Don Jacinto Vera. «El misionero santo» en Buen día Uruguay
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Jacinto en pocas palabras
¿Quién fue Monseñor Jacinto Vera?
Nuestro primer obispo casi no aparece es los libros de historia actuales. Sin embargo, en los documentos reunidos para su causa de canonización, en la visión de quienes lo conocieron y convivieron con él, se revela como un personaje fascinante, un uruguayo típico, un claro ejemplo de la garra charrúa y la viveza criolla bien entendidas. Le decían el Obispo gaucho, el Padre de los Pobres, el Padre de la Iglesia nacional, el Padre del Clero nacional, el Apóstol de la caridad cristiana, el Defensor de la Iglesia, el Obispo Misionero, el Santo.
Pero además de haber sido una personalidad interesante, Jacinto vivió en tiempos interesantes, entre 1813 y 1881, y fue uno de los protagonistas del período histórico durante el cual Uruguay se consolidó como Estado y como Nación. Al punto que no podemos entender el Uruguay de hoy si desconocemos su legado. La invitación es entonces, a conocerlo.

Don Jacinto Vera – El niño “gaucho”
Los padres de Jacinto, Josefa y Gerardo, emigraron a América desde las Islas Canarias. Gente pobre, campesinos, buscaban un futuro mejor para su familia. Cuando embarcaron, doña Josefa estaba embarazada de su cuarto hijo.
Los viajes por mar eran entonces largos y complicados. Venían hasta el Río de la Plata, porque allí tenían familiares afincados. Frente a las costas de Santa Catalina en Brasil, donde hoy es Florianópolis, el 3 de julio de 1813, a bordo del barco nació Jacinto.
Tuvieron que quedarse un tiempo en suelo brasilero, por luchas políticas en su proyectado destino. Al fin pudieron seguir viaje hasta las costas del departamento de Maldonado, en el abra del Mallorquín, donde arrendaron una chacra y se dedicaron a trabajar en familia. En esos años, Jacinto fue creciendo como un niño “gaucho”, según él mismo decía, que se vestía con poncho, chiripá y botas de potro.

Don Jacinto Vera – “A remolque”
Como buena familia española de la época, los Vera eran muy religiosos. Jacinto vivió la fe en la dinámica familiar. Cuando tenía unos trece años, sus padres lo llevaron a Montevideo, al Convento de los Franciscanos, para hacer su primera confesión. De esa experiencia, después le contaría a un amigo que su mamá lo tuvo que entrar al templo “a remolque”, porque tenía un susto bárbaro.
Un poco después tomó su Primera Comunión en la Capilla de Doña Ana, que quedaba en Toledo, a legua y media del campo paterno. El templo, en esa época era el centro social principal, el lugar donde se reunían los habitantes dispersos de un territorio poco poblado. Los bautismos, las primeras comuniones y otras celebraciones terminaban con comidas compartidas, y hasta bailes. A estas reuniones las llamaban “funciones religiosas”. Jacinto, junto a sus padres y hermanos, participaba de estos festejos.
Don Jacinto Vera – Enamorado de su misión
Cuando Jacinto tenía 19 años, en 1832, lo invitaron para una “tanda” de ejercicios espirituales. Su amigo, Cristóbal Bermúdez, que quería ser fraile franciscano pero no tenía recursos para pagarse la formación, cuando en una de las funciones religiosas en la Capilla de Doña Ana, se enteró que Jacinto se había anotado para hacer los ejercicios, le preguntó en broma si estaba pensando meterse a cura. Y Jacinto le respondió en términos que hoy podríamos traducir como: “¿Yo, cura? Ni loco”. Concretamente, le contestó que no podía entender que hubiera hombres dispuestos a dedicarse al sacerdocio.
Sin embargo, la experiencia de los ejercicios espirituales cambió su vida. Allí descubrió la vocación de consagrarse al servicio de Dios. Tuvo que vencer muchísimas dificultades para llegar a ordenarse sacerdote, pero era muy joven, tenía una fe inquebrantable y estaba enamorado de su misión.
