk y Rooster, a diferencia de ello, pone en evidencia que no hay ninguna justicia poética en los crímenes del vigilante.
Nos hace pensar en cómo, bajo la máscara de quienes deberían personificar el bien y la verdad humana, se esconden aguas oscuras. Allí es que esta película marca el tono moral: cuando nos deja claro que los seres humanos no tenemos derecho a tomar la ley en nuestras manos. Sin dudas falta en la trama decirlo en forma expresa, pero no por eso es menos evidente: desde una cosmovisión cristiana, sabemos que esa prerrogativa le corresponde a Dios.
El relativismo moral puede definirse como la falta de absolutos. Es la creencia de que la verdad absoluta no existe, y que lo que es verdad para alguien no necesariamente lo es para otros. Turk y Rooster han alejado de sus vidas lo absoluto. Se han alejado de la fe. Se han alejado de Dios. A nadie puede sorprender entonces que el resultado de este relativismo moral sea el caos.
Por eso, y a pesar de todas sus carencias argumentales, esta película nos recuerda que la Verdad existe.
Travis aparece caminando por el desierto como si fuera un personaje bíblico. El aspecto desarreglado, la barba a medio crecer, la raída gorra roja y su marcha tambaleante nos dan la idea de que hace ya tiempo que se alejó de la civilización. Es imposible saber hacia dónde se dirige, si es que se dirige a alguna parte. Este es el enigmático comienzo de un film intenso y emotivo, dirigido por Wim Wender en el año 1984.
Paris-Texas, con un título inspirado en el punto geográfico de la ciudad y el estado en cuestión, no es una película que recurra a estrategias trilladas para provocar emociones: no lo necesita. Tras su colapso en el pueblo perdido a la vera del desierto donde encontró ayuda, Travis, rescatado por su hermano Walt, volverá a intentar escaparse, y guardará un persistente silencio. A través de las líneas de diálogo de Walt vamos enterándonos de la tragedia familiar que precede este reencuentro. La historia de Travis es una larga cadena de pérdidas. Estuvo felizmente casado, y tuvo un hijo. Pero todo salió mal.
De a poco, Travis comienza a integrarse: no está loco, simplemente abrumado por el dolor ante el fin de su matrimonio debido al alcoholismo y a los celos enfermizos. Se queda un tiempo en casa de su hermano, gana la confianza de Hunter (el hijo abandonado), y juntos emprenden viaje en una destartalada camioneta rumbo a Houston, en busca de Jane (la esposa perdida).
Este viaje desde Los Ángeles a Houston incluye conversaciones profundas y por momentos hilarantes, sobre temas tan variados como la pérdida, el abandono, el Big Bang y la teoría de la relatividad. En el sentido real y el metafórico-simbólico, el camino termina con las desgarradoras escenas del reencuentro entre Travis y Jane. Aunque simple, sencilla, hasta vulgar, la historia de amor entre ellos es profundamente conmovedora. Una fábula que nos habla de necesidades espirituales insatisfechas, de la búsqueda desesperada de la felicidad por el camino equivocado, de las trampas de nuestras debilidades humanas.
El guión es directo y simple, sin adornos innecesarios ni elucubraciones culturosas vacías. La espectacular cinematografía produce una de las narrativas visuales más irresistibles de todos los tiempos. Una banda sonora de melancólicas guitarras acompaña las excelentes actuaciones, en especial de Harry Dean Stanton, Nastassja Kinski y Hunter Carson.
Pero, sobre todo, Paris-Texas es un ensayo exploratorio de la angustia existencial. Esa que nos vence cuando dejamos a Dios fuera de nuestras vidas. Al hablarnos de búsquedas y pérdidas, del dolor desgarrador de la separación, nos está hablando también de esa necesidad humana profunda que solo la fe puede calmar.
En formato “mockumentary”, una comedia musical del año 1996 marcó el debut de Tom Hanks como guionista y director. Titulada That Thing You Do, cuenta la divertida trayectoria de un grupo ficticio de jóvenes músicos oriundos del pueblito de Erie, en Pennsylvania, durante su camino hacia la fama y el éxito en 1964. Como protagonista se destaca la actuación de Tom Everett Scott en el papel de Guy Patterson, un chico que trabaja en la tienda de electrodomésticos de su padre mientras, en las horas libres, se entrega a su pasión por el jazz y tocar la batería. Un accidente imprevisto que lo lleva a convertirse en el baterista de un grupo musical, y su instinto para convertir una balada compuesta por el líder en un éxito pop a través del ritmo, lo convierten en el centro de interés de la trama. Así nacen los Wonders, la banda que en forma inesperada, pasa a ser patrocinada por un manager, sale de gira por los diferentes estados, consigue estar en la lista de los top ten, aparece en entrevistas de televisión y hasta actúa en una película de Hollywood. Todo gira sobre ruedas, mientras de a poco van apareciendo los obstáculos que, casi en forma exclusiva, tienen que ver con la capacidad de madurez y empatía de estas nuevas estrellas.
