Uruguay
El 11 de noviembre de 2003, acudí junto al Dr. Gustavo Ordoqui, en representación del Círculo Católico del Uruguay, a una sesión de la Comisión de Salud de la Cámara de Senadores. Fuimos a presentar nuestra visión sobre la legalización del aborto en Uruguay. Terminé mi presentación, diciendo lo siguiente: “vivimos en un país con demografía de nación desarrollada y con economía de nación subdesarrollada, ya que tenemos un índice de natalidad muy bajo y un altísimo número de pasivos, además de una emigración impresionante, pues se han ido del país entre 100.000 y 150.000 uruguayos. Entonces, la pregunta que surge es la siguiente: si seguimos apoyando este tipo de leyes que entendemos pueden llevar a incrementar el número de abortos -además de que toda ley de carácter anticonceptivo y de control poblacional lleva a disminuir la población- ¿quién va a pagar la seguridad social?”
Esto ocurrió hace más de 15 años. La base de la priámide poblacional se sigue reduciendo, y el vértice, en términos relativos, se sigue engrosando. Cada vez más viejos, cada vez menos niños. Todo ello, fruto de una mentalidad anticocepcionista, que es a la vez causa y consecuencia de políticas antinatalistas. Es decir, suicidas. Si, suena fuerte, pero son políticas suicidas, porque a largo plazo, conducen a la desaparición de nuestro pueblo.
En 2003, la tasa global de fecundidad, era preocupante: 2,06 hijos por mujer, cuando la tasa mínima para reponer la población, es de 2,1 hijos por mujer. Nacieron ese año, unos 52.000 niños. Hoy, tras 15 años de ampliación y profundización de una batería de políticas antinatalistas, hemos llegado a una tasa global de fecundidad de 1,7 hijos por mujer y 43.000 nacimientos al año. 9.000 nacimientos menos. Y 10.000 abortos legales más. A los que hay que sumar los ilegales. Que se siguen haciendo, porque hay mujeres que no quieren que sus abortos queden registrados. Es obvio por tanto, que si los uruguayos no colaboramos, no alcanza con la inmigración dominicana, cubana y venezolana para reponer nuestra población.
Hungría
¿Qué estamos haciendo como país, como sociedad, para revertir esta situación? Absolutamente nada. ¿Y otros países? Algunos están haciendo algo. Hungría, por ejemplo –donde la tasa global de fecundidad es de 1,4 hijos por mujer-, acaba de tomar una serie de medidas series para combatir el flagelo de la despoblación.
En efecto, el gobierno del Presidente Viktor Orbán ha impulsado una serie de políticas tendientes a promover la natalidad y evitar el suicidio demográfico de su país. Entre las principales medidas que acaba de implementar, se encuentran:
- Exoneración de por vida del IRPF, a las familias que tengan cuatro hijos o más.
- Subvenciones para que familias numerosas, puedan comprar vehículos más grandes.
- Créditos favorables a las familias con, al menos, dos hijos para comprar una casa.
- Creditos con interés reducido para mujeres que se vayan a casar.
- Creación de 21.000 nuevas plazas en guarderías.
- Bonificación a los abuelos que se comprometan a cuidar a sus nietos mientras sus padres trabajan.
Contexto mundial
Según el informe sobre el Estado de la Población Mundial 2018 del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) –principal promotor mundial de políticas antinatalistas-, son 50 los países que en el mundo presentan tasas de fecundidad bajas o muy bajas. Dos tercios de los países del mundo ven el descenso de la fecundidad, como un problema de alcance nacional. Entre ellos hay además, 22 países –entre los cuales se encuentra Uruguay- que no alcanzan a reemplazar la población, ya que su tasa global de fecundidad está por debajo de los 2,1 nacimientos por mujer.
Los países que presentan las tasas de fecundidad más bajas del mundo, son en general, los países desarrollados, ubicados en América del Norte, Europa y Asia. Tienen altos niveles educativos y políticas que, según el UNPFA, facilitan el “ejercicio efectivo de los derechos de la mujer”, y entre ellos, los “derechos reproductivos.”
La natalidad ha bajado en el mundo “desarrollado” –y algún otro país, como es el caso de Uruguay- por múltiples causas-. El individualismo, el utilitarismo, el materialismo y el consumismo al uso, llevan a que los matrimonios tengan cada vez menos ganas de tener hijos. Por un lado, por los gastos que ello implica; por otro, por la escasez de políticas que faciliten la conciliación de estudio, trabajo y familia. Ni que hablar de la responsabilidad y el sacrificio que implica ser padre. También ocurre que los jóvenes se casan cada vez más tarde, con lo cual el período en que son capaces de traer hijos al mundo dentro de una familia, se acorta. La existencia de políticas como el aborto, el reparto gratuito de anticonceptivos, la promoción de comportamientos antiprocretativos como la homosexualidad, etc., contribuye a evitar que muchos jóvenes tengan hijos, tanto a edades tempranas como a edades más avanzadas.
Conclusión
Es urgente implementar en Uruguay- políticas que promuevan la natalidad. No sólo está en riesgo la calidad de vida de los ancianos del futuro -al ritmo que vamos, el pocos años será imposible mantener a flote el sistema de seguridad social-, sino la propia supervivencia de nuestro pueblo.
El ejemplo de Hungría, es el más reciente, pero es uno entre tantos: otros países vienen implementando desde hace décadas políticas de familia. Por eso, ante todo, es necesario investigar los antecedentes que existen a nivel internacional en la materia, y seleccionar aquellas medidas que podrían adaptarse mejor a Uruguay. Una vez acordada la implementación de una batería de medidas, deberían coordinarse las acciones a realizar desde los distintos sectores del Estado involucrados.
Otros ejemplos de políticas de familia son:
- extender los períodos de licencia por maternidad y/o paternidad.
- facilitar el teletrabajo y la flexibilidad horaria (lo importante es que el trabajo se haga, no importa cómo ni desde donde).
- realizar concursos entre empresas, que premien la innovación en conciliación entre trabajo y familia.
- exonerar de impuestos a empresas que apoyen directamente a las familias de sus trabajadores. Esto sería un aporte en no efectivo a la sociedad, sin el costo administrativo que supone transferir recursos a través del sistema de seguridad social.
Las medidas que se implementen podrán funcionar mejor o peor; y si algunas fallan, se podrán revisar y cambiar. Pero lo que no podemos hacer, es quedarnos quietos, sin hacer nada, esperando que pase el tiempo. Ello equivaldría a tomar por error un veneno de acción retardada, y en lugar de buscar el antídoto, esperar a que actúe para comprobar si es mortal. Con la diferencia de que acá no se trata de la vida de un individuo aislado, sino de la supervivencia de un pueblo entero: ¡nada más ni nada menos, que el pueblo oriental!
Álvaro Fernández Texeira Nunes