Yo, Tonya: tragedia y resiliencia, en tono de comedia

Yo, Tonya (I, Tonya – 2017) se basa en la vida de Tonya Harding, una redneck de familia disfuncional, que abandonada por un padre con quien tenía una buena relación, quedó a cargo de una madre abusadora. Tonya dejó muy pronto sus estudios y aprendió a patinar sobre el hielo, soportando las severas exigencias de esa mamá antipática que, interpretada por Allison Janney, le mereció a esta un Oscar como mejor actriz de reparto.

Su matrimonio con un joven de Portland solo sirvió para prolongar una vida marcada por el abuso y la violencia. Pero a pesar de todo, y de la discriminación que sufrió en un ambiente deportivo elitista, esta chica triunfó como patinadora artística por los años 90, llegando a ser campeona en su país y a competir a nivel olímpico. Entre sus muchos logros, fue la única patinadora norteamericana que logró hacer una figura acrobática denominada el triple Axel. Sin embargo, su carrera dio un vuelco inesperado y trágico. Cuando apenas tenía 23 años, Tonya quedó implicada en un oscuro incidente: la agresión a una de sus compañeras del equipo olímpico, Nancy Kerrigan.

Craig Gillespie, su director, nos narra esta historia en una delirante mezcla de biopic-falso documental-comedia negra. Está excelente en el protagónico la actriz australiana Margot Robbie, quien le da a su Tonya potencia y emotividad.

Yo, Tonya no es un film sutil. Por momentos, puede llegar a parecer un compendio del sufrimiento que no eleva, que no lleva a crecer, que no redime. Pero está muy bien hecho, y como toda narrativa lograda, permite detonar en el espectador la reflexión sobre muchos temas, como personas y como sociedad.

Sirve para que cuestionemos la diferencia entre verdad y perspectiva: ¿Cuánto de verdad sabemos acerca de una situación a través de la prensa? ¿Eso nos alcanza para juzgar a alguien? ¿Cuánto nos esforzamos por informarnos adecuadamente? ¿Qué tan rápido aceptamos como verdad lo que en realidad son preconceptos? Y a la inversa: ¿qué tan rápido nos dejamos convencer por una película, y la tomamos como la verdad?  

También nos permite reflexionar sobre los dones y los talentos, y cómo muchas veces, estos pueden convertirse en una condena para aquel que los recibió. Sobre cómo es fundamental la educación y un camino de virtud a la hora de hacerlos florecer.

No es un tema menor el detenernos a analizar cuánto determina el futuro de una persona el contexto en el cual fue formada, más allá del libre albedrío. Frente a la historia de Tonya, es imposible no plantearse cómo la vida de esta chica pudo haber sido totalmente distinta si hubiera nacido en otra familia, en otro lugar, o en otro momento histórico.

Y sin dudas nos invita a ponderar la importancia de cultivar la resiliencia: la sonrisa de Tonya en las competencias es como una máscara superficial que esconde su angustia profunda. Pero su voluntad nunca se dobla, porque Tonya es una luchadora, una superviviente.

Un combo que, en su conjunto, hace de Yo, Tonya una película fascinante.

Laura Álvarez Goyoaga

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“SUPONGAMOS QUE…”

CS Lewis y las Crónicas de Narnia

Mucho se ha teorizado acerca del supuesto significado verdadero de la simbología en las Crónicas de Narnia, la clásica saga para niños escrita por C.S. Lewis. En el año 1954, el propio Lewis escribió una carta a los alumnos de quinto grado de una escuela de Maryland, donde les explicó su proceso creativo en función del punto de partida “supongamos que”. “No me dije a mí mismo ‘Representemos a Jesús como Él realmente es en nuestro mundo, como un león en Narnia’, sino que me dije ‘Supongamos que existe una tierra como Narnia, y que el Hijo de Dios, como se hizo hombre en nuestro mundo, se hizo un león allí, y después imaginemos lo que puede pasar’”.

