URUGUAY, AL BORDE DEL SUICIDO DEMOGRÁFICO

Uruguay

El 11 de noviembre de 2003, acudí junto al Dr. Gustavo Ordoqui, en representación del Círculo Católico del Uruguay, a una sesión de la Comisión de Salud de la Cámara de Senadores. Fuimos a presentar nuestra visión sobre la legalización del aborto en Uruguay. Terminé mi presentación, diciendo lo siguiente:  “vivimos en un país con demografía de nación desarrollada y con economía de nación subdesarrollada, ya que tenemos un índice de natalidad muy bajo y un altísimo número de pasivos, además de una emigración impresionante, pues se han ido del país entre 100.000 y 150.000 uruguayos. Entonces, la pregunta que surge es la siguiente: si seguimos apoyando este tipo de leyes que entendemos pueden llevar a incrementar el número de abortos -además de que toda ley de carácter anticonceptivo y de control poblacional lleva a disminuir la población- ¿quién va a pagar la seguridad social?”

Esto ocurrió hace más de 15 años. La base de la priámide poblacional se sigue reduciendo, y el vértice, en términos relativos, se sigue engrosando. Cada vez más viejos, cada vez menos niños. Todo ello, fruto de una mentalidad anticocepcionista, que es a la vez causa y consecuencia de políticas antinatalistas. Es decir, suicidas. Si, suena fuerte, pero son políticas suicidas, porque a largo plazo, conducen a la desaparición de nuestro pueblo.

En 2003, la tasa global de fecundidad, era preocupante: 2,06 hijos por mujer, cuando la tasa mínima para reponer la población, es de 2,1 hijos por mujer. Nacieron ese año, unos 52.000 niños. Hoy, tras 15 años de ampliación y profundización de una batería de políticas antinatalistas, hemos llegado a una tasa global de fecundidad de 1,7 hijos por mujer y 43.000 nacimientos al año. 9.000 nacimientos menos. Y 10.000 abortos legales más. A los que hay que sumar los ilegales. Que se siguen haciendo, porque hay mujeres que no quieren que sus abortos queden registrados. Es obvio por tanto, que si los uruguayos no colaboramos, no alcanza con la inmigración dominicana, cubana y venezolana para reponer nuestra población.

Hungría

¿Qué estamos haciendo como país, como sociedad, para revertir esta situación? Absolutamente nada. ¿Y otros países? Algunos están haciendo algo. Hungría, por ejemplo –donde la tasa global de fecundidad es de 1,4 hijos por mujer-, acaba de tomar una serie de medidas series para combatir el flagelo de la despoblación.

En efecto, el gobierno del Presidente Viktor Orbán ha impulsado una serie de políticas tendientes a promover la natalidad y evitar el suicidio demográfico de su país. Entre las principales medidas que acaba de implementar, se encuentran:

  • Exoneración de por vida del IRPF, a las familias que tengan cuatro hijos o más.
  • Subvenciones para que familias numerosas, puedan comprar vehículos más grandes.
  • Créditos favorables a las familias con, al menos, dos hijos para comprar una casa.
  • Creditos con interés reducido para mujeres que se vayan a casar.
  • Creación de 21.000 nuevas plazas en guarderías.
  • Bonificación a los abuelos que se comprometan a cuidar a sus nietos mientras sus padres trabajan.

Contexto mundial

Según el informe sobre el Estado de la Población Mundial 2018 del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) –principal promotor mundial de políticas antinatalistas-, son 50 los países que en el mundo presentan tasas de fecundidad bajas o muy bajas. Dos tercios de los países del mundo ven el descenso de la fecundidad, como un problema de alcance nacional. Entre ellos hay además, 22 países –entre los cuales se encuentra Uruguay- que no alcanzan a reemplazar la población, ya que su tasa global de fecundidad está por debajo de los 2,1 nacimientos por mujer.

Los países que presentan las tasas de fecundidad más bajas del mundo, son en general, los países desarrollados, ubicados en América del Norte, Europa y Asia. Tienen altos niveles educativos y políticas que, según el UNPFA, facilitan el “ejercicio efectivo de los derechos de la mujer”, y entre ellos, los “derechos reproductivos.”

La natalidad ha bajado en el mundo “desarrollado” –y algún otro país, como es el caso de Uruguay- por múltiples causas-. El individualismo, el utilitarismo, el materialismo y el consumismo al uso, llevan a que los matrimonios tengan cada vez menos ganas de tener hijos. Por un lado, por los gastos que ello implica; por otro, por la escasez de políticas que faciliten la conciliación de estudio, trabajo y familia. Ni que hablar de la responsabilidad y el sacrificio que implica ser padre. También ocurre que los jóvenes se casan cada vez más tarde, con lo cual el período en que son capaces de traer hijos al mundo dentro de una familia, se acorta. La existencia de políticas como el aborto, el reparto gratuito de anticonceptivos, la promoción de comportamientos antiprocretativos como la homosexualidad, etc., contribuye a evitar que muchos jóvenes tengan hijos, tanto a edades tempranas como a edades más avanzadas.

Conclusión

Es urgente implementar en Uruguay- políticas que promuevan la natalidad. No sólo está en riesgo la calidad de vida de los ancianos del futuro -al ritmo que vamos, el pocos años será imposible mantener a flote el sistema de seguridad social-, sino la propia supervivencia de nuestro pueblo.

El ejemplo de Hungría, es el más reciente, pero es uno entre tantos: otros países vienen implementando desde hace décadas políticas de familia. Por eso, ante todo, es necesario investigar los antecedentes que existen a nivel internacional en la materia, y seleccionar aquellas medidas que podrían adaptarse mejor a Uruguay. Una vez acordada la implementación de una batería de medidas, deberían coordinarse las acciones a realizar desde los distintos sectores del Estado involucrados.

Otros ejemplos de políticas de familia son:

  • extender los períodos de licencia por maternidad y/o paternidad.
  • facilitar el teletrabajo y la flexibilidad horaria (lo importante es que el trabajo se haga, no importa cómo ni desde donde).
  • realizar concursos entre empresas, que premien la innovación en conciliación entre trabajo y familia.
  • exonerar de impuestos a empresas que apoyen directamente a las familias de sus trabajadores. Esto sería un aporte en no efectivo a la sociedad, sin el costo administrativo que supone transferir recursos a través del sistema de seguridad social.

Las medidas que se implementen podrán funcionar mejor o peor; y si algunas fallan, se podrán revisar y cambiar. Pero lo que no podemos hacer, es quedarnos quietos, sin hacer nada, esperando que pase el tiempo. Ello equivaldría a tomar por error un veneno de acción retardada, y en lugar de buscar el antídoto, esperar a que actúe para comprobar si es mortal. Con la diferencia de que acá no se trata de la vida de un individuo aislado, sino de la supervivencia de un pueblo entero: ¡nada más ni nada menos, que el pueblo oriental!

Álvaro Fernández Texeira Nunes

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Ley Natural: punto de encuentro

“Para distinguir una ley buena de otra mala tenemos una regla solamente; la naturaleza. No solamente se distingue el derecho por la naturaleza, sino que también todo lo que es honesto y torpe en general.”