Con el trasfondo de una expresa cosmovisión cristiana (se habla de ir a la iglesia, de servir a la iglesia, de no trabajar los domingos), plantea el conflicto entre la integridad artística y la tentación del éxito comercial. El propio Tom Hanks se reservó un papel secundario en esta producción, como el representante de Play-Tone Records. La inocencia y candidez de la historia narrada es una de las fortalezas del film, que no tiene pretensiones de profundidad o ambivalencias, y recrea una época, una cultura y un modo de sentir. En el marco de la pop-culture captura la ingenuidad y el optimismo de la década, en una fábula moralizante sobre lo efímero de la fama y el éxito, sin perder de vista el lado oscuro de la celebridad, y exponiendo cómo la industria del entretenimiento esconde bajo una máscara de glamour egos desproporcionados y sonrisas sintéticas.
La historia despliega un rango interesante de personalidades en los personajes, con mensajes positivos. Un ejemplo de esto es cuando el líder de la banda desilusiona en forma cruel a su incondicional novia, interpretada por Liv Tyler, y ella con el corazón destrozado demuestra dignidad y grandeza. Otro, cómo el baterista Guy persigue sin descanso su sueño, pero siempre teniendo cuidado de no ser injusto o lastimar a alguien en el proceso.
THAT THING YOU DO, nunca estereotipada ni cursi, es un referente válido y realista para comprender la profundidad del cambio cultural que ha afectado a nuestra sociedad occidental en los últimos años. Enfatizada por las fotos y textos en el epílogo, la dimensión histórica de los personajes trasciende cualquier convicción de su ficcionalidad. A su vez, la pegadiza canción compuesta por Adam Schlesinger que da título a la película, consigue que el espectador siga tarareándola cuando termina la historia. Así de buena es.
Inconcebible es una serie de Netflix basada en hechos reales, cuya trama derivó de un artículo ganador del Premio Pulitzer titulado “El proyecto Marshall: una inconcebible historia de violación”. La víctima de esta violación, en la ficción se llama Marie Adler (Kaitlyn Dever), y es una chica de 18 años que vive sola en un complejo de apartamentos para jóvenes en situación de riesgo, en transición desde hogares adoptivos a la independencia por la mayoría de edad. Las autoridades involucradas en la denuncia notan algunas inconsistencias en su relato. La sugerencia de quien fuera su madre adoptiva, de que Marie podría estar tratando de llamar la atención, así como los antecedentes de una infancia complicada, hacen dudar de la verdad de sus afirmaciones. Los policías pasan de sugerirle que quizás se confundió, a acusarla de mentir, y Marie termina por retractarse. Procesada por denuncia falsa, perderá su empleo y su hogar.
Tres años después, una serie de violaciones son perpetradas en otro Estado, con características muy similares. La tarea de investigar estos casos, que terminarían reivindicando a esta víctima cuando el delincuente fue apresado con evidencias que lo ligaban a ella, recayó sobre dos mujeres detectives: Grace Rasmussen (Toni Collette) y Karen Duvall (Merritt Wever). En la química y el contraste entre las dos actrices y los dos personajes, está uno de los factores de éxito de la serie, que comienza con un primer capítulo algo lento, pero a partir del segundo atrapa al espectador.
Como drama basado en un personaje, como policial procedimental, y hasta como análisis de la sociedad, Inconcebible se destaca. Trae a primer plano un tema difícil, poniendo el foco en la víctima y no en el criminal. Pero por encima de todos esos aciertos, es un retrato auténtico, veraz y refrescante, de esos que rara vez nos regala Hollywood, de una mujer de fe: el personaje de Karen, desarrollado a partir de Stacy Galbraith, la detective que investigó los casos en la vida real. Entrevistada por la prensa, Galbraith resaltó su fe cristiana, y cómo influía en su trabajo. Aunque parezca “inconcebible”, la producción de Netflix no dejó de lado esta faceta de quien lo inspiró. Así Karen, de manera consistente y casual, habla de fe con su escéptica y cáustica compañera de trabajo, que a veces se burla de Dios. Pero Karen no es tonta, ni extraña, ni ignorante, ni cerrada, ni ninguno de los otros clichés que suelen atribuirse a un cristiano en las grandes producciones de este tipo, especialmente si son aclamadas por la crítica, como es el caso. Todo lo contrario: es una mujer moderna, realista, inteligente, compasiva, empática, y muy profesional.