Clive Staples Lewis (1898-1963), fue uno de los más importantes autores cristianos del siglo XX. Profesor de literatura en Cambridge y Oxford, escribió crítica literaria, apologética, filosofía, teología, ciencia ficción y fantasía. Su conversión del ateísmo a la fe lo movió a una impresionante tarea evangelizadora a través de la producción cultural. Son famosos varios de sus libros, como Cartas del Diablo a su sobrino, Mero Cristianismo, y El gran divorcio, entre otros. Pero sin dudas el público del siglo XXI lo conoce más por la excelente adaptación cinematográfica de sus Crónicas de Narnia.

En Oxford, donde fue primero estudiante y luego profesor, conoció a otro gran intelectual de la época: J.R.R. Tolkien, quien fue determinante en su proceso espiritual. Tolkien y Lewis fueron grandes amigos. Los dos académicos solían argumentar sobre varios temas, particularmente sobre religión. Fue Tolkien quien convirtió a Lewis al cristianismo, a lo largo de una caminata por los jardines de Oxford, que duró toda la noche y culminó en el amanecer y la revelación.

Ambientadas en la Inglaterra de la Segunda Guerra Mundial, las Crónicas de Narnia cuentan la historia de cuatro niños (los hermanos Pevensie: Lucy, Edmund, Peter y Susan), evacuados de los bombardeos en Londres a la casona rural de un excéntrico profesor. Mientras juegan a las escondidas, Lucy descubre que a través de un viejo armario se llega al mundo mágico de Narnia, una tierra muy parecida a nuestro mundo, donde conviven con los humanos criaturas fantásticas relacionadas con la mitología clásica, envueltas en la eterna lucha entre el bien y el mal. Su gesta los llevará a luchar junto al rey león Aslan, contra la Bruja Blanca, para revertir el malvado hechizo que asola a Narnia con un invierno eterno.

Dirigida al público infantil, Narnia, una saga fantástica muy diferente de El Señor de los Anillos, es una exquisita mezcla de magia y mito con subtexto espiritual. Podemos decir que, como la obra cumbre de Tolkien, es un trabajo “fundamentalmente religioso”. Pero mientras que el autor de El Señor de los Anillos invita al lector a descubrir las raíces cristianas dentro de la historia, Lewis las deja claras sobre la superficie, de una manera inconfundible e inevitable.

En estudios literarios, una alegoría es una sucesión de metáforas, una historia donde cada elemento presente simboliza otra cosa, con el fin de dar a entender una cosa expresando otra diferente. Tanto Tolkien como Lewis eran lectores de las alegorías clásicas. El primero manifestó expresamente que no lo convencía, para narrar sus historias, ese recurso. En cuanto a Lewis, se ha señalado por buena parte de la crítica, en las historias del complejo e intrincado universo de Narnia por él creado, un contenido alegórico profundo, aunque cueste encasillarlas cien por ciento en tal formato.  

La presencia de símbolos y temas cristianos a través de las Crónicas es notoria. Por ejemplo, los varones aparecen designados como “hijos de Adán” y las niñas como “hijas de Eva”. Edmund refleja la imagen del hombre caído, la debilidad frente a la tentación y el pecado. Aslan, el león, es una representación de Jesús, que da su vida para salvar al traidor, y luego resucita glorificado. Susan y Lucy representan a las mujeres que acompañaron a Jesús en su agonía y se encargaron de su cuerpo tras la muerte. Y podríamos seguir con paralelismos.

Si el objetivo es aquilatar el verdadero impacto de estas historias escritas por Lewis, éste bien puede resumirse en un efecto iluminador. Por encima del racionalismo y materialismo propios de su época, que también informa la nuestra, las historias de Narnia van desmitificando uno tras otro los tabúes contemporáneos, imbuidos de corrección política.

En Narnia existe la pura bondad, una cualidad como mínimo sospechosa para nuestra cultura del escepticismo, con todos los atributos asociados a ella, hoy desvalorizadas: la nobleza, el valor, la cortesía, la pureza, la alegría, el aprecio por lo bueno, la perfección. El mal, por su parte, ha perdido la capacidad de regocijarse o creer en cualquiera de las cualidades anteriores, y el infierno aparece como el lugar donde todo es grotesco, cruel, violento, odioso. A través de sus historias, Lewis nos despierta a estos dos conceptos, el bien y el mal absolutos, dos enormes categorías que también hoy corren el serio riesgo de desdibujarse en un mar de relativismo. 