A fines de 2017, el Papa Francisco recibió a los obispos uruguayos en el marco de su Visita Ad Limina. Ellos le plantearon al Papa algunos problemas que aquejan al país, por ejemplo, la fragmentación social, la falta sentido, respeto y amor por la vida, el afán de algunos por imponer la ideología de género y la creciente secularización. Ante esta situación el Papa invitó a los obispos, a fomentar la “cultura del encuentro”.

Si bien esta “cultura”, puede materializarse de diversos modos, quizá, un punto de encuentro ineludible con personas de otras convicciones filosóficas y religiosas, sea la ley natural. Para algunos será un tema pasado de moda, “apolillado”… Sin embargo, no hay nada más común a los hombres de todos los tiempos, razas y culturas, que la naturaleza humana. No por casualidad, los grandes clásicos de la literatura universal son, en el fondo, profundos, brillantes y amenos análisis de distintos aspectos de la naturaleza humana, con los cuales se pueden identificar hombres y mujeres de todos los tiempos y culturas.

Origen

El concepto de ley natural se remonta a la Antigua Grecia. Los sabios medievales sistematizaron los aportes de los filósofos griegos y los complementaron con los desarrollos doctrinales que se produjeron desde los inicios del cristianismo. Así, desde la Antigüedad clásica -poco sospechosa de “oscurantismo religioso”-, hasta bien entrada la Edad Moderna, casi nadie cuestionó la existencia de una ley natural, ni de una naturaleza humana común a todos los hombres.

Aristóteles, distinguía la ley natural o común a todos los hombres, de la ley propia o positiva de cada grupo social. Por tanto, el reconocimiento de unos derechos humanos fundamentales, comunes a todos los hombres y anteriores al derecho positivo, no es obra de la ONU: se remonta al Siglo IV antes de Cristo. El derecho natural se funda en la misma naturaleza del hombre, y por eso vale siempre y para todos. Es independiente de las opiniones particulares, y anterior a todo pacto o convenio humano. Es un derecho absoluto y esencial. No puede ser aprobado ni derogado: solo puede ser reconocido.

¿Qué es la ley natural?

La ley natural es una especie de “manual de funcionamiento” inherente al ser humano. Está presente en la conciencia del hombre y le indica qué cosas convienen a su naturaleza y la perfeccionan. Por eso, si el hombre contraría su naturaleza, se esclaviza, se daña a sí mismo y con frecuencia, daña a la sociedad. Así, la ley natural opera a la manera de unos preceptos universales e imperativos impresos en la razón humana, que le llevan, a obrar el bien y evitar el mal.

Esta ley es rechazada por ciertas corrientes ideológicas que, en lugar de adaptar el comportamiento del hombre al “manual de fábrica”, pretenden que cada ser humano reinvente el “manual” a su gusto y gana, tantas veces como quiera. El resultado es parecido al que obtendría quien cargara el tanque de combustible de su auto con mayonesa, o quien dotara a su vehículo de ruedas triangulares. Tales artificios, serían muy originales y transgresores, pero al no convenir a la naturaleza del coche, impedirían su uso con el fin para el que el mismo fue fabricado…

Marco Tulio Cicerón[i], el gran sabio romano del siglo I a.C, dice sobre la ley natural: “No existe, pues, más que un sólo derecho al que está sujeta la sociedad humana, establecido por una ley única: esta ley es la recta razón en cuanto manda o prohíbe, ley que, escrita o no, quien la ignore es injusto. Si la justicia es la observación de las leyes escritas y de las instituciones de los pueblos, y si (…) todo debe medirse por la utilidad, olvidará las leyes, las quebrantará si puede, aquel que crea que de hacerlo así obtendrá provecho. La justicia, pues, es absolutamente nula si no se encuentra en la naturaleza: descansando en un interés, otro interés la destruye.” (…)

“Si en los juicios y mandatos de los ignorantes existe tanta autoridad que los sufragios cambian la naturaleza de las cosas, ¿por qué no decretan que lo malo y pernicioso sea declarado en adelante como bueno y saludable?, ¿y por qué la ley de que lo injusto puede hacer lo justo, no podrá hacer del mal un bien? Y es que para distinguir una ley buena de otra mala tenemos una regla solamente; la naturaleza. No solamente se distingue el derecho por la naturaleza, sino que también todo lo que es honesto y torpe en general. Esta noción nos la da la inteligencia común, infundiéndola en nuestro espíritu, que coloca lo honesto en la virtud y lo torpe en el vicio. Hacer depender esta noción de la opinión general y no de la naturaleza, es verdadera locura.”

Ateos y cristianos, musulmanes y budistas, ricos y pobres, hombres y mujeres, asiáticos y americanos, podemos coincidir con Cicerón en que hay una ley en la naturaleza que, escrita o no, quien la viva es justo y quien la ignore, es injusto. Descubrirla, solo depende de una cosa: de lo recta que sea nuestra razón. Es decir, de nuestra capacidad de adecuar nuestro entendimiento a la realidad.

Álvaro Fernández Texeira Nunes

Fuentes:

[i] Jorge Scala, Principios Falsos y Verdaderos de la Bioética, Revista Persona y Bioética, Nº 20 – 21. Las citas de Cicerón fueron tomadas de: Cicerón, Marco Tulio, Tratado de las Leyes, Ed. Porrúa, México, 5ª Edición, 1.984, Libro II, pág.

Origen católico de los Derechos Humanos

Días atrás, se celebró con diversos eventos, el 70º aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos y el Día Internacional de la Democracia.

Cuando escuchamos hablar de Derechos Humanos, tendemos a pensar en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, o bien en su precedente, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del año 1789. Pero lo que a veces olvidamos, es que la historia del reconocimiento de los derechos humanos, empezó mucho antes, de la mano de sacerdotes católicos.

El descubrimiento de América, y la expansión del Imperio español en territorios habitados por pueblos nativos, planteó una serie de problemas morales a los teólogos y juristas españoles. De acuerdo con María Elvira Roca Barea, en su libro “Imperiofobia y leyenda negra”, disponible en la Librería LEA, “desde que llegaron al Nuevo Mundo, en 1510, los dominicos tomaron sobre sí la defensa de los indígenas y la denuncia de las injusticias que con ellos se cometían.”

En su sermón de Navidad de 1511 Fray Antonio de Montesinos cuestiona a sus fieles: “¿Con qué derecho y con qué justicia  tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos?”

Como respuesta a las denuncias, en 1512, se promulgaron las Leyes de Burgos, que fueron seguidas en 1513 por las Leyes de Valladolíd.

En 1542, se promulgan las Leyes Nuevas, que ponen a los indígenas bajo la protección de la Corona. Y en 1551 se reúnen en Valladolíd los mejores teólogos y juristas del Imperio español, para discutir la moralidad y legalidad de sus acciones en territorio indiano.