Más allá de la recomendación, nunca está de más la advertencia: Inconcebible está destinada al público adulto. Si bien hay que destacar que Netflix esta vez también merece elogios por la discreción y moderación que ha mostrado al acercarse a un tema tan terrible y doloroso, sin sensacionalismo ni escenas gráficas gratuitas, no deja de confrontarnos con la confusión y el horror que aquel conlleva.
En el 2020 se llevó el Oscar a la mejor cinematografía 1917, una película de guerra, singular y única. La dupla clave en ella son el director y co-guionista Sam Mendes, y el cinematógrafo Roger Deakins. Con la apariencia de hacerlo en una sola toma y con una única cámara, nos lleva junto a dos soldados británicos a través de las trincheras alemanas, para entregar un mensaje vital a un batallón distante.
Basada en una historia real que a Sam Mendes le contó su abuelo paterno, tiene por protagonistas a los soldados Blake (Dean-Charles Chapman) y Schofield (George MacKay), acompañados por breves apariciones de estrellas del cine británico como Colin Firth y Benedict Cumberbatch. El mensaje a transmitir al batallón de los Devon es una advertencia para evitar que caigan en una emboscada alemana. Entre los 1600 soldados cuya vida corre riesgo, está la del hermano de Blake. Con esta misión sobre los hombros, los dos muchachos emprenden la dantesca marcha, pautada por encuentros de impresionante tensión e intensidad.
1917 es una masterclass en cinematografía, donde Blake aporta la frescura de su juventud y visión idealista. La estoica postura de MacKay, por su parte, queda plasmada en acciones físicas y miradas casi sin diálogos, que transmiten de manera efectiva su dignidad, su determinación, y lo desesperado de las circunstancias. Pero la clave fundamental es la película como un todo, que lleva al espectador a sumergirse en la historia, mediante una narrativa de inmersión. Hay muchísimo trabajo para alcanzar este resultado: cuatro meses de ensayos previos a la breve filmación de dos meses, maquetas construidas con detalle y precisión para planificar cada toma y sus requerimientos de luces y sombras, orquestación de los pasos de los actores y los movimientos de cámara, adecuación ad hoc de equipos y gadgets. Prueba de que la excelencia siempre es producto del esfuerzo, la constancia y el “trabajo de equipo”, según la expresión tan usada en estos días, que bien podría sustituirse por la de “trabajo en comunidad”.
El impacto de la experiencia de ver 1917 hace que las categorías convencionales se queden cortas. Así, un crítico describió la epopeya de Blake y Schofield, en forma muy acertada, como una combinación de envergadura épica, y poderosa e íntima escala humana. Otro ha dicho que es más un poema épico que una película de guerra. Icónica es la escena que sintetiza estas características, con una fuerte connotación de trascendencia: cuando una voz en el bosque canta una melancólica canción góspel sobre el pasaje por el camino de aflicción hacia una tierra más allá del Jordán.
Resumiendo: 1917 es un excelente drama sobre la Primera Guerra Mundial, que al mismo tiempo que retrata extremos de miseria y desesperación propios del género, es también una luminosa reflexión acerca de la resiliencia y la fortaleza espiritual inherentes a la condición humana. Un trazo inspirador de pura belleza en medio del horror.
Los Globos de Oro son desde hace muchos años un escenario para que los actores difundan sus ideas políticas. Quizás por eso no es fácil encontrar en las coberturas de los Globos de Oro 2020 los discursos del cómico Ricky Gervais o del protagonista de El Guasón, Joaquin Phoenix.
Este año hubo cosas realmente interesantes, como lo refleja la nota de Areajunes firmada por David Cruz García bajo el título: “El discurso de Ricky Gervais en los Globos de Oro 2020 que dejó a todos con la boca abierta». Compartimos parte de la misma:
…¿Cómo despedirse a lo grande? Con un discurso aún más polémico que ha tratado temas como el terrorismo o la doble moral de Apple y su serie estrella, «The Morning Show». El comediante no se inmutó pese a la reacción de algunos de los presentes, e incluso en redes sociales fue aplaudido y denostado a partes iguales.
«Es la última vez que seré presentador de estos premios, así que ya no me importa. Bromeo, es algo que nunca me importó. Vamos a reírnos a costa vuestra. Recuerden, son solo chistes, todos vamos a morirnos pronto», comenzó apuntando directamente a los nominados y miembros de la industria audiovisual presentes en el recinto. Eso sí, hubo un momento que destacó sobre el resto de chistes que pronunció Gervais: el dardo a Apple.