Luego tenemos las encarnaciones del mal. Lo encontramos en el malhumor, el egocentrismo y la malicia de Edmund, y en la forma como él sucumbe a la tentación. También en la Bruja Blanca, símbolo de los ángeles caídos o del mismo Satán, que seduce a Edmund con una mera parodia de amabilidad, porque nada en el mal es auténtico. En Narnia, como en nuestro mundo, el mal es deshumanizante, y no aparece de manera súbita en el curso natural de las cosas. Un mal menor lleva gradualmente a otro mayor. En sintonía con esto, si algo queda claro en la narrativa de Lewis, es que somos capaces de aplaudir la traición, el cinismo, la cobardía, la pusilanimidad, el egoísmo… pero no podemos convertirlas en algo atractivo.

Finalmente, no podía faltar en una buena historia cristiana, la idea de redención. El ejemplo más emblemático de ella es la salvación de Edmund, que rescatado del mal se convierte en una buena persona. En la última entrega de la saga, cuando un personaje le pregunta a Edmund si conoce a Aslan, la respuesta del muchacho tiene un indudable contenido teológico: “Bueno… él me conoce a mí”.

Lo cierto es que las Crónicas de Narnia se han consolidado como obras literarias perdurables, fascinantes para ateos y creyentes, para académicos y no académicos, para niños y adultos. Ello tiene que ver con su contenido removedor: cuentan una historia que nos permite descubrir verdades profundas sobre nosotros mismos. Nos ayudan a comprender que la búsqueda de la virtud implica derrotar el poder del pecado, y abrazar el poder del bien. Y que para ambas cosas, necesitamos la gracia de Dios.

El simbolismo religioso de Lewis nos reafirma que nuestras intuiciones más profundas siempre nos llevan a la verdad; que hay una fuerza maravillosa en el corazón del universo, y que estamos llamados a encontrarla, abrazarla y adorarla.

En la frontera de Narnia, Aslan le dice a Lucy y a Edmund que él existe también en su mundo, donde tiene otro nombre: “Esa es la razón por la cual ustedes fueron conducidos hasta Narnia, para que habiéndome conocido aquí por un breve lapso, sean capaces de conocerme mejor allí”. Visto con esta simplicidad, mayores explicaciones o análisis parecen irrelevantes.

Laura Álvarez Goyoaga

Righteous Kill: crítica al relativismo moral

Frente a frente es un drama policial del año 2008, sobre dos policías veteranos de New York City a quienes les toca investigar una serie de asesinatos cometidos por un “vigilante” contra criminales que han conseguido evadir el castigo de la justicia. No es un tema novedoso ni poco trabajado en la cinematografía, pero esta película en particular le proporciona un atractivo adicional: dos leyendas del cine, Robert de Niro y Al Pacino, por primera vez en 40 años de carrera, son sus  protagonistas.

De Niro hace el papel del siempre enojado detective al que apodan Turk. Pacino es Rooster, su más moderado y conciliador compañero. Juntos tienen bien ganada la fama de ser infalibles, capaces de resolver cualquier caso mejor y más pronto que cualquiera de los demás detectives. Pero también los dos comparten un secreto oscuro, de sus primeros años de servicio.

La historia tiene varias y logradas vueltas de tuerca. Ahora bien, está dirigida al público adulto. Dentro de la trama, elementos morales, cristianos, y anti cristianos se entremezclan en un combo donde los comentarios crudos están a la orden del día, la violencia marca cada escena, y contenidos sexuales casi gratuitos aparecen más de una vez. Vista desde esta perspectiva, la trama no llegaría a ser inspiradora, y todavía menos potencialmente redentora.