“Dejemos de lado –ironiza Roca Barea– la anomalía histórica que supone que un imperio en plena expansión detenga su maquinaria para discutir la legitimidad moral y legal de sus conquistas. (…) Puede el lector fatigar las leyes británicas y las actas parlamentarias –dice la historiadora-. En vano. No encontrará leyes sobre el trato debido a los indígenas en los territorios que se iban conquistando en Norteamérica o planes para su integración. Simplemente no existen. Nadie se plantea (los clérigos tampoco) que tengan alma, o que necesiten atención hospitalaria o que se pueda pactar con ellos” concluye la experta.

A tal punto era sensible la conciencia del Emperador Carlos V respecto de los nativos americanos, que en 1549 antes de la Junta de Valladolíd, estaba decidido a abandonar las Indias a sus antiguos señores, si se demostraba que su dominio era ilegítimo. Esa decisión no se ejecutó, gracias al dictamen de Fray Francisco de Vitoria, que si bien fue crítico, proveyó las bases morales para mantener la presencia de España en las Indias.

¿Quién fue Francisco de Vitoria? Este brillante dominico, nació en Burgos en 1483, se doctoró en Teología en la Universidad de Paris en 1522, y fue Catedrático de Teología de la Universidad de Salamanca, desde 1526 hasta su muerte. Fue él quien puso los fundamentos del moderno Derecho Internacional, siendo además, el precursor de los Derechos Humanos. Sobre los cimientos que él dejó, el jesuita Francisco Suárez, desarrollo su doctrina de la soberanía popular y los derechos humanos.  Pero vamos por partes.

En 1539, en su obra titulada De Indis, Vitoria aborda uno de los grandes problemas de su época: la donación por parte del Papa de las tierras conquistadas en el Nuevo Mundo, a la Corona española. ¿Es lícito –se pregunta Vitoria- que el Papa done tierras pobladas por infieles al poder temporal?

De acuerdo con el Prof. Mariano Fazio, en su libro “Historia de las Ideas Contemporáneas”, para contestar a esta pregunta, Vitoria procura dar respuesta a tres problemas:

si los nativos eran verdaderos dueños de esas tierras;

si los títulos de propiedad usados por los conquistadores justificaban la ocupación de América; y

si había argumentos legítimos que permitieran a la Corona reclamar el dominio.

Vitoria responde a la primera cuestión sosteniendo que los nativos, “ejercen el uso de razón”, y que “la capacidad de dominio del hombre deriva de su condición personal, y en consecuencia, ningún pecado ni infidelidad (…) impide al hombre ser dueño de sus bienes”.

Vitoria fundamenta así el título de dominio jurídico, sobre la naturaleza de la persona humana.

A la segunda cuestión –si los títulos de propiedad de los conquistadores justifican la ocupación-, el dominico responde que “ninguna potestad temporal tiene el Papa sobre aquellos bárbaros ni sobre los demás infieles.”

Vitoria rechaza la idea de un imperio universal, en el que el Papa delegaba en el emperador el poder temporal universal del cual era depositario. De este modo, rompe con la teocracia medieval, pero fiel a las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino, afirma que “todos los hombres son por naturaleza, libres e iguales”.

Así, el dominico defiende el orden natural, afirma la absoluta gratuidad del orden sobrenatural y establece la necesidad de evitar la coacción en materia de fe: “Aunque la fe haya sido anunciada a los bárbaros –dice Vitoria- y éstos no la hayan querido recibir, no es lícito, por esta razón, hacerles la guerra ni despojarlos de sus bienes”.

Para el dominico, creer es una acción libre, y la fe, un don de Dios. Como buen discípulo de Santo Tomás, Vitoria advierte que la verdad de la fe cristiana, no se puede imponer por la fuerza, ya que no es lícito violar el íntimo sagrario de la conciencia personal.

A la tercera cuestión –si era legítimo que la Corona reclamara el dominio de esas tierras-, Vitoria responde afirmando que existe “una comunidad internacional de la que forman parte todas las naciones en igualdad de derechos y cuyos miembros deben tender al bien común.” Justifica además lo que hoy llamamos “injerencia humanitaria”, poniendo por encima de las leyes positivas, las leyes de la humanidad fundadas en el derecho natural y divino: “a todos mandó Dios el cuidado de su prójimo, y prójimos son todos aquellos: luego, cualquiera puede defenderles de semejante tiranía u opresión.” Vitoria se refiere a la tiranía de los caciques de los pueblos indianos, y en particular a la práctica muy extendida, de la antropofagia y de los sacrificios humanos rituales, que año a año cobraban decenas de miles de víctimas inocentes. Ello se consideró razón suficiente para que el Imperio Español ejerciera el dominio de los territorios indianos, aunque por supuesto, la evangelización de los  pobladores nativos, siempre fue el principal motivo de la expansión española en América.

Vitoria logró integrar su humanismo cristiano -heredero de la mejor tradición escolástica y tomista-, con la apertura a las ideas propias de su tiempo y a la secularización de lo que de suyo, pertenece al orden temporal; fundamentó la dignidad del hombre en su creación a imagen y semejanza de Dios; promovió la legítima autonomía del orden temporal, sin cortar las raíces que lo unen con la trascendencia; y abrió las puertas que permitieron a la cultura occidental, pasar del mundo medieval al mundo moderno.

Si Vitoria puso los cimientos del edificio de los derechos humanos contemplando la realidad de los nativos americanos, Francisco Suárez empezó la construcción del edificio a raíz del atropello de Jacobo I de Inglaterra contra los católicos ingleses e irlandeses.

Suárez, sacerdote jesuita, teólogo, filósofo y jurista -también conocido como Doctor Eximio-, sostiene en sus obras –publicadas a principios del Siglo XVII- que el Estado existe gracias al carácter social de la naturaleza humana. El Estado está integrado por individuos conscientes y libres que reconocen, mediante la razón, la necesidad  de su existencia.

El jesuita sostiene que la ley es un principio básico para regular el obrar humano. Pero la ley humana, debe ser respetuosa del Derecho Natural, de esa ley que naturalmente existe en nosotros, y en virtud de la cual somos capaces de distinguir el bien y el mal”.

De Suárez proviene además, la idea de la soberanía popular. La vieja idea tomista de que “todos los hombres nacen libres por naturaleza”, él la complementa diciendo que si esto es así, “ningún hombre tiene poder político sobre el otro”. Por ello defiende la libertad de cada comunidad para dotarse del régimen político que considere más oportuno. Para el Doctor Eximio, toda sociedad humana “se constituye por libre decisión de los hombres, que se unen para formar una comunidad política.”

Suárez sienta así las bases de la democracia moderna, al sostener que el poder del gobernante, es otorgado por Dios a través de la comunidad.  Por tanto, si el legítimo soberano actuara en contra del bien común y de las leyes del reino, se convertiría en un tirano.

He aquí una brevísima síntesis del pensamiento de dos juristas y teólogos católicos, que sobre una base filosófica tomista, pusieron los fundamentos y los primeros ladrillos del Derecho Internacional, de los Derechos Humanos, y de la Democracia moderna.

Por supuesto que los católicos,  hoy celebramos junto a todos los ciudadanos del mundo, un nuevo aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos y el Día de la Democracia. Pero al mismo tiempo, somos conscientes de que el principal motivo para respetar los derechos de todos los hombres, es el mandamiento del amor, en el que Jesús nos ordena amarnos entre nosotros, como Él nos amó. Luego, la ley natural iluminada por la fe, nos permite ver que todos somos iguales, porque todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.