En efecto, al final de su monólogo de presentación, el cómico británico cambió el tono de su discurso: lo que había sido una sucesión de bromas sobre películas, actores y el mundo del cine tomó un giro de reflexión. Apelando a un sentido del humor inglés, y precediendo con una frase desafiante: “Es la última vez, ¿a quién le importa?”, el discurso de Gervais prosiguió de la siguiente manera:
«Apple se lanzó al juego de televisión con The Morning Show, un excelente drama sobre la importancia de la dignidad y hacer lo correcto, realizado por una compañía que dirige talleres de explotación en China. Bueno, dices que has despertado, pero las compañías para las que trabajas en China son increíbles. Apple, Amazon, Disney. Si ISIS iniciara una plataforma de steraming, ustedes llamarían enseguida a su agente, ¿no es así?
Entonces, si ganas un premio esta noche, no lo uses como plataforma para hacer un discurso político. No estás en posición de dar una conferencia al público sobre nada. No sabes nada del mundo real. La mayoría de ustedes pasó menos tiempo en la escuela que Greta Thunberg.
Entonces, si ganas, sube, acepta tu pequeño premio, agradece a tu agente y a tu Dios y vete a la mierda, ¿de acuerdo? Ya son tres horas de duración. Bien, hagamos el primer premio.«
Las expresiones en los rostros de los que se sintieron aludidos por este discurso dieron lugar a los más célebres memes resultantes de la noche, y fueron prueba de que la amonestación no cayó en saco roto.
Momentos y memes de una nueva gala de cine marcada por la política
Cuando los comentarios no son políticamente correctos, lo mejor es que pasen desapercibidos: Ricky Gervais podría sentir con todo derecho esa sensación si leyera el artículo publicado por Tendencias, bajo el título “Globos de Oro 2020: los mejores momentos (y memes) de una gala marcada por el cambio climático y la política”:
En efecto, como no hay peor sordo que el que no quiere oír, el desafiante mensaje de humor de Ricky Gervais en esta gala mereció solamente el siguiente resumen: «Presentada por Ricky Gervais, que ha mantenido un tono de humor constante en el que no ha faltado hasta una mención a Baby Yoda, ha comenzado con un divertido monólogo que ha hecho reír no solo a las estrellas de las mesas sino a todos los que lo disfrutábamos en casa.» Sorprende que nada se diga sobre el contenido de su monólogo que fue bastante más que divertido.
Sin embargo, esta nota prestó atención a la reivindicación feminista en dos episodios destacados. Uno de ellos fue titulado como “El detalle de la alfombra roja de The Crown”: Olivia Colman y Claire Foy lucieron en la alfombra roja un anillo y un pin muy especial, uno que reivindicaba una mayor paridad en el sector cinematográfico, sobre todo en lo que representa a las actrices.
Otro episodio en la misma línea mereció el título de “El feminismo de manos de Michelle Williams” y fue descrito de esta forma: “No podría haber hecho esto sin el derecho que tiene ahora la mujer de elegir”. La actriz daba el discurso más feminista y lo cerraba con una petición: «Mujeres, id a votar pensando en vuestros intereses. Es lo que llevan haciendo los hombres toda la vida». En definitiva, asistimos a una apología del aborto: lo que Williams dijo fue que debía su carrera al haber podido abortar. Y lo más triste, fue que lo dijo estando hoy embarazada.
También el cambio climático, tuvo su espacio con el título “El discurso de Russell Crowe en boca de Jennifer Aniston”: Reese Witherspoon y Jennifer Aniston juntas presentando el premio a Mejor actor de comedia ha sido el primero de muchos impactos que la gala nos daría. Después, Mejor actor de miniserie para Russell Crowe y Jennifer Aniston dando el mensaje del actor, que no ha podido asistir por estar en Australia ayudando en los incendios que asolan el país. “El problema es el cambio climático”, eran las palabras que Crowe decía en boca de Aniston, “y tenemos que hacer algo ya”. Hasta Jennifer aplaudía sus propias palabras.
La reivindicación gay también tuvo su lugar de privilegio con el título: “El maravilloso discurso de Kate McKinnon: A caballo entre lo divertido y lo emotivo, la actriz y cómica daba las gracias a Ellen Degeneres, una mujer que le hizo creer que “ser gay no era un impedimento para ser una estrella”. Un ejemplo a seguir que ha triunfado no solo por su mensaje, sino por su increíble sentido del humor.
Tampoco podía faltar la reivindicación anti-Trump, con el título de “La siempre reivindicativa Patricia Arquette”: Nunca defrauda. Los discursos de la actriz siempre dan qué hablar y en esta gala no podía ser de otra manera. Mencionando los terribles incendios de Australia, Patricia Arquette habló de un país al borde de una guerra y de una necesidad: quitar a Trump en las próximas elecciones.