Sin embargo, el planteo de tomar la justicia en mano propia deja abierta toda una interesante línea de reflexión acerca de uno de los grandes males de esta época: el relativismo moral. Cuando la justicia humana falla, la tentación de saltarse barreras está muy cerca. Todos en mayor o menor medida aceptamos la idea de que un mal comportamiento trae consecuencias negativas. Si alguien ha cometido terribles crímenes, ha actuado con profunda maldad, y debe enfrentarse a las consecuencias de sus acciones, decimos: “Tuvo su merecido” o “Cosechó lo que sembró”. La línea narrativa de la historia de Turk y Rooster, a diferencia de ello, pone en evidencia que no hay ninguna justicia poética en los crímenes del vigilante.

Nos hace pensar en cómo, bajo la máscara de quienes deberían personificar el bien y la verdad humana, se esconden aguas oscuras. Allí es que esta película marca el tono moral: cuando nos deja claro que los seres humanos no tenemos derecho a tomar la ley en nuestras manos. Sin dudas falta en la trama decirlo en forma expresa, pero no por eso es menos evidente: desde una cosmovisión  cristiana, sabemos que esa prerrogativa le corresponde a Dios.

El relativismo moral puede definirse como la falta de absolutos. Es la creencia de que la verdad absoluta no existe, y que lo que es verdad para alguien no necesariamente lo es para otros. Turk y Rooster han alejado de sus vidas lo absoluto. Se han alejado de la fe. Se han alejado de Dios. A nadie puede sorprender entonces que el resultado de este relativismo moral sea el caos.

Por eso, y a pesar de todas sus carencias argumentales, esta película nos recuerda que la Verdad existe.

Laura Álvarez Goyoaga

Ennio Morricone: fe, oración, música y Dios

El pasado 6 de julio falleció Ennio Morricone, uno de esos compositores que ha marcado un antes y un después en la historia de la música. Si bien lo conocemos por las excelentes bandas sonoras que compuso para películas de todo tipo, como La misión, Los intocables, Los 8 más odiados y Cinema Paradiso, también incursionó en la música sacra, de cámara y sinfónica, la ópera, y hasta canciones populares. Era además un católico convencido, que cada mañana se levantaba muy temprano para rezar durante una hora ante la imagen de Cristo.

Nacido en Roma en 1928, en 1956 se casó con María Travia, la esposa que lo acompañó durante toda su vida y con quien tuvo cuatro hijos. Ganó muchos premios, entre ellos dos Oscar (uno por su trayectoria y otro por Los 8 más odiados), pero también 27 Discos de oro y 7 Discos de platino, varios Bafta, Globos de Oro y Grammys.

Eligió vivir en Roma, y no en EEUU. Trabajó con directores célebres como Pasolini, Bertolucci, Brian De Palma, Roman Polanski, Oliver Stone, Pedro Almodóvar, Roland Joffé. Su consigna de trabajo consistía en  “probar algo completamente original y que a la vez sea entendible”, según sus propias palabras. La música para él era una herramienta de comunicación, y un camino para expresar su fe.

Proveniente de una familia cristiana, este músico autor de obras instrumentales de gran fuerza y espiritualidad creía que la música ayuda a rezar, pero que la oración necesita también «palabras, intenciones, concentración». Coherente con su fe, compuso música sacra a lo largo de toda su vida. Más recientemente, a pedido del Papa Francisco, un “Amén” coral en ocasión de un Festival de coros en la Santa Sede, un Via Crucis, y una composición sobre la Creación.

El mundo del cine y el de la fe se entrecruzaron como nunca en su carrera con la película La Misión, para la cual fue autor de la inolvidable banda sonora, una de las más hermosas que alguna vez nos trajo el cine, en base a tres elementos distintos que ya estaban en la historia narrada: el oboe del sacerdote jesuita, la música coral y la música étnica de los indios.

Este drama histórico del año 1986 narra la lucha de los jesuitas en Sudamérica durante el siglo XVIII por defender a los nativos de las misiones de la voracidad esclavista de Portugal. Robert Bolt es el guionista, Roland Joffé el director, Jeremy Irons y Robert De Niro sus protagonistas. El gran telón de fondo aquí es la historia de salvación. Sin dar una respuesta única, nos enfrenta a una encrucijada en la cual cualquiera puede encontrarse en algún momento de su vida: actuar por convicción, o por deber; tomar una decisión difícil para evitar el mal mayor, o jugarse dando la vida por una causa.