El mensaje de Jesucristo pasó de los Libros Sagrados a la cultura, y de la cultura a las leyes. Pero esto no fue casual, sino que fue el resultado del trabajo esforzado de hombres como Santo Tomás de Aquino, como Francisco de Vitoria y como Francisco Suárez, entre otros.

Álvaro Fernández Texeira Nunes

La tragedia silenciosa

El 24 de mayo de 2017 la terapeuta ocupacional canadiense Victoria Prooday publicó un artículo titulado “The silent tragedy affecting today´s children” (La tragedia silenciosa que afecta a los niños de hoy)[i]. En él advierte sobre las “nuevas epidemias” que afectan a nuestros hijos y sus graves consecuencias, si no decidimos cambiar ciertos hábitos.

En base a su propia experiencia profesional y a estudios estadísticos realizados en los últimos 15 años, Prooday llega a la conclusión de que los niños de hoy están padeciendo una tragedia emocional devastadora, alarmante, y de proporciones epidémicas:

  • 1 de cada 5 niños (20%) presenta algún problema serio de enfermedad mental.
  • La cantidad de niños con hiperactividad y déficit atencional se ha incrementado en un 43%.
  • La depresión en adolescentes ha aumentado en un 37%.
  • Los suicidios en chicos de entre 10 y 14 años han aumentado un 200%.

De acuerdo con la terapeuta, la causa principal del incremento de estos problemas, se encuentra en los hábitos de los padres y en la influencia que estos tienen en una educación incorrecta de sus hijos.

Los principales errores que están cometiendo los padres, según Prooday, son los siguientes:

1. Cuando están físicamente presentes, con frecuencia están emocionalmente ausentes. En muchos casos, están “digitalmente” distraídos (con computadoras, tablets, celulares, kindles, etc.).

2. Son poco responsables, les cuesta poner límites y disciplinar a sus hijos. Son demasiado permisivos y el que manda muchas veces, es el niño y sus caprichos, que con frecuencia se satisfacen inmediatamente para evitar berrinches y problemas.

3. La falta de responsabilidad, atención y disciplina, incluye una pobre alimentación y la existencia en los niños de un déficit de sueño, ya que se duermen a cualquier hora.

4. También se observa que los padres se preocupan poco porque los niños hagan ejercicio físico y actividades al aire libre, lo cual conduce a un estilo de vida sedentario y al aburrimiento crónico por falta de juegos creativos, por fuera de las niñeras “digitales” y “tecnológicas.

5. Se verifica una excesiva preocupación por la autoestima de los niños, y en consecuencia, una baja preocupación por hacerlos responsables y capaces. Importa mucho más felicitarlos por lo que hacen bien que señalar y penar lo que hacen mal.

Para evitar estos errores, cuyas consecuencias son desastrosas para la salud mental de los hijos, y criar niños saludables y felices, es necesario recuperar algunos principios básicos en la educación de los hijos. A continuación proponemos algunos de estos principios, basados en el artículo de Prooday y en las recomendaciones de otros expertos en la materia:

1. Volver a poner límites: los padres deben actuar como padres, no como amigos, y menos aún como cómplices. Ya habrá tiempo para ser amigos de los hijos cuando estos se independicen.

2. Brindar una vida balanceada: la libertad de los niños debe estar adecuada a su edad; pero siempre deben establecerse muy bien algunos límites: horarios para levantarse, para las comidas, para irse a dormir, y para usar dispositivos tecnológicos. Éstos siempre deben usarse en espacios comunes de la casa, no encerrados en el dormitorio, en el baño, etc. Prohibir el uso del celular durante las comidas (y por supuesto, dar el ejemplo).

3. Darles lo que les conviene: hay que perder el miedo a decir que NO cuando los niños quieran algo que no necesitan y/o que no merecen. Por ejemplo, pueden no necesitar un libro de aventuras, etc., pero se les puede regalar como premio por algún mérito importante que hayan hecho.

4. Estimularlos para que salgan de casa: los niños deben realizar actividades físicas, si es posible intensas –fútbol con los vecinos, buscar insectos, andar en bicicleta, etc.-. Si el tiempo está feo, y deben quedar adentro, procurar que lean en lugar de “matar el tiempo” con dispositivos tecnológicos. Nunca usar la tecnología para curar el aburrimiento.

5. Darles “encargos” de acuerdo a su edad: tender la cama, doblar la ropa, preparar el uniforme para el día siguiente, guardar los juguetes después de usarlos, ayudar a poner o levantar la mesa, secar los platos. Enseñarles a hacer cosas, no hacerlas por ellos cuando ya pueden solos.

6. Enseñarles a esperar: si se aburren, procurar que ellos mismos tengan la suficiente iniciativa y creatividad para entretenerse sin acudir al uso de dispositivos electrónicos. Cuando enfrenten frustraciones, deben aprender a superarlas solos.

7. Conectarse emocionalmente con los hijos: enseñarles a controlarse y a convivir en sociedad. Esa es su responsabilidad, no divertirlos o entretenerlos.

Sintetizando las sugerencias de Prooday y otros, concluimos que la responsabilidad de la formación de jóvenes fuertes, resilientes, con un sentido de la vida positivo y realista, recae sobre los padres: su misión es preparar a sus hijos para el camino de la vida, siempre lleno de amenazas y de oportunidades. La mejor forma de ayudarlos a sortear las primeras y aprovechar las segundas, es aumentar al máximo sus fortalezas y reducir a un mínimo sus debilidades, ya que son éstas son las que explican en buena parte, la tragedia emocional que muchos jóvenes padecen hoy: por su forma de crianza, tienen un carácter demasiado débil como para enfrentar la adversidad.


Álvaro Fernández Texeira Nunes

Fuentes:

El Santo Rosario: la devoción por excelencia

Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, es ante todo, mujer. Y a las mujeres les gusta que quienes las rodean, tengan con ellas detalles de cariño y gestos de amor…: por ejemplo, saludar las imágenes de la Virgen que encontramos en el camino; ponerles flores; rezar el Ángelus, o algún Ave María suelto… Todo eso está muy bien. No obstante, desde la Edad Media hasta nuestros días, el gesto de amor por excelencia con el que los cristianos nos dirigimos a Nuestra Madre, es el rezo del Santo Rosario.

Significado

El término “rosario” significa “corona de espinas”. Los antiguos griegos y romanos solían coronar con rosas las estatuas de sus dioses como símbolo de la ofrenda de sus corazones. Por eso, las primeras mártires cristianas, cuando era llevadas al martirio en el Coliseo, encaraban la muerte vistiendo sus mejores ropas y adornando su cabeza con una corona de rosas, simbolizando así su entrega al Señor. Por las noches, los cristianos recogían las coronas de las mártires y por cada rosa, rezaban una oración o un salmo por sus almas.

