El 15 de mayo el papa Francisco canonizó a la madre Francisca Rubatto —junto a otros nueve beatos—, y el país más laico de América Latina comienza a celebrar su primera Santa.
La vida de Madre Francisca
Santa Madre Francisca Rubatto nació el 14 de febrero de 1844, y fue bautizada con el nombre de Ana María, en Carmagnola, un pueblo del Piamonte italiano con casi mil años de existencia, que tiene por lema “Dad cosas puras al cielo”.
Creció en tiempos difíciles: su papá había fallecido cuando tenía cuatro años, y a los diecinueve despidió a su mamá. También tuvo que experimentar la pérdida de hermanos y sobrinos.
Muy joven, se trasladó a Turín y se dedicó a atender a los enfermos y abandonados, y a enseñar el catecismo a los niños.
Alcanza con ver sus retratos para descubrir que fue una joven muy bonita, y alcanza con ver su obra para comprobar su inteligencia y carisma personal. Por eso no es sorprendente conocer que en su juventud rechazó la propuesta de matrimonio de un escribano profundamente enamorado de ella. Ana María se había consagrado a Dios, como mujer soltera, y recién a los 40 años, da el paso de ordenarse como religiosa.
La santidad es contagiosa, por eso tampoco sorprende que Ana María, en Turín, haya conocido y colaborado con quienes son hoy dos reconocidos santos de la Iglesia Católica que dedicaron su vida a misiones similares a la suya: colaboró con Don Bosco en su trabajo por los niños y jóvenes considerados problemáticos, y con José Benito Cottolengo, con su casa destinada a enfermos de sífilis, con malformaciones, trastornos psiquiátricos o síndrome de down. Además, la joven solía visitar al Hospital San Juan, ayudar a los pobres con sus propios bienes y también, trabajar como dama de compañía de una viuda de un conde.
En el año 1883 viajó de vacaciones a disfrutar de la playa y el mar de Loano, donde se produce un hecho que cambiaría su vida: aquel día se escucharon lamentos y llantos ante la caída de una piedra desde una obra en construcción sobre la cabeza de un joven obrero. Ante el accidente, la joven que salía de la iglesia auxilió al muchacho, “lavó y curó la herida”. Providencialmente la obra en construcción estaba destinada a una comunidad femenina para la que se estaba buscando directora, por lo que, un sacerdote capuchino vio en ella la persona indicada para esta tarea.
Ana María encontró en esta propuesta un llamado de Dios, y consultó la decisión con su director espiritual y con el propio Don Bosco, quien, según cuenta la Agencia Info Salesiana (ANS), le profetizó: “Mira, Marietina (como él la llamaba), es voluntad de Dios que te vayas, y no te preocupes porque tu comunidad durará mucho tiempo, nunca te faltará nada porque mis hermanos estarán siempre cerca, y te digo que morirás en tierra ajena”. Transcurrido el tiempo, las tres profecías se cumplieron.
Con estos consejos, y luego de mucha oración, esta mujer católica de cuarenta años, consagrada soltera, aceptó el desafío, y, en enero de 1885, funda la Congregación de las Hermanas Capuchinas para servir a los enfermos y, particularmente a los niños y jóvenes abandonados. Con la vida religiosa vino el cambio de su nombre por el de Hermana María Francisca de Jesús, y comenzó a vestir un hábito marrón, un cordón blanco en la cintura y una toca blanca cubierta con un velo negro.
La nueva congregación tuvo una rápida expansión en Italia y pronto le llegó el pedido de llevar el mensaje de Dios a Uruguay. Seguramente Don Bosco le había hablado de este país en América del Sur, al que también había enviado sus misioneros. También del Obispo Mons. Jacinto Vera fallecido en 1881 con fama de santidad, con quien había cultivado amistad mediante de sus numerosos intercambios por carta. A través de Jacinto y de los emisarios que habían venido a estas tierras, Don Bosco conocía mucho sobre las necesidades y desafíos de estas tierras lejanas.
En cinco días se decidió el cruce del Atlántico y el 25 de mayo de 1892 la madre Francisca llegó a Montevideo con cuatro hermanas de su congregación, con quienes atendieron enfermos en el Hospital Italiano.