La misión es un clásico del cine. Una película fuerte, bellísima, inspiradora. Una historia de redención, de amor, de entrega, de compromiso, donde la música se vuelve parte de la trama, y refleja la sensibilidad única de un alma enamorada de la trascendencia. Por eso es una buena idea volver a verla, o acercarse a ella por primera vez. No es más que un homenaje merecido a un artista único.

Laura Álvarez Goyoaga

Las trampas de nuestras debilidades humanas. Película: Paris, Texas

Travis aparece caminando por el desierto como si fuera un personaje bíblico. El aspecto desarreglado, la barba a medio crecer, la raída gorra roja y su marcha tambaleante nos dan la idea de que hace ya tiempo que se alejó de la civilización. Es imposible saber hacia dónde se dirige, si es que se dirige a alguna parte. Este es el enigmático comienzo de un film intenso y emotivo, dirigido por Wim Wender en el año 1984.

Paris-Texas, con un título inspirado en el punto geográfico de la ciudad y el estado en cuestión, no es una película que recurra a estrategias trilladas para provocar emociones: no lo necesita. Tras su colapso en el pueblo perdido a la vera del desierto donde encontró ayuda, Travis, rescatado por su hermano Walt, volverá a intentar escaparse, y guardará un persistente silencio. A través de las líneas de diálogo de Walt vamos enterándonos de la tragedia familiar que precede este reencuentro. La historia de Travis es una larga cadena de pérdidas. Estuvo felizmente casado, y tuvo un hijo. Pero todo salió mal.

De a poco, Travis comienza a integrarse: no está loco, simplemente abrumado por el dolor ante el fin de su matrimonio debido al alcoholismo y a los celos enfermizos. Se queda un tiempo en casa de su hermano, gana la confianza de Hunter (el hijo abandonado), y juntos emprenden viaje en una destartalada camioneta rumbo a Houston, en busca de Jane (la esposa perdida).   

Este viaje desde Los Ángeles a Houston incluye conversaciones profundas y por momentos hilarantes, sobre temas tan variados como la pérdida, el abandono, el Big Bang y la teoría de la relatividad. En el sentido real y el metafórico-simbólico, el camino termina con las desgarradoras escenas del reencuentro entre Travis y Jane. Aunque simple, sencilla, hasta vulgar, la historia de amor entre ellos es profundamente conmovedora. Una fábula que nos habla de necesidades espirituales insatisfechas, de la búsqueda desesperada de la felicidad por el camino equivocado, de las trampas de nuestras debilidades humanas.

El guión es directo y simple, sin adornos innecesarios ni elucubraciones culturosas vacías. La espectacular cinematografía produce una de las narrativas visuales más irresistibles de todos los tiempos. Una banda sonora de melancólicas guitarras acompaña las excelentes actuaciones, en especial de Harry Dean Stanton, Nastassja Kinski y Hunter Carson.

Pero, sobre todo, Paris-Texas es un ensayo exploratorio de la angustia existencial. Esa que nos vence cuando dejamos a Dios fuera de nuestras vidas. Al hablarnos de búsquedas y pérdidas, del dolor desgarrador de la separación, nos está hablando también de esa necesidad humana profunda que solo la fe puede calmar.

Laura Álvarez Goyoaga

En el Medio de la Nada: estreno el 26 de junio

El viernes 26 de junio será estrenado el corto En el Medio de la Nada, producido por Prometheus Productions sobre un guión original de Laura Álvarez Goyoaga.

El corto, fue dirigido por Alejandro Torres Álvarez, con la producción de Mateo Berdou.

Uno de los posters promocionales del corto

Los actores son, en orden de aparición son: Federico Heller como Andrés, Mateo Berdou como Lucas, Julieta Rodríguez como Sofía López y  Pilar Mazzoli como Cecilia.

Se trata de un cuento corto que describe una situación conflictiva entre personajes fuertemente marcados por relaciones laborales y sentimentales.