El salterio de la Virgen

Desde los primeros siglos, la Iglesia recomendó recitar el “salterio”, es decir, los 150 salmos de David; pero como esta oración solo podían recitarla quienes sabían leer -en aquel tiempo eran muy pocos-, se sustituyó el rezo de los salmos, por el rezo de 150 Avemarías. Esta oración se denominó “salterio de la Virgen”. En esa época el Avemaría se reducía a la oración inicial: “Dios te salve María, llena eres de gracia el Seños es contigo”. Esta oración se incorporó al Misal Romano en el año 650. El primero en unir al Avemaría, el saludo de Santa Isabel (“bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”, habría sido el monje Severo de Antioquía (456 – 538). Para llevar la cuenta de las Avemarías rezadas, en Irlanda se empezó a difundir desde el siglo IX, el uso de una cuerda con nudos o con pepitas ensartadas.

Santo Domingo de Guzmán, Urbano IV y Jesús

La devoción del “salterio de la Virgen” se fue extendiendo. En 1214, en Europa arreciaba la herejía albigense. Santo Domingo de Guzmán rezaba intensamente y ofrecía grandes mortificaciones por la conversión de esas almas. Una noche la Virgen se le apareció y le dijo que el arma de la que se sirvió la Santísima Trinidad para reformar al mundo, fue el saludo del Ángel, que es fundamento del Nuevo Testamento. Por tanto, para ganar para Dios a tantos corazones endurecidos, el arma fundamental era el rezo del salterio. Santo Domingo puso manos a la obra y difundió tanto como pudo, la devoción al salterio de la Virgen. A mediados del siglo XII, el Papa Urbano IV, modificó al Avemaría, agregando al final de la fórmula, el nombre de Jesús.  

Del Salterio al Rosario

Cien años después de la muerte de Santo Domingo, la devoción popular al salterio empezó a decaer. Sin embargo, en los monasterios se seguía rezando el salterio de la Virgen. Y se seguía modificando: fue un cartujo, Henri Egher de Kalgar, quien en el siglo XIV fijó la división del salterio en 15 decenas, con un Padre Nuestro al inicio. Por su parte, entre 1410 y 1439, el benedictino Dominique Hélion, redujo el salterio diario a 50 Avemarías y compuso las primeras meditaciones de pasajes evangélicos que se unieron al rezo del salterio. Ambos aportes datan de la primera mitad del siglo XV. 

Por esos años (1428) vino al mundo quien sería otro gran apóstol del Rosario: Alain de la Roche. Este dominico, a partir de una visión que tuvo en 1460, se convirtió en un fervoroso propagandista del rezo del rosario, que gracias a él, se empezó a llamar así. De la Roche fue además, quien dio la estructura final al Rosario, al dividir los Misterios en “Gozosos”, “Dolorosos” y “Gloriosos”.

Santa María, Madre de Dios…

Hacia 1483, en muchos países se tenía por costumbre añadir al Avemaría, una oración final: “Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores…”.Pero tuvieron que pasar ocho décadas antes de que el Papa San Pío V, en 1569 prescribiera a todo el mundo católico –encíclica mediante- el rezo del Santo Rosario con los Padrenuestros, Avemarías “completas”, y Gloria, tal como lo conocemos hoy.

El 7 de octubre de 1571, tuvo lugar la batalla de Lepanto. En ella los cristianos, tras encomendarse a la protección de la Santísima Virgen María y cambiar el rosario por la espada, vencieron a los turcos y salvaron a la Cristiandad. Ese mismo día, en Roma, el Papa estaba despachando unos asuntos, cuando de pronto se levantó y anunció la victoria de la flota cristiana. Días más tarde llegaron los mensajeros con la noticia oficial del triunfo cristiano. Por ese motivo, la Iglesia celebra cada 7 de octubre, la fiesta de Nuestra Señora del Rosario.

Los Papas, del Siglo XVI a nuestros días

Desde que el San Pío V recomendó rezar el Santo Rosario, esta devoción se extendió por todo el mundo y fue practicada y recomendada por prácticamente todos los papas que vinieron después, hasta el propio Papa Francisco. El Rosario ha demostrado ser un “arma” poderosa, de gran eficacia para lograr conversiones, combatir herejías y aún alcanzar la paz donde parecía imposible. San Juan Pablo II llegó a afirmar que el Rosario era “su oración preferida” y escribió la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, donde agregó a los tradicionales Misterios Gozosos, Dolorosos y Gloriosos, los Misterios de Luz o Luminosos. También el Papa Benedicto XVI es un gran devoto del Rosario.

La Virgen

También la Virgen ha pedido a los videntes de distintas épocas y lugares, que los cristianos recemos el Santo Rosario y que difundamos esta magnífica devoción, tan agradable a Dios.

Terminamos esta nota con unas palabras de San Luis María Grignon de Montfort, gran devoto de la Virgen: “El Rosario es, pues, una gran corona, y el de cinco decenas, una guirnalda de flores o coronilla de rosas celestes que se coloca sobre las cabezas de Jesús y María. La rosa es la reina de las flores, y del mismo modo el Rosario es la rosa y la primera de las devociones.”

Álvaro Fernández Texeira Nunes

Volver a los clásicos

En febrero de 2016, llegó a mis manos el magnífico libro “La educación política en la Antigüedad clásica – El enfoque sapiencial de Plutarco”[i], escrito por mi gran amigo y maestro, Don Ricardo Rovira[ii]. Me vi obligado a postergar su lectura, y recién en agosto de 2017 lo terminé de leer. Hoy no pretendo hacer una reseña del libro, que ya hay varias, y a cual mejor: solo quiero compartir algunas reflexiones y enseñanzas que me dejó esta obra.

El libro empieza analizando los aportes a la formación política de diversos autores de la antigüedad clásica.  A este estudio  sigue un análisis detallado de las “Vidas” de Teseo, Rómulo, Licurgo y Numa, según Plutarco. Y termina con el análisis de otras obras de Plutarco de gran importancia para el tema, contenidas en los Moralia.

Ante todo, debo decir que la lectura de este libro me recordó una anécdota que encontré hace muchos años en “Historia sencilla de la Filosofía” del Prof. Rafael Gambra: “La obra de Platón –dice Gambra- es además una joya estética y literaria de valor universal, quizá nunca superada. Bernard Shaw ha escrito que él creía en el progreso absoluto de la cultura como en algo inconcluso. Era uno de los pilares de su pensamiento. Sin embargo, un día abjuró públicamente de su progresismo: había leído a Platón. Si la humanidad ha producido tal hombre hace veintiséis siglos, obligado es confesar que la cultura no ha progresado en todos sus aspectos.”