Laura Álvarez Goyoaga
“El Venerable Jacinto Vera en medio de la epidemia”
“El Venerable Jacinto Vera en medio de la epidemia” fue el título de la conferencia que ofreció Mons. Dr. Alberto Sanguinetti, obispo emérito de Canelones, el lunes 3 de mayo de 2021, en el año de la celebración de los 140 años del fallecimiento del primer Obispo de Montevideo.
La conferencia fue organizada por el Instituto de Derecho Canónico y de Derecho Religioso «Venerable Jacinto Vera».
Compartimos a continuación el link a la conferencia completa:
Sobre la Eutanasia: un cuento de Horacio Quiroga
La compasión
Cuando Enriqueta se desmayó, mi madre y hermanas se asustaron más de lo preciso. Yo entraba poco después, y al sentir mis pasos en el patio, corrieron demudadas a mí. Costome algo enterarme cumplidamente de lo que había pasado, pues todas hablaban a la vez, iniciando entre exclamaciones bruscas carreras de un lado a otro. Al fin, supe que momentos antes habían sentido un ruido sordo en la sala, mientras el piano cesaba de golpe. Corrieron allá, encontrando a Enriqueta desvanecida sobre la alfombra.
La llevamos a su cama y le desprendimos el corsé, sin que recobrara el conocimiento. Para calmar a mamá tuve que correr yo mismo en busca del médico. Cuando llegamos, Enriqueta acababa de volver en sí y estaba llorando entre dos almohadas.
Como preveía, no era nada serio: un simple desmayo provocado por las digestiones anormales a que la someten los absurdos regímenes que se crea. Diez minutos después no sentía ya nada.
Mientras se preparaba el café, pues por lo menos merecía esto el inútil apuro, quedámonos conversando. Era ésa la quinta o sexta vez que el viejo médico iba a casa. Llamado un día por recomendación de un amigo, quedaron muy contentas de su modo cariñoso con los enfermos. Tenía bondadosa paciencia y creía siempre que debemos ser más justos y humanos, todo esto sin ninguna amargura ni ironías psicológicas, cosa rara. Estaban encantadas de él.
—Tengo un caso parecido a éste —nos decía hablando de Enriqueta—, pero realmente serio. Es un muchacho también muy joven. Parece increíble lo que ha hecho para perder del todo su estómago. Ha leído que el cuerpo humano pierde por día tantos y tantos gramos de nitrógeno, carbono, etc., y él mismo se hace la comida, después de pesar hasta el centigramo la dosis exacta de sustancias albuminoideas y demás que han de compensar aquellas pérdidas. Y se pesa todos los días, absolutamente desnudo. Lo malo es que ese absurdo régimen le ha acarreado una grave dispepsia, y esto es para usted, Enriqueta. Cuantos más desórdenes propios de su inanición siente, menos come. Desde hace dos meses tiene terribles ataques de gastralgia que no sé cómo contener…
—Duele mucho eso, ¿no? —interrumpió Enriqueta, muy preocupada.
—Bastante —inclinó la cabeza repetidas veces, mirándola—. Es uno de los dolores más terribles…
—Como mi hermana Concepción —apoyó mi madre— cuando sufría de cálculos hepáticos. ¡Qué horror! ¡Ni quiero acordarme!
—Y tal vez los de la peritonitis sean peores… o los de la meningitis.
Nos quedamos un rato en silencio, mientras tomábamos el café.
—Yo no sé —reanudó mi madre—, yo no sé, pero me parece que debería hallarse algo para no sufrir esos dolores. ¡Sobre todo cuando la enfermedad es mortal, mi Dios!
—Apresurando la muerte, únicamente —se sonrió el médico.
—¿Y por qué no? —apoyó valientemente Clara, la más exaltada de mis hermanas—, ¡Sería una verdadera obra de caridad!
—¡Ya lo creo! —murmuró lentamente mi madre, llena de penosos recuerdos. Luisa y Enriqueta intervinieron, entusiasmadas de inteligente caridad, y todas estuvieron en armonía.
El médico escuchaba, asintiendo con la cabeza por costumbre.