Compartimos el tráiler a continuación:

Tom Hanks debuta como guionista y director: THAT THING YOU DO

En formato “mockumentary”, una comedia musical del año 1996 marcó el debut de Tom Hanks como guionista y director. Titulada That Thing You Do, cuenta la divertida trayectoria de un grupo ficticio de jóvenes músicos oriundos del pueblito de Erie, en Pennsylvania, durante su camino hacia la fama y el éxito en 1964. Como protagonista se destaca la actuación de Tom Everett Scott en el papel de Guy Patterson, un chico que trabaja en la tienda de electrodomésticos de su padre mientras, en las horas libres, se entrega a su pasión por el jazz y tocar la batería. Un accidente imprevisto que lo lleva a convertirse en el baterista de un grupo musical, y su instinto para convertir una balada compuesta por el líder en un éxito pop a través del ritmo, lo convierten en el centro de interés de la trama. Así nacen los Wonders, la banda que en forma inesperada, pasa a ser patrocinada por un manager, sale de gira por los diferentes estados, consigue estar en la lista de los top ten, aparece en entrevistas de televisión y hasta actúa en una película de Hollywood. Todo gira sobre ruedas, mientras de a poco van apareciendo los obstáculos que, casi en forma exclusiva, tienen que ver con la capacidad de madurez y empatía de estas nuevas estrellas.

Con el trasfondo de una expresa cosmovisión cristiana (se habla de ir a la iglesia, de servir a la iglesia, de no trabajar los domingos), plantea el conflicto entre la integridad artística y la tentación del éxito comercial. El propio Tom Hanks se reservó un papel secundario en esta producción, como el representante de Play-Tone Records. La inocencia y candidez de la historia narrada es una de las fortalezas del film, que no tiene pretensiones de profundidad o ambivalencias, y recrea una época, una cultura y un modo de sentir. En el marco de la pop-culture captura la ingenuidad y el optimismo de la década, en una fábula moralizante sobre lo efímero de la fama y el éxito, sin perder de vista el lado oscuro de la celebridad, y exponiendo cómo la industria del entretenimiento esconde bajo una máscara de glamour egos desproporcionados y sonrisas sintéticas.

La historia despliega un rango interesante de personalidades en los personajes, con mensajes positivos. Un ejemplo de esto es cuando el líder de la banda desilusiona en forma cruel a su incondicional novia, interpretada por Liv Tyler, y ella con el corazón destrozado demuestra dignidad y grandeza. Otro, cómo el baterista Guy persigue sin descanso su sueño, pero siempre teniendo cuidado de no ser injusto o lastimar a alguien en el proceso.

THAT THING YOU DO, nunca estereotipada ni cursi, es un referente válido y realista para comprender la profundidad del cambio cultural que ha afectado a nuestra sociedad occidental en los últimos años. Enfatizada por las fotos y textos en el epílogo, la dimensión histórica de los personajes trasciende cualquier convicción de su ficcionalidad.   A su vez, la pegadiza canción compuesta por Adam Schlesinger que da título a la película, consigue que el espectador siga tarareándola cuando termina la historia. Así de buena es.

Laura Álvarez Goyoaga

Una serie “confortable”: UN LUGAR PARA SOÑAR, en NETFLIX

Basada en una saga de libros de la autora de novelas románticas Robyn Carr, esta nueva serie de Netflix cuenta la historia de Melinda Monroe (Alexandra Brechinridge), una muy calificada enfermera y partera de Los Angeles, quien luego de una tragedia personal decide aceptar un empleo en un pueblo pequeño y remoto. El pueblito en cuestión es el pintoresco Virgin River, y su empleador en prospecto es un médico gruñón de más de 70 años quien no está para nada de acuerdo con la opinión de su esposa (la alcaldesa) de que necesita ayuda.

En medio de los problemas sobrevinientes porque las cosas no resultan como ella esperaba, Mel conoce a Jack Sheridan (Martin Henderson), un veterano de guerra con sus propios fantasmas. Entre la revelación progresiva de los secretos de ambos, y una historia romántica que comienza a construirse, van interactuando diversos personajes, con el telón de fondo del bellísimo paisaje del río y las montañas. Los flashbacks de las historias de Mel y Jack generan el nivel adecuado de suspenso con revelaciones progresivas, mientras se abordan tópicos delicados como el dolor ante el duelo, o las consecuencias de la guerra en la vida de un combatiente.

