A quienes procuramos defender la ley natural y el derecho natural, en el que se funda la Constitución de la República, suelen tildarnos de “fundamentalistas”. Aunque la intención sea en muchos casos peyorativa, no andan lejos del término que realmente nos define, y que es el de personas que procuran hablar “con fundamento”. No en una ideología, sino en la realidad; y más concretamente, en la ciencia. En una ciencia cuyos datos –por ser empíricos y no ideológicos- se pueden comprobar.
En el año 2010, el cómico y presentador noruego ci El primero de los capítulos de esta serie –cuyo enlace adjuntamos-, se refiere concretamente a “La paradoja de la igualdad de género”. En él entrevista a funcionarios del Estado especializados en “género” –cuyas argumentaciones a favor de esa ideología son tan pobres que dan vergüenza ajena- y a cuatro científicos, cuyos trabajos –serios y bien documentados- presentamos a continuación.
Eia parte en su análisis, de una realidad que rompe los ojos: mientras Noruega ocupa el primer lugar en el mundo en “Igualdad de género”, alrededor del 90% de las enfermeras son mujeres (tarea típicamente femenina) y alrededor del 90% de los ingenieros son hombres (tarea típicamente masculina). Eia, con buen criterio, se pregunta: ¿por qué? Una respuesta posible, es que ello se deba a la influencia cultural y social. Y la otra, es que existan diferencias innatas en los campos de interés y por tanto en el comportamiento de hombres y mujeres.
Quien le aporta al presentador la primera prueba científica de peso en este sentido, es el Dr. Richard Lippa, Profesor de Psicología de la Universidad Estatal de California. Lippa demostró que en los países más desarrollados, las personas, al ser más libres, eligen los empleos que más les gustan. Ello explica la “paradoja Noruega” de los trabajos “varoniles” realizados mayoritariamente por hombres y los trabajos “femeninos” realizados mayoritariamente por mujeres. Mientras tanto, en países donde las personas trabajan en lo que pueden y no en lo que querrían si fueran enteramente libres de elegir, se encuentran más mujeres trabajando en tecnología y otras áreas típicamente masculinas. El estudio del Prof. Lippa abarca más de 200.000 mujeres y hombres en 53 países de Europa, América, África y Asia.
Como Lippa concluyó que sus resultados pueden deberse a diferencias biológicas innatas entre hombres y mujeres, Harald Eia decide entrevistar a un experto en comportamiento y funcionamiento cerebral infantil, el psiquiatra Trond Diseth, Consultor Jefe de la Clínica de Niños del Hospital Universitario de Oslo (Noruega). Este científico comprobó experimentalmente que, al poner niños de nueve meses frente a cuatro juguetes masculinos, cuatro juguetes femeninos y dos neutros, prácticamente todos los varones eligieron juguetes masculinos, y las niñas juguetes femeninos. Dice Diseth que “los niños nacen con una clara disposición biológica de género y comportamiento sexual.”
Las conclusiones de Diseth, llevaron a Eia a contactar y a entrevistar al Dr. Simon Baron-Cohen, miembro de la Academia Británica y profesor del Departamento de Psiquiatría y Psicología Experimental de la Universidad de Cambridge. Este especialista, investigó la reacción de bebés de un día de edad, ante objetos mecánicos, o ante rostros que se colocaron dentro del campo visual de los recién nacidos. Las niñas dirigieron mayoritariamente su mirada hacia los rostros y los niños dirigieron mayoritariamente su mirada a los objetos mecánicos. Este científico sostiene en un artículo titulado “It’s not sexist to accept that biology affects behaviour”[ii] (No es sexista aceptar que la biología afecta el comportamiento) lo siguiente: “No queremos volver a la visión de los años sesenta, de que la conducta humana está determinada únicamente por la cultura. Ahora sabemos que esta opinión estaba profundamente equivocada. Nadie discute que la cultura es importante para explicar las diferencias sexuales, pero no puede ser toda la historia.”
Finalmente, Eia entrevista a la psicóloga evolutiva Anne Campbell de la Universidad de Durham, Inglaterra. Esta científica señala que, “sobre la base de un profundo -e incluso deliberado- malentendido respecto de la teoría evolutiva, hemos sido objeto de la hostilidad feminista de “estudios de género”, que nos ha acusado de querer mantener a las mujeres en su lugar. La teoría evolutiva, argumenta, implica una diferencia “esencial” (léase biológica) entre los sexos. Aunque no pueden negar las diferencias entre los órganos reproductivos, se niegan a aceptar que haya diferencias por encima de la pelvis. Y mantienen esa visión a pesar de que se dan cuenta que la testosterona atraviesa la barrera hematoencefálica, que los fetos femeninos expuestos a sobredosis de esa hormona desarrollan en el útero intereses típicamente masculinos, y que los estudios de neuroimagen confirman la existencia de diferencias funcionales y estructurales en la organización cerebral de hombres y mujeres.”
Queda claro entonces que la biología pesa mucho a la hora de actuar como hombre o como mujer, y que si bien hay influencia de la cultura en los denominados “roles de género”, muy buena parte de los comportamientos masculinos y de los comportamientos femeninos, son innatos.
No parece sano por tanto, promover, aprobar -o abstenerse y dejar que se aprueben-, políticas públicas contrarias a la naturaleza –a la biología-, a la ley natural y al derecho natural. Si para ello hay que enfrentar con decisión y fortaleza a ciertos lobbys que atacan con adjetivos en lugar de argumentos, habrá que hacerlo por el bien del país, con la misma determinación y fortaleza que lo hicieron muchos de nuestros ancestros al enfrentar situaciones parecidas. Porque sigue siendo cierto aquello de que “Dios perdona siempre, el hombre a veces, pero la naturaleza, no perdona nunca.” Y la historia, más tarde o más temprano, siempre se encarga de premiar a los héroes y… de encontrar, juzgar y condenar a los responsables de políticas públicas que no convienen a la naturaleza humana.
Álvaro Fernández Texeira Nunes