En Montevideo fundó dos casas en el centro, (una de ellas es la que se demolió en Minas y Guayabo y que fue donde murió a los 60 años), otra en Belvedere (donde ahora está su santuario) y el Hospital de Minas.
El Barrio obrero de Belvedere, con su gran necesidad social y eclesiástica, fue el amor de sus amores. Las hermanas recorrían Paso de la Arena y la Barra de Santa Lucía, llamando con una campanilla a todos los que querían aprender y compartiendo su comida con quienes la necesitaban.
No hacían asistencialismo sino promoción de la persona humana. Según cuenta la hermana Nora en una nota para el diario el País: Juntó a los chicos para que aprendiesen a leer y a escribir y los valores humanos y cristianos, para que se pudieran defenderse en la vida como gente de bien. Lo hizo de una manera sencilla, sin alardes. Enamoró a la gente por su sencillez y por su gran capacidad de trabajo”.
Con el tiempo, la escuela y taller del barrio Belvedere se transformó en el Colegio San José de la Providencia. Posteriormente, la congregación instaló tres colegios más en este país: Nuestra Señora de Lourdes en Malvín, Hermanas Capuchinas en Maldonado y Virgen Niña en Punta del Este. También visitan a los enfermos en sus casas y en los geriátricos; ofrecen encuentros y retiros para distintos grupos; y asisten a las personas carenciadas y en situación de calle en el santuario.
En sus 20 años al frente de la nueva congregación abrió 18 casas en distintos países, lo que le requirió cruzar siete veces el océano Atlántico. Actualmente, las Hermanas Capuchinas de Madre Rubatto siguen presentes en la Iglesia “para servir con amor el Señor Dios Sumo Bien y para ofrecer una esperanza y una respuesta a la pobreza y a los sufrimientos más radicales del hombre”, con casas en Italia, Uruguay, Argentina, Brasil, Perú, Etiopía, Eritrea, Kenya y Malawi.
En uno de sus viajes pastorales, en Montevideo, falleció con 60 años, en el barrio del Cordón de la cuidad de Montevideo, en la actual esquina de Minas y Guayabos haciendo cruz con el Edificio 19 de Junio del Banco República, el 6 de agosto de 1904.
El legado de pedir la intercesión de Madre Francisca
La Madre Francisca Rubatto sigue presente y activa, y son muchos los que pidieron a lo largo de los años, en forma privada, su intercesión como santa. Muestra de este reconocimiento y cercanía es el hecho de que, en uno de los templos más importantes de Montevideo, estuvo guardado un cuadro y un espacio a la espera de que culmine su camino hacia los altares.
Dos milagros a los ojos de la ciencia fueron necesarios para poder dar ese paso, los cuales se sustentaron en un sin número de gracias más, que fueron otorgadas por Dios a quienes invocaron la intercesión de Madre Francisca.
Madre Francisca fue beatificada por Juan Pablo II el 10 de octubre de 1993, luego de comprobarse su primer milagro: la curación de un joven con septicemia en un hospital en Génova en 1939, 35 años después de la muerte de la beata. “Él ve una religiosa que se le acerca y le pasa la mano. Amanece curado. Cuando ve la imagen de Francisca dice que fue ella”,
El 15 de mayo de 2022, el Papa Francisco finalmente canonizó a nuestra santa, luego de un segundo milagro: un joven de Colonia, que a partir de un grave accidente de tránsito quedó en coma, con múltiples lesiones, incluso muerte cerebral. Ante la situación desesperada, una tía pidió a Madre Francisca que la ayude a pedir a Dios por la salud de su sobrino. Sin explicación científica, el joven despertó sin secuelas y los médicos dieron fe de lo extraordinario de semejante evolución.
Los restos de Santa Madre Francisca Rubatto está sepultados en el Santuario Beata María Francisca Rubatto que puede ser visitado todos los días en Carlos María Ramírez 56.
“Todos dicen que en el santuario se experimenta paz. No sé si se van con los problemas resueltos, pero salen con una visión distinta. Y yo paso por el santuario, antes de irme a dormir y pienso: ‘Dios mío, ella está acá’”, comentó la Hermana Nora en una nota del diario el País.
Pedimos a nuestra Santa Madre Francisca Rubatto que interceda para que el país más laico de América Latina encuentre su camino de trascendencia a partir de los muchos santos que pisaron sus tierras.