En esta adaptación televisiva que Sue Tenney hace de los libros, los paisajes son hermosos, la estética visual impecable, las actuaciones muy naturales, la producción de alta calidad y los guiones bien escritos. La protagonista en particular está perfecta en su interpretación, combinando en dosis adecuadas la vulnerabilidad, el encanto y la profesionalidad.

Un lugar para soñar es una de esas series que la crítica suele calificar como “confortables”, de las deberían mirarse envueltos en una manta, y tomando algo caliente frente al fuego de la chimenea. Estamos ante una producción cien por ciento familiar, sin escenas incómodas, donde el conflicto nunca se sale demasiado de cauce. Pero tal vez lo más refrescante a resaltar es que contiene la cuota suficiente de drama sin manipulación emocional de ningún tipo: no hay agendas ideológicas que la trama quiere vendernos. Estamos ante una categoría que en el pasado había sido patrimonio exclusivo del Hallmark Channel, y que de a poco pero con paso firme comienza a aparecer en Netflix.     

Y aunque no ha tenido mayores esfuerzos promocionales o de marketing, a pesar de que se trata de la adaptación de libros que han sido bestsellers (con más de 13 millones de ejemplares vendidos), ha alcanzado buenos niveles de audiencia. La primera temporada ha sido un éxito, y a poco de su estreno ya se anunció la segunda. Quizás porque responde a las necesidades y los intereses de un público que está cansado de documentales y realities. Que busca una historia romántica tradicional, con personajes con quienes es fácil identificarse, cuyas vidas no han resultado como las tenían planeadas. Personajes que pueden superar adversidades, porque reconocen que necesitan ayuda y son capaces de aceptarla. Una historia donde no faltan ni la emoción ni el sentido del humor, y que transmite al espectador una sensación edificante. Bienvenida sea.

Laura Álvarez Goyoaga

Inconcebible en Netflix: Retrato veraz y refrescante de una mujer de fe

Inconcebible es una serie de Netflix basada en hechos reales, cuya trama derivó de un artículo ganador del Premio Pulitzer titulado “El proyecto Marshall: una inconcebible historia de violación”. La víctima de esta violación, en la ficción se llama Marie Adler (Kaitlyn Dever), y es una chica de 18 años que vive sola en un complejo de apartamentos para jóvenes en situación de riesgo, en transición desde hogares adoptivos a la independencia por la mayoría de edad. Las autoridades involucradas en la denuncia notan algunas inconsistencias en su relato. La sugerencia de quien fuera su madre adoptiva, de que Marie podría estar tratando de llamar la atención, así como los antecedentes de una infancia complicada, hacen dudar de la verdad de sus afirmaciones. Los policías pasan de sugerirle que quizás se confundió, a acusarla de mentir, y Marie termina por retractarse. Procesada por denuncia falsa, perderá su empleo y su hogar.

Tres años después, una serie de violaciones son perpetradas en otro Estado, con características muy similares. La tarea de investigar estos casos, que terminarían reivindicando a esta víctima cuando el delincuente fue apresado con evidencias que lo ligaban a ella, recayó sobre dos mujeres detectives: Grace Rasmussen (Toni Collette) y Karen Duvall (Merritt Wever). En la química y el contraste entre las dos actrices y los dos personajes, está uno de los factores de éxito de la serie, que comienza con un primer capítulo algo lento, pero a partir del segundo atrapa al espectador.