Ya no tan popular, la familia tuvo su lugar, aunque la información en el artículo que estamos comentando fue la titulada como “La confesión de Charlize Therón”: La actriz sudafricana nos regaló una divertida confesión: Tom Hanks fue su crush de juventud en 1, 2, 3 splash! El momento elegido fue la presentación del premio homenaje que se llevó el actor, y entre lágrimas, la actriz le agradecía todo lo que había hecho por ella. Sin embargo, para otros lo realmente trascendente de esta parte de la ceremonia fue la reivindicación, una vez más, de una institución que sigue tan vigente como el primer día: «Por su parte, Tom Hanks dió uno de los discursos más emotivos que se centró en la familia y en lo que ésta significa para él, un soporte y una herramienta imprescindible para su éxito. Y que terminó con los mejores consejos para los jóvenes de manos de un gran actor que se emocionaba al recordar su trayectoria.«
La ironía de actor del El Guasón frente a lo políticamente correcto:
Pasando ahora a la cobertura de Gabriele Bruney en Esquire, titulada “Una nota de Joaquin Phoenix sorprendió a la audiencia de los Globos de Oro con un discurso censurado para TV”, encontramos el discurso de la categoría Mejor Actor, por parte del protagonista de El Guasón, quien fue interrumpido regularmente por generosos pitidos en la transmisión televisiva:
«La crisis climática parecía ser un tema. Phoenix comenzó su discurso agradeciendo a la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood por hacerse vegano con la comida de la noche, en un esfuerzo por crear conciencia sobre los efectos que tiene la recolección de subproductos animales en el medio ambiente.
Llamó a sus compañeros famosos por enviar sus buenos deseos para asuntos como el medio ambiente sin hacer esfuerzos más amplios para frustrar el cambio climático. Fue bastante puntiagudo en sus críticas, según Kyle Griffin de MSNBC , quien publicó una cita de los comentarios de Pheonix en Twitter.«
«Con suerte, podemos unificarnos y hacer algunos cambios», dijo el actor, antes de ir a la yugular. «Es genial votar, pero a veces tenemos que asumir esa responsabilidad y hacer cambios y sacrificios en nuestras propias vidas». .. no tenemos que llevar aviones privados a Palm Springs para los premios «.
Nuevamente la Iglesia Católica sirve como inspiración a una ficción que pretende hacerse realidad a través de la pantalla. El problema es que también una vez más, la combinación hechos y escenarios con la libre fantasía puede, como en este caso, ser injusta con personas reales. También una vez más el mundo es insensible al respeto a la verdad cuando se trata de alimentar prejuicios en relación a lo católico.
La nota publicada por Aleteia, con la firma del Prof. Miguel Pastorino tiene un título que compartimos: Una imagen irreal de Benedicto XVI. Podríamos agregar que también es injusta respecto a Francisco, tal vez en forma más sutil que no quita lo dañino.
Transcribimos la publicación cuyo link se encuentra al final de esta nota:
La reciente producción de Netflix “Los dos Papas”, centrada en conversaciones imaginarias entre Benedicto XVI y el Cardenal Jorge Mario Bergoglio entre los cónclaves de 2005 y 2013, había generado gran expectativa. Y es que de hecho desde el punto de vista cinematográfica está muy bien lograda, las actuaciones de Antony Hopkins y Johathan Pryce siempre son excelentes.
Muestra con gran verosimilitud el cónclave y el escándalo de “Vatileaks”. Sin embargo, el guión es muy pobre y panfletario, repitiendo y reforzando los lugares comunes de una visión ideológica sobre la Iglesia Católica y una supuesta tensión entre conservadurismo y progresismo, representados en ambos personajes.
Si bien se aclara que es ficción inspirada en hechos reales, al gran público nunca le quedará claro qué es ficción y qué es realidad histórica. A mi juicio se trata de una película injusta con Benedicto XVI, que alimenta los prejuicios existentes y le da calidad cinematográfica a lugares comunes que nada tienen que ver con la realidad de la Iglesia.
Una mirada cargada de prejuicios.
Puede ser por ignorancia y no por mala fe, pero se presupone a Benedicto de un modo totalmente opuesto a la realidad, repitiendo los lugares comunes que hasta hoy circulan en la opinión pública sobre su pontificado.
Todo lo malo que se desea cambiar de la Iglesia es representado en Ratzinger y todo lo “positivo” en Bergoglio. Esa imagen de oposición entre ambos papas no le hace bien a ninguno de los dos y deforma la realidad, no en detalles, sino en cuestiones fundamentales.
Benedicto aparece como un hombre intransigente, tradicionalista, duro, implacable e incapaz de abrirse a lo nuevo. Y Francisco es el comprensivo y misericordioso.
Quienes hemos tenido la posibilidad de conocer a Ratzinger de cerca y además lo hemos leído, sabemos que es un hombre lleno de ternura y alegría, sencillo y promotor del diálogo, con una profunda vida espiritual y de una gran calidez humana, cuya pasión por actualizar siempre el mensaje del Evangelio al tiempo presente fue uno de sus grandes méritos, como uno de los más brillantes e innovadores teólogos del siglo XX.