No sé si Shaw leyó a otros autores clásicos. Pero así como la obra de Platón es “una joya estética y literaria”, que cuestiona los progresos que en ese campo se han hecho, creo que la obra de Plutarco es una gema de incomparable valor para el estudio de los principios básicos de la política. “La educación política en la Antigüedad clásica”demuestra que si bien no hay nada nuevo bajo el sol, precisamente por eso, los clásicos aún tienen mucho que enseñar a los políticos del siglo XXI. Además, la actualidad de los clásicos es una prueba contundente de la inmutabilidad de la naturaleza humana, cuyo olvido coincide, y no por casualidad, con la estrepitosa decadencia que padece la sociedad occidental y cristiana. Es que como dijo San Juan Pablo II, “la crisis de la antropología se debe al rechazo de la metafísica.”[iii]

En una era signada por la “dictadura del relativismo”, es más necesario que nunca redescubrir de la mano de los clásicos, que existe una única ley natural, y una única naturaleza humana, que no depende de la historia, ni de la geografía, ni de las circunstancias, ni de las modas. Naturaleza humana que no se puede pasar por alto al elaborar leyes positivas, sin que ello ocasione verdaderas catástrofes. Naturaleza humana que está llamada a ser punto de encuentro entre creyentes de diversas religiones y no creyentes, ya que es común a todos. Volver a las fuentes, es de capital importancia. Sobre todo en la vieja Europa, donde la antigua Cristiandad dio paso a una sociedad secularizada, y ésta, gracias a su intrínseca debilidad moral, está siendo colonizada sin prisa pero sin pausa, por grandes contingentes musulmanes.

Hace 2.500 años, la famosa batalla de las Termópilas tuvo lugar en un estrecho desfiladero, limitado al Oeste por un gran barranco, y al Este por el mar. La habilidad de los guerreros, su valor y las características del terreno, permitieron a 300 hoplitas espartanos, detener al ejército persa, y cobrar las vidas de 20.000 soldados enemigos antes de entregar las suyas. Si esa batalla se repitiera hoy en el mismo lugar, los hoplitas se verían en serias dificultades para detener a los persas, porque el desfiladero ya no existe. Los años y la erosión hicieron su trabajo, al punto que hoy la costa griega está a cinco kilómetros “mar adentro” del lugar de la histórica batalla. Sin embargo, la naturaleza humana no ha cambiado: los hombres seguimos siendo belicosos… aunque no sea muy corriente en la actualidad, encontrar 300 guerreros con igual grado de heroísmo y entrega que aquellos espartanos.

Es claro que los problemas políticos de hoy, existieron prácticamente desde que el hombre vive en comunidad, y por las mismas razones: el egoísmo, la injusticia, la debilidad, la cobardía, la pusilanimidad, el ansia de poder, de riquezas… En síntesis: la “naturaleza caída”. Las soluciones a estos problemas, son hoy las mismas que ayer: es necesario formar a los políticos en virtudes como la magnanimidad, la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, la generosidad, la obediencia –no sirve para mandar quien no aprendió a obedecer- y el amor a sus conciudadanos, entre otras.

Lo que ha cambiado, son las circunstancias. Hoy enfrentamos problemas que a primera vista, parecen insalvables, como el exorbitante costo de las campañas políticas: la mayor parte de los fondos necesarios para financiarlas, casi siempre son aportados por terceros. Difícilmente un candidato pueda ser independiente y pagarse su propia campaña. Trump fue la excepción –y quizá por eso generó tanta inquietud en el stablishment estadounidense… Esa generalizada dependencia de terceros, hace que los políticos que suben al poder, se vean en la obligación de devolver algo a sus benefactores: o bien el dinero que les prestaron, haciendo cualquier cosa por conseguirlo, o bien favores que permitan a los financistas, recuperar la “inversión”. Esto hace muy difícil, en el sistema actual, que hombres verdaderamente virtuosos y libres lleguen a ocupar altos cargos políticos, salvo que dispongan de gigantesca fortuna personal; o que encuentren financistas tan virtuosos e idealistas como ellos…

Incluso cuando la formación es la mejor, los políticos se enfrentan con frecuencia a la disyuntiva entre dejar principios de lado para alcanzar el poder, o dejar el poder de lado para mantener sus principios, conscientes de que renunciar al poder, implica dejarlo en manos de alguien probablemente menos apto… o menos altruista. Estas decisiones no solo son difíciles, sino que además, nunca son inocuas: una de las peores consecuencias de la corrupción -aparte de la injusticia que siempre conlleva todo acto corrupto, en cuanto no mira al bien común, sino al propio-, es el desprestigio de la política. “Corruptio optimi pessima” reza la vieja sentencia latina: los mejores se corrompen, y para “no ensuciarse”, los buenos terminan perdiendo interés en la política. Ello desencadena un círculo vicioso con resultados cada vez peores.

De ahí que la formación integral de los poderosos del mundo, ya sean gobernantes o empresarios, siempre haya sido un asunto de la máxima importancia. Hoy, sin embargo, parece más importante que nunca, ya que el poder de muchos estados, es superado por el poder de algunas empresas multinacionales. Apple, por ejemplo, supera largamente el producto bruto de varios países importantes. De ahí la imperiosa necesidad de las grandes escuelas de negocios, y de que éstas formen no solamente empresarios y políticos exitosos, sino también y principalmente, hombres virtuosos. En un escenario donde el respeto a ciertos principios y referencias morales brilla por su ausencia, el aporte positivo de una buena formación política y/o empresarial, puede marcar una diferencia abismal en el futuro de los pueblos.

Es frecuente escuchar al ciudadano común, quejarse del estado del mundo. Sin embargo, basta dirigir la mirada al pasado para ver que tenemos una larga historia de problemas, crisis y catástrofes. Razón suficiente para procurar aprender las lecciones que nos dejaron los grandes pensadores del pasado. Desesperar no es una opción, y dejarse llevar por la corriente tampoco. Por tanto, quien quiera ser protagonista de la historia que con su conducta está forjando hoy, encontrará en este libro algunas claves que le permitirán enfrentar el presente con calma y seguridad. Y con buena probabilidad de éxito, si aplica sus consejos.

Rovira no cesa de repetir –citando a Plutarco y motu proprio-, desde el principio hasta el final de su obra, que la política es la actividad más noble que puede ejercer el ser humano, pues de ella depende la suerte de muchos. Y así como el buen político es el responsable de la felicidad de muchos, el mal político es el culpable de la ruina moral, cultural, económica o espiritual de su pueblo. Este es otro de los grandes desafíos que nos deja el libro: la política puede llegar a ser –¡debe llegar a ser!- la actividad más noble y apreciada entre todas. Y ello se logra, trabajando para que quienes la ejercen, también sean nobles, virtuosos… En la base de un sistema político que pretenda acercarse a la perfección, siempre será necesario contar con excelentes medios para la formación temprana e integral de los futuros políticos. La orientación de esa formación política, tampoco es un tema menor. Pues si bien siempre hubo distintas escuelas filosóficas con diferentes enfoques, la política de hoy parece estar más influida por las “enseñanzas” de Maquiavelo que por las ideas de Plutarco. Los resultados están a la vista, y también por eso, es tan necesario volver la mirada a los clásicos.

Otro de los grandes desafíos que plantea el libro, es el de la participación de todos en política. De alguna manera, toda la obra pretende ser un llamado a la responsabilidad del ciudadano común, para que no omita sus deberes y responsabilidades: “a nadie es lícito permanecer ocioso”[iv], decía San Juan Pablo II, y ello incluye la actividad política. Participar en la vida de la polis es una obligación moral de todo ciudadano. Los foros y areópagos han cambiado, al punto que hoy buena parte de la actividad política pasa por las redes sociales. Pero el deber de contribuir al bien de todos sigue siendo el mismo.