Como drama basado en un personaje, como policial procedimental, y hasta como análisis de la sociedad, Inconcebible se destaca. Trae a primer plano un tema difícil, poniendo el foco en la víctima y no en el criminal. Pero por encima de todos esos aciertos, es un retrato auténtico, veraz y refrescante, de esos que rara vez nos regala Hollywood, de una mujer de fe: el personaje de Karen, desarrollado a partir de Stacy Galbraith, la detective que investigó los casos en la vida real. Entrevistada por la prensa, Galbraith resaltó su fe cristiana, y cómo influía en su trabajo. Aunque parezca “inconcebible”, la producción de Netflix no dejó de lado esta faceta de quien lo inspiró. Así Karen, de manera consistente y casual, habla de fe con su escéptica y cáustica compañera de trabajo, que a veces se burla de Dios. Pero Karen no es tonta, ni extraña, ni ignorante, ni cerrada, ni ninguno de los otros clichés que suelen atribuirse a un cristiano en las grandes producciones de este tipo, especialmente si son aclamadas por la crítica, como es el caso. Todo lo contrario: es una mujer moderna, realista, inteligente, compasiva, empática, y muy profesional.

Más allá de la recomendación, nunca está de más la advertencia: Inconcebible está destinada al público adulto. Si bien hay que destacar que Netflix esta vez también merece elogios por la discreción y moderación que ha mostrado al acercarse a un tema tan terrible y doloroso, sin sensacionalismo ni escenas gráficas gratuitas, no deja de confrontarnos con la confusión y el horror que aquel conlleva.

Laura Álvarez Goyoaga

1917: Una luminosa reflexión sobre la fortaleza espiritual

En el 2020 se llevó el Oscar a la mejor cinematografía 1917, una película de guerra, singular y única. La dupla clave en ella son el director y co-guionista Sam Mendes, y el cinematógrafo Roger Deakins. Con la apariencia de hacerlo en una sola toma y con una única cámara, nos lleva junto a dos soldados británicos a través de las trincheras alemanas, para entregar un mensaje vital a un batallón distante.

Basada en una historia real que a Sam Mendes le contó su abuelo paterno, tiene por protagonistas a los soldados Blake (Dean-Charles Chapman) y Schofield (George MacKay), acompañados por breves apariciones de estrellas del cine británico como Colin Firth y Benedict Cumberbatch. El mensaje a transmitir al batallón de los Devon es una advertencia para evitar que caigan en una emboscada alemana. Entre los 1600 soldados cuya vida corre riesgo, está la del hermano de Blake. Con esta misión sobre los hombros, los dos muchachos emprenden la dantesca marcha, pautada por encuentros de impresionante tensión e intensidad.

1917 es una masterclass en cinematografía, donde Blake aporta la frescura de su juventud y visión idealista. La estoica postura de MacKay, por su parte, queda plasmada en acciones físicas y miradas casi sin diálogos, que transmiten de manera efectiva su dignidad, su determinación, y lo desesperado de las circunstancias. Pero la clave fundamental es la película como un todo, que lleva al espectador a sumergirse en la historia, mediante una narrativa de inmersión. Hay muchísimo trabajo para alcanzar este resultado: cuatro meses de ensayos previos a la breve filmación de dos meses, maquetas construidas con detalle y precisión para planificar cada toma y sus requerimientos de luces y sombras, orquestación de los pasos de los actores y los movimientos de cámara, adecuación ad hoc de equipos y gadgets. Prueba de que la excelencia siempre es producto del esfuerzo, la constancia y el “trabajo de equipo”, según la expresión tan usada en estos días, que bien podría sustituirse por la de “trabajo en comunidad”.

El impacto de la experiencia de ver 1917 hace que las categorías convencionales se queden cortas. Así, un crítico describió la epopeya de Blake y Schofield, en forma muy acertada, como una combinación de envergadura épica, y poderosa e íntima escala humana. Otro ha dicho que es más un poema épico que una película de guerra. Icónica es la escena que sintetiza estas características, con una fuerte connotación de trascendencia: cuando una voz en el bosque canta una melancólica canción góspel sobre el pasaje por el camino de aflicción hacia una tierra más allá del Jordán.

Resumiendo: 1917 es un excelente drama sobre la Primera Guerra Mundial, que al mismo tiempo que retrata extremos de miseria y desesperación propios del género, es también una luminosa reflexión acerca de la resiliencia y la fortaleza espiritual inherentes a la condición humana. Un trazo inspirador de pura belleza en medio del horror.

Laura Álvarez Goyoaga