Es personificado como un vanidoso buscador de poder y lo cierto es que nunca quiso ser Papa y había pedido a Juan Pablo II retirarse en más de una ocasión, porque su deseo era volver a su tierra, lejos del gobierno de la Iglesia.
Como todo lo que hizo fue con humildad y sencillez, poco supo la prensa sobre sus pequeñas, grandes y radicales reformas. Desde pequeños detalles como eliminar el besamanos y sustituir en el escudo la imponente corona papal, por una sencilla mitra de obispo, hasta su implacable “tolerancia 0” en la persecución a los sacerdotes abusadores y las auditorías al Banco Vaticano.
Los intelectuales comunistas italianos llamaron a Benedito XVI el “barrendero de Dios”, por la purificación interna que hizo en la Iglesia, ya que destituyó a cientos de sacerdotes y fue el artífice de todas las medidas que rigen en la actualidad en la prevención de abusos y atención a las víctimas.
Fue el primer Papa en reunirse con las víctimas de abusos, en varias ocasiones y además exhortó con fuerza a los obispos a denunciar a la justicia civil cuando se tratase de delitos. Francisco continuó con la reforma iniciada por Benedicto, aunque poco se divulgó la gran reforma que le precedió.
La película lo muestra cómo cómplice del silencio en el caso Maciel, cuando en realidad fue quien, a pesar de obstáculos en la curia romana, se encargó personalmente de que se hiciera justicia con celeridad.
Incluso con el Instituto para las Obras de Religión (IOR), Benedicto encargó una exhaustiva auditoría, ordenó una profunda investigación y puso en marcha su reestructuración que continuó Francisco.
Paradójica e injustamente, el guión de la película acusa de mediocre y cómplice a Benedicto de todos los males que él mismo denunció y combatió como nadie en el Vaticano.
La riqueza espiritual e intelectual de ambos pontífices hubiera sido ocasión para hacer un diálogo mucho más rico, lleno de matices y de profundidad, en lugar de caricaturizar en ambos una polarización ideológica que no es real. De hecho, en la película Benedicto le dice a Bergoglio: “Estoy en contra de todo lo que Ud. piensa”, lo cual es un disparate sin sentido.
Por momentos Benedicto aparece como un fundamentalista de la moralina más crispada y Francisco parece que no fuera católico y representara los intereses de todos los que quieren cambiar a la Iglesia para adaptarla a las demandas de moda.
No hay que olvidar que ambos son católicos y obispos de la misma Iglesia, por lo cual, aunque hay diferencias en el estilo, en la personalidad, en preferencias pastorales o acentos teológicos, no hay diferencias en la doctrina, porque doctrina católica hay una sola, no dos.
La película refuerza así una larga lista de malentendidos sobre temas de moral sexual o costumbres en la Iglesia. De hecho, se sorprendería el director si conociera las afirmaciones de Ratzinger sobre la pastoral con los divorciados vueltos a casar o sobre la posibilidad de ordenar hombres casados. Pero ese es el problema, no lo han leído, solo han tomado los recortes de prensa durante su pontificado, o al menos, eso parece.
El director ha reconocido no saber mucho sobre Benedicto y estar fascinado con Francisco, lo cual explica en parte esta injusta y errónea caricatura que se hace de Benedicto XVI. No veo mala intención, sino como quienes hoy crean cultura, no conocen a la Iglesia.
Lamentablemente el gigante espiritual que ha sido y es Joseph Ratzinger, no está al alcance de la mayoría y a través de una película de gran difusión, muchos seguirán alimentando el prejuicio e ignorando la verdad sobre una de las figuras más destacadas de la Iglesia de los últimos siglos, tanto a nivel espiritual como intelectual.
Los “lentes ideológicos”.
El cristianismo tiene 2000 años de historia y el pensamiento cristiano se ha desarrollado durante siglos, en la filosofía, la teología y la ciencia. Ha inspirado a grandes científicos y humanistas de siglos pasados.
La doctrina de la Iglesia en algunos aspectos puede parecer a veces socialista y otras veces, una prédica liberal, para los ojos de algunos puede parecer a veces “conservadora” y otras veces “progresista”. Interpretarla no es algo fácil, porque se trata de una doctrina que tiene 1700 años más que “la izquierda y la derecha”.
El desconocimiento de esta le genera a muchos ideas paradójicas y contradictorias, reduccionismos o simplificaciones equivocadas. Por ejemplo, cuando el Papa Juan Pablo II denunció el “capitalismo salvaje”, le llamaron “comunista”. Pero cuando hablaba en contra el aborto, lo llamaron “conservador”.
