Es realmente muy notorio el progreso tecnológico actual. Los avances de la medicina moderna son casi de ciencia ficción, lo que ha reportado logros muy buenos en todo lo que concierne a arribar a un diagnóstico correcto, así como los tratamientos de vanguardia en múltiples afecciones y enfermedades.
Por otro lado también el avance de una mentalidad técnica nos pone de cara frente a temas éticos como el hacer todo lo que es posible sin preguntarnos si es necesario o lícito hacerlo. Como afirma Benedicto XVI “el poder hacer no sirve para nada si no sabemos para qué lo hacemos, si no nos interrogamos acerca de la verdad de las cosas”.
Estos cambios han derivado en una mejora en la expectativa de vida por encima de la octava década, un aumento de las enfermedades crónicas y sus secuelas, la mayoría de las cuales son incurables o irreversibles, y con un envejecimiento poblacional cercano al 15 % en nuestro país.
A pesar de los esfuerzos de la medicina por mejorar la calidad de vida de las personas y alargar en años su existencia, se ha generalizado en los últimos años una cultura que infravalora la vida humana, y promueve leyes en este sentido, aumentando el número de abortos y eutanasia a nivel mundial. Esta cultura, no del cuidado sino del descarte, como ha denunciado el Papa Francisco en varias oportunidades, atenta sobre todo contra los derechos de las personas más vulnerables de la sociedad.
Esto se ha acompañado de un aumento en la violencia a nivel general con un impacto negativo en la salud de las personas.
El derecho a la Salud
Sabemos que la salud es un derecho universal, sin embargo se cumple de manera desigual en los distintos países y regiones del planeta.
La medicina moderna se ha visto fortalecida en muchos aspectos y resentida en otros. Por ejemplo el aumento en la subespecialidad ha dado lugar a que los médicos puedan capacitarse mejor en alguna área particular, dando lugar a verdaderos expertos en la temática. Sin embargo, en ocasiones, esto ha favorecido el “perder de vista” al enfermo, pudiendo generar lo que Balint denominó “la complicidad en el anonimato”, o sea que varios especialistas tratan al enfermo, pero se hace difícil identificar quién es su médico de referencia.
La falta de tiempo y por tanto de un contacto de calidad con el enfermo y su entorno es otro factor que afecta la buena comunicación y la relación médico-paciente-familia.
El hecho de padecer una enfermedad vuelve más frágil a una persona y en esta situación de vulnerabilidad el enfermo tiene derecho a recibir una atención personalizada y humana, comprensiva y cercana.
Para esto es importante la correcta formación de todo el personal de salud, recordando siempre que los pacientes padecen su enfermedad a nivel físico, psicológico, moral y espiritual, requiriendo por tanto un abordaje integral. Lo que debe caracterizar a los cuidadores es la dedicación y el amor con el que servimos a nuestros pacientes.
El hospital: sitio extraño
La hospitalización genera en el paciente una ruptura con su entorno. En general acontece que el enfermo ingresa en un ambiente extraño, que muchas veces puede generarle una dificultad en la adaptación a su nueva condición de enfermedad y que en caso de extenderse en el tiempo o en intensidad, repercute negativamente en la persona y su familia.
Surge nuevamente la importancia de considerar a los enfermos en su totalidad, más allá de su dimensión patológica.
Debemos recordar que el hospital surgió para dar respuesta a tantas personas que sufrían y quedaban excluidas de la sociedad. Son los cristianos, muchos siglos atrás, los primeros que se dedican al cuidado de estos enfermos llevando la caridad y el consuelo que Jesús nos pide. (Mateo 25).
Es muy positivo que la medicina continúe sus avances, sin descuidar por ello lo esencial. Atendemos a seres humanos vulnerables que necesitan también de nuestras cualidades humanas: Calidez, Empatía, Respeto, Cariño, Acompañamiento (CERCA).
Es llamativo como la mayor parte de las demandas de los pacientes a los médicos no se deban a una mala práctica, sino a la falta de comunicación e información adecuadas. Los médicos prestamos a los pacientes una ayuda técnica, donde la confianza juega un importante rol. Es probable que ellos puedan evaluarnos más por todo aquello que si comprenden y forma parte de su realidad cotidiana: el saludo, la cordialidad, la educación, la verdadera preocupación por su situación, la sonrisa. Esto también repercute positivamente en el cumplimiento posterior del paciente a su tratamiento. De hecho muchos pacientes no aceptan la prescripción o el consejo médico cuando no están satisfechos con el trato recibido. La confianza de los pacientes en el profesional y su capacidad técnica está condicionada en gran medida por el apoyo emocional que reciben de él.
La mayor accesibilidad de los pacientes a información, no siempre adecuada a su caso, da lugar a un aumento en las expectativas y probabilidad de litigios, favoreciendo la medicina defensiva de hoy día.
Invertir tiempo en mejorar la relación y la comunicación entre ambas partes genera una acción positiva sobre la salud física y psicológica del paciente, así como la satisfacción personal del médico, que también tiene derecho a encontrar la tarea que realiza grata y edificante para su vida.
A pesar de los muchos avances tecnológicos, es tiempo de seguir valorizando la tarea del médico y su rol de consejero insustituible, por lo que corresponde a nosotros preservar la medicina y reivindicarla como vocación, ya que asumirla de este modo es lo que hará posible la comprensión más completa del ser humano y su defensa a nacer, vivir y morir con dignidad.
Silvana Fiamene