—Sin embargo no crea, señora —objetó tristemente—. Lo que para ustedes es obra de compasión, para otros es sencillamente un crimen. Debe haber quién sabe qué oscuro fondo de irracionalidad para no ver una cosa tan inteligente —ya no digo justa— como es la de evitar tormentos a las personas queridas. Hace un momento, cuando hablábamos de los dolores, me acordé de algo a ese respecto que me pasó a mí mismo. Después de lo que ustedes han dicho, no tengo inconveniente en contarles el caso: hace de esto bastante tiempo.
»Una mañana fui llamado urgentemente de una casa en que ya había asistido varias veces. Era un matrimonio, en el segundo año de casados. Hallé a la señora acostada, en incesantes vómitos y horrible dolor de cabeza. Volví de tarde y todos los síntomas se habían agravado, sobre todo el dolor, el atroz dolor de cabeza que la tenía en un grito vivo. En dos palabras: estaba delante de una meningitis, con toda seguridad tuberculosa. Ustedes saben que muy poco hay que hacer en tales casos. Todo el tratamiento es calmante. No les deseo que oigan jamás los lamentos de un meningítico: es la cosa más angustiosa con su ritmo constante, siempre a igual tono. Acaban por perder toda expresión humana; parecen gritos monótonos de animal.
»Al día siguiente seguía igual. El pobre marido, muchacho impresionable, estaba desesperado. Tenía crisis de llanto silencioso, echado en un sillón de hamaca en la pieza contigua. No recuerdo haber llegado nunca sin que saliera a recibirme con los ojos enrojecidos y su pañuelo de medio luto hecho un ovillo en la mano.
»Hubo consulta, junta, todo inútil. El tercer día el dolor de cabeza cesó y la enferma cayó en semiestupor. Estaba constantemente vuelta a la pared, las piernas recogidas hasta el pecho y el mentón casi sobre las rodillas. No hacía un movimiento. Respondía brevemente, de mala gana, como deseando que la dejáramos en paz de una vez. Por otro lado, todo esto no falta jamás en un meningítico.
»La noche del cuarto día la enfermedad se precipitó. La fiebre subió con delirio a 40,6 grados, y tras ella la cefalalgia, más terrible que antes, los gritos se hicieron desgarradores. No tuve duda ninguna de que el fin estaba próximo. La crisis de exaltación postrera —cuando las hay— suele durar horas, un día, dos, rara vez más. Mi enferma pasó tres días en esa agonía desesperante, gritando constantemente, sin un solo segundo de tregua, setenta y dos horas así. Y en el silencio de la casa… figúrense el estado del pobre marido. Ni antipirina, ni cloral, nada lo calmaba.
»Por eso, cuando al séptimo día vi que desgraciadamente vivía aún en esa atroz tortura suya y de su marido y de todos, pesé, con las manos sobre la conciencia, antecedentes, síntomas, estado; y después de la más plena convicción de que era un caso absolutamente perdido, reforcé las dosis de cloral, y esa misma tarde murió en paz.
»Y ahora, señora, dígame si todos verían en eso la verdadera compasión de que hablábamos.
Mi madre y hermanas se habían quedado mudas, mirándolo.
—¿Y el marido nunca supo nada? —le preguntó en voz casi baja mi madre.
—¿Para qué? —respondió con tristeza—. No podía tener la seguridad mía de la muerte de su mujer.
—Sí, sin duda… —apoyó fríamente mi familia.
Nadie hablaba ya. El doctor se despidió, recomendando cariñosamente a Enriqueta que cuidara su estómago. Y se fue, sin comprender que de casa nunca más lo volverían a llamar.
Horacio Quiroga
ORACION INTERCESION JACINTO VERA
Dios, Padre nuestro,
que ungiste con el Espíritu Santo a tu Siervo JACINTO,
eligiéndolo como primer Obispo del Uruguay,
para que, como instrumento de Cristo, Buen Pastor,
llevara a todos los rincones de nuestra Patria
el Evangelio de Tu Amor y
los Sacramentos de la Salvación:
Guía a nuestros obispos y sacerdotes.
Envía abundantes y santas vocaciones
sacerdotales y religiosas.
Une a nuestras familias en la verdad
y en el amor.
Otorga a tus fieles santidad de vida y fortaleza
para ser testigos del Evangelio de Cristo.