El problema es que para la Iglesia ninguna de las ideologías modernas es compatible totalmente con su doctrina, porque el cristianismo pone al ser humano por encima del Estado o del capital y la cuestión del aborto, de la defensa de la vida y de la dignidad de todo ser humano, no es un tema de conservador o progresista, sino de fidelidad al Evangelio.
Nadie puede negar que los “hombres de Iglesia”, como cualquier ciudadano, tengan sus afinidades políticas o sus simpatías personales, pero cuando hablan en nombre de la Iglesia, lo hacen desde la doctrina bimilinenaria y no desde “izquierdas” o “derechas”.
Por eso Benedicto y Francisco son inclasificables ideológicamente, porque son hombres de fe católica. La fe católica defiende una visión antropológica no negociable, porque no la decide el Papa de turno o el obispo local, es la fidelidad al Evangelio.
Cuando la Iglesia se opone a ciertas posturas o denuncia males sociales, lo hace desde la fidelidad a su pensamiento propio. El cristianismo tiene un gran pluralismo y una gran diversidad en su interior, alojando a mujeres y hombres de diferentes ideologías políticas y de distintos ámbitos de la sociedad. Pero lo que los une no son afinidades ideológicas, sino una fe y una doctrina comunes, que pone al ser humano por encima de cualquier interés político, económico o ideológico.
Para conocer a los dos Papas hay que leerlos y descubrir la riqueza de cada uno, no quedarse con una película que refleja solo el pensamiento de su director y su imagen de la Iglesia, a la cual no conoce en profundidad.
Desde Sentido Común nos permitimos recordar a quienes entienden tener derecho a generar este tipo de ficción, el viejo refrán que dice: «una verdad a medias es mentira verdadera».
Los gritos del silencio es el título en español de
la multipremiada película dirigida por Roland Joffé del año 1984, que narra el
genocidio cometido durante el régimen comunista del Khmer Rouge liderado por
Pol-Pot en Camboya, cuando murieron por lo menos dos millones de personas entre
1975 y 1979. Haing S. Ngor, el actor que interpretó en ella al reportero local
Dith Pran, médico de profesión, fue él mismo un sobreviviente del régimen del
Khmer Rouge y de los campos de trabajo forzado. Ngor nunca había actuado antes;
de su papel en la película, le dijo a la revista People en 1985: «Quería mostrarle al mundo cuán profundo es el
hambre en Camboya, cuántas personas mueren bajo ese régimen comunista. Mi
corazón está satisfecho. He hecho algo perfecto». Denunciar a tiempo y a
destiempo: ese fue el trabajo de Ngor. Hoy poco se recuerda la película y los
horrores que relata, pero menos incluso todavía se habla de horrores cotidianos
como la persecución y muerte que han sufrido y siguen sufriendo en los siglos
XX y XXI millones de cristianos, por el simple hecho de profesar su fe.
“El
principio, falsamente jurídico, que en el tiempo de Nerón justificaba la muerte
de los cristianos era el dicho: ‘Christianos esse non licet’ (‘no es lícito ser
cristiano’). Sin embargo, muerto Nerón y los emperadores que de él heredaron el
‘hobby’ de la persecución, el maldito aforismo continuó en rigor; entró en las
leyes de muchos Estados, en la mente sofisticada de los filósofos, como
Voltaire y Marx, y en la mente morbosa de los dictadores como Stalin, Hitler,
Mao y Pol-Pot”. Con este párrafo inicia Máximo Astrua su libro Los mártires del siglo XX.
Este
artículo pretende hacer un repaso muy sumario de una realidad que continúa
cobrando víctimas ya entrado el siglo XXI, mientras la opinión pública parece
haber adoptado por consenso la determinación de ocultarla bajo un manto de
silencio, que no consigue sin embargo acallar los gritos.
Tomemos
algunos datos del artículo “Los mártires del siglo XX y la nueva
evangelización”, escrito por el Obispo auxiliar de Madrid Mons. Juan Antonio
Martínez Camino en el año 2015. “El siglo XX ha sido el siglo de los mártires
cristianos y de las víctimas de los totalitarismos, que se cuentan por decenas
de millones. Pero casi nadie habla de ello” afirma el autor, porque ellas “son
difícilmente compatibles con la imagen idealizada que ha sido elaborada por los
altavoces de la ideología del progreso acerca del siglo XX, que se nos presenta
solo como el siglo del progreso y de las declaraciones de los derechos humanos”.
“Las cifras de España son enormes, pero palidecen ante las que conocemos de
otros lugares, sobre todo de Rusia. En España, 12 obispos fueron asesinados por
ser obispos.; en Rusia, 250 obispos ortodoxos. Si en España asesinaron unos
7.000 sacerdotes, religiosos y religiosas por su condición de tales, en Rusia
las cifras resultan verdaderamente escalofriantes: 200.000 miembros del clero y
del monacato (obispos, sacerdotes, monjes, diáconos y religiosas) fueron
asesinados entre 1917 y 1980. Y solo entre 1937 y 1938 fueron arrestados en
Rusia 165.100 sacerdotes ortodoxos, de los cuales fueron fusilados 105.000.