No resisto la tentación de recordar la clara conciencia que de esta noble obligación, tenía Santo Tomás Moro cuando en “Utopía” (1516) le responde al muy sabio y austero –pero con pocas ganas de complicarse la vida- Rafael Hythloday: “piensa si con sabiduría y gran libertad de ánimo podrías acaso disponer tu voluntad para que tu ingenio y esfuerzo resulten beneficiosos al Estado, aunque ello te cause pena e inconvenientes. Y eso no lo podrás conseguir y llevar a mejor término que haciéndote consejero de un gran príncipe y metiéndole en la cabeza, como no dudo que lo harás, consejos honrados y persuasiones virtuosas. Porque del príncipe, como de un inagotable manantial, viene a los pueblos la inundación de todo lo bueno y de todo lo malo.”

Rafael se resiste, pero el hoy santo Patrono de los Políticos, consciente de que a los sabios no les es lícito evadir su responsabilidad, vuelve a la carga: “Si las malas opiniones y los consejos desviados no logran desarraigarse por completo de los corazones de los príncipes y no se consiguen remediar siquiera los vicios consolidados por el uso y la repetición, existe, no obstante, un motivo para no dejar al Estado. Y es éste: cuando sobreviene una tempestad y resulta imposible gobernar los vientos, no por ello debe abandonarse el barco.”[v]

En síntesis, este libro nos recuerda que “antiguo”, no es sinónimo de “pasado de moda”; que los grandes maestros del ayer, como Plutarco, aún pueden enseñar mucho a los políticos de hoy, y que en el mundo de las ideas, a veces hay que retroceder para avanzar. En la era del “use y tire”, conviene recordar que lo importante en las ideas, no es tanto su novedad o antigüedad, como su bondad o maldad. Las buenas ideas siempre se pueden usar… y también reciclar. De ahí el enorme interés de esta obra, tanto para aquellos que ejercen o pretenden ejercer cargos de gobierno, como para el ciudadano común que, consciente de su responsabilidad, quiera trabajar por el bien de su pueblo allí donde se encuentra. Porque la naturaleza humana no cambia, y porque la política sigue siendo, pese a todo, la actividad más noble que el ser humano puede ejercer, en virtud de la influencia que tiene sobre la vida y la felicidad de los pueblos.

Álvaro Fernández Texeira Nunes

Fuentes y referencias:

[ii] Ricardo Rovira Reich es doctor en Filosofía y doctor en Ciencias Políticas y de la Administración. Es Presidente de Civilitas Europa, investigador del Instituto Empresa y Humanismo y profesor del programa de doctorado en Gobierno de la Universidad de Navarra. Ha sido secretario ejecutivo en la Conferencia Episcopal Argentina, responsable de la Pastoral Familiar.

[iii] San Juan Pablo II, “Discurso a los participantes en el Congreso Internacional de teología moral”, 19 de abril de 1986; en Insegnamenti di Giovanni Paolo II. Librería Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1986, IX, 972. Citado en “Familia, Vida y Nueva Evangelización”, Cardenal Alfonso López Trujillo, Editorial Verbo Divino, pág. 62.

[iv] Christifideles laici, 3. San Juan Pablo II

[v] Las citas están tomadas de “Sir Tomas Moro, Lord Canciller de Inglaterra” (2010). Andrés Vázquez de Prada. RIALP.

¿Laicidad o Laicismo?

Lo justo y lo deseable, lo humano y lo cristiano, es que Iglesia y Estado cooperen libremente, sin prejuicios y sin miedos, en favor del bien común.

La naturaleza humana tiende a lo absoluto. Por eso, cuando se elimina a Dios de la vida de los hombres, estos siempre procuran encontrar otro absoluto que lo sustituya. Desde el siglo XVII hasta nuestros días, han surgido diversas ideologías “sucedáneas” de Dios que, con el objetivo de crear el paraíso en la Tierra, absolutizaron distintos aspectos de la naturaleza humana y de la vida social, que en el fondo, son relativos. La razón, los sentimientos, la libertad, la identidad cultural, son todas cosas muy buenas si se las integra de forma adecuada y se les da su verdadero valor –relativo-. El problema surge cuando se cree que absolutizando lo relativo, se podrán solucionar todos los problemas de la Humanidad.  Algo parecido ocurre con la laicidad. El concepto de neutralidad del Estado en materia religiosa, surgió –según sus promotores- con el objetivo de poner fin a las denominadas “guerras de religión”[i] que en su momento asolaron Europa. La idea era que los Estados dejaran de pronunciarse a favor de una u otra religión, y que desde una postura neutral, se dedicaran a garantizar la libertad de cada persona de profesar su religión.

Esta forma de entender la laicidad, dista mucho de lo que posteriormente se conoció como laicismo. El laicismo extremo, procura el destierro absoluto de Dios y de las religiones de la vida pública. Es una ideología que no es neutral, pues implica una toma una posición claramente contraria a toda manifestación religiosa en el ámbito público.

El razonamiento que lleva al laicismo es simple: si no podemos conocer a Dios, o bien, si Dios no existe, no podemos establecer puntos de referencia objetivos. Y como resulta imposible –según ellos- ponernos de acuerdo al momento de elaborar unos valores y una moral subjetiva, lo más fácil es que cada uno piense como le parezca y listo. Todas las religiones y todas las ideas serían igualmente válidas. Todo valdría lo mismo.

Este razonamiento no tiene nada que ver con la neutralidad religiosa. Aquí el Estado, más que garantizar los derechos de todos a practicar su religión de conformidad con sus creencias, lo que hace es tratar de erradicar o de reducir a su mínima expresión a las religiones –a las que consideran supersticiosas e infantiles- para que no molesten. Lo que en el fondo no quieren, es tener que rendir cuentas ante un orden moral objetivo, fundado en la ley natural, que obliga a todos los hombres por igual. De ahí que muchos estados que empezaron prestentándose como “aconfesionales”, terminaron siendo “anticonfesionales”.

Lo paradójico es que si todas las convicciones religiosas o antirregliosas valen lo mismo: ¿por qué unos pueden hablar desde sus cargos como si Dios no existiera, y otros no pueden hablar como si Dios existiera? ¿Por qué no se considera una violación de la laicidad una fuente con signos masónicos en la Plaza Matriz o una estatua de Iemanjá en la Rambla Rep. Argentina, y sí se considera una violación de la laicidad una imagen de la Virgen María en un predio de la Rambla Armenia?

El Artículo 5º de la Constitución de la República dice: “Todos los cultos religiosos son libres en el Uruguay”. Pero… ¿puede considerarse “libre” un culto religioso confinado a practicarse entre las cuatro paredes de templo? ¿Por qué hablar desde la propia fe en un país libre, se llega a considerar una falta de respeto hacia quien piensa diferente? ¿Acaso para unir las orillas opuestas de un río, no se tienden puentes? Las orillas siguen enfrentadas, pero el obstáculo se supera mediante la inteligencia y la voluntad humanas. La convivencia en sociedad no se debe basar en el ocultamiento ni en la negación de las diferencias, sino en el esfuerzo personal por respetar a quien piensa distinto.