Añade datos también escalofriantes sobre mártires polacos, alemanes, chinos,
coreanos, vietnamitas, mejicanos, y africanos.
Lamentablemente,
el siglo XXI no se queda atrás. InfoVaticana, en un artículo del año 2017, deja
una lapidaria y terrible constatación: “En los dos últimos años, al menos 8.313
cristianos han sido asesinados por su fe y uno de cada seis vive en países en
los que existe persecución religiosa. El cristianismo es, en la actualidad, la
religión más perseguida del mundo”. Acompaña la afirmación con el siguiente
listado escalofriante:
Octubre 2010, Irak, muerte de 52 personas y decenas de
heridos en una iglesia.
Enero 2011, Egipto, muerte de 21 personas en una iglesia
cristiana copta.
Julio 2012, Kenia, asesinato de 17 personas en varios ataques
perpetrados contra iglesias.
Septiembre 2013, Pakistán, muerte de 79 personas en un
atentado suicida contra una Iglesia.
Diciembre 2013, Irak, muerte de 38 personas por un coche
bomba junto a una iglesia.
Febrero 2014, Nigeria, muerte de 60 estudiantes por disparos,
acuchillados y quemados vivos en una escuela cristiana.
Noviembre 2014, Kenia, muerte de 28 cristianos que viajaban
en un autobús.
Febrero 2015, asesinato de 21 cristianos coptos secuestrados
en Libia, que se difundió por video.
Abril 2015, Kenia, muerte de 147 cristianos en el ataque a la
Universidad de Garissa.
Marzo 2016, Yemen, muerte de cuatro hermanas Misioneras de la
Caridad y otras doce personas en una residencia de ancianos.
Marzo 2016, Pakistán, muerte por atentado suicida de 72
personas de la comunidad cristiana que se ese día celebraba la Pascua.
Julio 2016, Francia, asesinato del sacerdote Jacques Hamel,
de 86 años, mientras celebraba misa.
Diciembre 2016, Egipto, muerte de treinta personas en un
atentado contra una iglesia.
Marzo 2017, Egipto, muerte de 46 personas en dos iglesias.
Mayo 2017, Egipto, muerte de 29 cristianos coptos en un
autobús que se dirigía a un monasterio.
Jaime
Septién, por su parte, cita la nueva Lista Mundial de la Persecución (LMP)
2019, elaborada por la organización Puertas Abiertas, según la cual 73 países
del mundo alcanzan niveles de persecución “altos”, “muy altos” o “extremos” en
relación a los cristianos. “La LMP 2019 ratifica un año más que la persecución
a cristianos a escala global no es un acontecimiento aislado, sino que vive una
tendencia al alza que no parece tener límites” afirma el autor. “La cifra de
cristianos perseguidos a un nivel ‘alto’, ‘muy alto’ o ‘extremo’, según la
estimación actualizada, es ya de cerca de 245 millones en todo el mundo solo
para la suma de los países que conforman los primeros cincuenta puestos de la
lista”. Nigeria y China son escenarios de los mayores crímenes, del mayor
número de personas presas por su fe, y de alarmantes cifras de iglesias
atacadas.
En
su artículo para Aleteia, Salvador Aragonés reseña que durante el año 2018 “Un
total de 36 sacerdotes han sido asesinados (…) frente a 15 asesinados el año
2017, según informa Ayuda a la Iglesia que Sufre, lo que equivale a tres
asesinatos al mes. Por su parte, la Agencia Fides informa que han sido
asesinados 40 misioneros en 2018, en su mayoría sacerdotes, cuando en 2017 la
cifra alcanzó casi la mitad”.
Las
crónicas resultan espeluznantes, pero ninguna de ellas puede conmover al mundo
con la cercanía de la masacre en Sri Lanka de la cual fuimos testigos el pasado
Domingo de Pascuas. Con un sangriento saldo de 253 muertos y 500 heridos, una
vez más consiguió que la prensa hiciera referencia a los cristianos como la
comunidad religiosa más perseguida en el mundo.
Se
dice que los mártires nos ayudan a entender cómo crece la Iglesia. Ya lo dijo
San Juan Pablo II: los mártires del siglo XX fueron “los testigos de la gran
causa de Dios en el siglo del ateísmo”. En tiempos en que el relativismo busca
imponerse como valor supremo, son testimonio vivo y elocuente del camino verdadero
hacia el amor, la justicia, la libertad, el perdón. Sus gritos resonarán aunque
pretendan callarlos… pero no seamos cómplices de ningún silencio.