Para terminar, prestemos atención a la experiencia española de “laicidad positiva”. Este concepto, “fue teorizado en 1989 en Italia”, y fue consolidado por el Tribunal Constitucional español en su sentencia 101/2004, que dice: «En su dimensión objetiva, la libertad religiosa comporta una doble exigencia (…): primero, la de neutralidad de los poderes públicos, ínsita en la aconfesionalidad del Estado; segundo, el mantenimiento de relaciones de cooperación de los poderes públicos con las diversas iglesias. En este sentido […] la Constitución […] considera el componente religioso perceptible en la sociedad española y ordena a los poderes públicos mantener las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones, introduciendo de este modo una idea de aconfesionalidad o laicidad positiva”».”[ii]

Buena aplicación del viejo mandato “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Lc. 20, 25). En otras palabras, Jesus afirma que todo ciudadano debe rendir el culto debido a Dios, y a la vez, pagar el tributo debido al César. Ello no implica que el Estado y la Iglesia (o las religiones) a nivel institucional, deban permanecer espalda con espalda, sin mirarse, sin saludarse, o en actitud hostil. Lo justo y lo deseable, lo humano y lo cristiano, es lo contrario. Que Iglesia y Estado cooperen libremente, sin prejuicios y sin miedos, en favor del bien común.

Álvaro Fernández Texeira Nunes

[i] Las denominadas “guerras de religión”, como casi toda guerra, estuvieron motivadas más por el dinero y el poder que por diferencias religiosas. La religión, fue más bien una excusa para despertar el sentido de pertenencia de un pueblo.

[ii] http://www.forumlibertas.com/que-es-la-laicidad-positiva/

La Dictadura de lo Políticamente Correcto

“Esforzaos en construir la paz. Pero no hay verdadera paz sin verdad. No puede haber verdadera paz si cada uno es la medida de sí mismo (…), sin preocuparse al mismo tiempo del bien de los demás, (…), a partir de la naturaleza, que acomuna a todo ser humano en esta tierra. Estas palabras del Papa Francisco en marzo de 2013, van en la línea de lo expresado por Benedicto XVI el 1º de enero de ese año: Una condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo moral y del presupuesto de una moral totalmente autónoma, que cierra las puertas al reconocimiento de la imprescindible ley moral natural inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre. La paz es la construcción de la convivencia en términos racionales y morales, apoyándose sobre un fundamento cuya medida no la crea el hombre, sino Dios.”

No hay paz sin verdad. No hay paz si no desmantelamos la dictadura del relativismo. Pero… ¿qué es el relativismo?; ¿por qué se habla de una “dictadura”?; ¿cómo afecta la paz?; ¿cómo desmantelarla?

Qué es el relativismo

Para la Real Academia Española, relativismo es una “teoría que niega el carácter absoluto del conocimiento, al hacerlo depender del sujeto que conoce.” Es la renuncia del hombre a la posibilidad de conocer las verdades objetivas que fundan la convivencia humana. Es un error, pues si bien hay muchas cosas relativas, también hay verdades objetivas que se pueden conocer.

¿Por qué “dictadura”?

El “relativismo” es una ideología que se impone a través de la cultura. Así, la “corrección política” –la materialización del relativismo- impera en la educación, en los medios de comunicación y en las leyes: quienes dicen que es lo políticamente correcto, son los formadores de opinión.

En un ensayo titulado “Lo políticamente correcto o el acoso de la libertad”, el Prof. Manuel Ballester sostiene que lo políticamente correcto “remite a un modo de actuar y de hablar que se está imponiendo, pero no pacíficamente (…). Se trata de una imposición a base de legislación y cuenta con un poderoso aparato censor y punitivo. Remite, por una parte, a una cierta visión buenista de la sociedad que, por otra, se contradice con el modo inquisitorial en que se aplica.”

Esta ideología se empezó a difundir a fines del siglo XX en algunas universidades norteamericanas, al promover el relativismo como medio para combatir la intolerancia. Al respecto, dice Ignacio Aréchaga -citando a Allan Bloom en un artículo titulado “La verdad, aliada del debate civilizado” -, que esto llevó a cambiar la jerarquía de valores: “de tener en el centro la búsqueda de la verdad, pasaron a inculcar en los jóvenes la aceptación de la diversidad por encima de cualquier otro valor.”

Sigue Aréchaga: “De la mano del relativismo iba la exigencia de igualar todos los puntos de vista y estilos de vida: dado que no hay criterios objetivos para discernir cuáles son mejores que otros, nadie tiene derecho a criticar aquellos con los que discrepa. Y si lo hace, se le declara enemigo de la apertura.”

Cómo afecta la paz

El relativismo parte de una afirmación tan contradictoria como absoluta: “todo es relativo”. Si todo es relativo, no hay puntos de referencia objetivos para la conducta humana, nada es verdad o mentira, no hay bien ni mal: sin puntos de referencia, es imposible convivir en paz.

Para llenar ese vacío referencial, el relativismo implantó una ideología con una jerarquía de valores propia, en cuya cumbre está la “tolerancia”. Claro que sólo se toleran ideas relativistas, mientras se tilda de fundamentalista, todo intento de buscar la verdad. No se argumenta, no se admite el debate ni la libertad de expresión: negarse a dialogar y descalificar al adversario, tampoco contribuye a la paz.

Ante tal presión social, la búsqueda de la verdad que siempre caracterizó a los intelectuales, se sustituye por el compromiso de hacer entrar al ser humano real, dentro de los estrechos límites de una ideología artificial: pero la paz nunca se podrá encontrar forzando la naturaleza humana.

Hasta el clásico concepto de Justicia –“dar a cada uno lo que le corresponde”- se cuestiona. Y se sustituye por el de igualdad absoluta, lo cual impide la competencia o la jerarquización según talentos y virtudes: no se puede alcanzar la paz ignorando la Justicia.

Finalmente, se manipula el lenguaje, poniéndolo al servicio de un buenismo sensiblero que poco tiene que ver con la realidad: se habla de “interrupción voluntaria del embarazo” en lugar de aborto; de “muerte digna” en lugar de eutanasia. Se busca imponer un lenguaje “no sexista”, y descalificar por “sexista”, todo aquello que no es políticamente correcto: la manipulación de las conciencias a través del lenguaje, no puede llevar a la paz.

Qué hacer…

Para desmantelar la dictadura del relativismo, es necesario recuperar el sentido común. Y profundizar, en los fundamentos filosóficos, antropológicos, biológicos y jurídicos que contradicen esta ideología liberticida. Sólo con buena formación, podremos ayudar a otros a vivir en libertad, y a evitar ser manipulados por este “neolenguaje” orwelliano que entre otras cosas, pretende sustituir la clásica diferencia entre “sexos” por una artificial diferencia entre “géneros”. Los seres vivos tienen sexo, no género.

Claro, de nada vale estar bien formados si callamos. El amor a los demás exige iluminar al mundo con la luz de la verdad: la mentira no puede ser el fundamento de la paz.

 Álvaro Fernández Texeira Nunes