Haz que vivamos según tus mandamientos,
caminando bajo la luz de la fe, con la
esperanza puesta en Ti, amándote con todo el
corazón y amando al prójimo por amor a Ti.
Glorifica tu Nombre en tu Siervo JACINTO y
concédele ser reconocido entre tus santos,
para alabanza de tu gloria
y edificación de tu Iglesia.
Dame, Señor, por su intercesión, la gracia
que humilde y devotamente te pido
(breve silencio para que cada uno pida la gracia
deseada)
y ayúdame a conformar mi vida
con tu voluntad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén
Jacinto Vera
La historia que todos debemos conocer
Marketing 5.0: camino a la universalidad
El marketing evolucionó ampliando su foco de preocupación e incorporando los nuevos desafíos del entorno cambiante, haciéndose más universal, amplio e inclusivo. La visión del maestro Philip Kotler nos da una excelente guía para analizar esa evolución.
La clasificación parte del Marketing 1.0, enfoque típico de la década del 60 pero aún vigente en algunos mercados no desarrollados, cuando solamente importa la producción y el producto. Luego, con el 2.0, las empresas descubren la necesidad de comprender y atender a los consumidores en sus comportamientos e intereses diversos.
La evolución llevó luego al Marketing 3.0, que marca una nueva ampliación en el foco de los negocios. En una nota al inicio del libro Mercadeo 3.0 A partir de productos a los clientes al Espíritu Humano, de Philip Kotler y Hermawan Kartajaya, se cuenta que el origen de la idea de marketing 3.0 fue conceptualizado por primera vez en Asia en noviembre de 2005 por un grupo de consultores en marketing. En este enfoque central los consumidores son reconocidos seres humanos, con toda su complejidad y singularidad, con valores detrás de sus acciones y comportamientos. Con ello, las marcas deben mostrar sus valores y las causas que defienden y las estrategias de personalización se dirigen específicamente con cada persona. No es casualidad que, en su esfuerzo por entender mejor el mundo de las relaciones de marketing, estos autores se inspiraron en la Biblia, la más universal guía de comportamiento humano, y enunciaron 10 mandamientos para tener éxito en esta era del marketing digital:
- Ama a tus consumidores y respeta a tus competidores.
- Sé sensible al cambio, prepárate para la transformación.
- Ofrece siempre un buen producto a un precio justo.
- Sé accesible siempre y ofrece noticias de calidad.
- Consigue a tus clientes, mantenlos y hazlos crecer.
- No importa la naturaleza de tu negocio, siempre será un negocio de servicio. La marca es sagrada y todos deben saber cuáles son sus valores. La coherencia es fundamental.
- Diferénciate siempre en términos de calidad, coste y tiempo de entrega.
- Archiva información relevante y usa tu sabiduría al tomar una decisión.
- Comunicación. Es importante tener un trato directo con la clientela. Intenta crear un contenido de interés.
- Segmentación del mercado. Busca a quienes más se pueden beneficiar del producto o servicio ofertado.
Muy cercana llegó la nueva fase de la mano de la economía digital: el enfoque volvió a ampliarse hacia el Marketing 4.0, que reconoce y adopta un cambio sin precedentes en la irrupción de la tecnología en la vida de las personas, que abarca todos sus ámbitos y relaciones.
Pero el cambio en la sociedad y en ecología que acompañó al cambio tecnológico fue en muchos sentidos disruptivo y fue necesario ampliar el enfoque hacia el Marketing 5.0. El 5.0 combina la centralidad en la persona del 3.0 con el avance tecnológico del 4.0, añadiendo la preocupación por la inclusión y la sostenibilidad. El llamado de Philip Kotler es muy concreto: dirigir las nuevas tecnologías para el bien de la humanidad.
Con el 5.0 en la era post COVID-19, el marketing puede basarse en datos, ser predictivo, contextual, aumentado y ágil. Con el Big Data las decisiones pueden y deben basarse en datos. Con el Marketing Ágil se pueden instrumentar equipos descentralizados, multidisciplinarios y colaborativos para aumentar la eficiencia y agilidad de las estrategias de marketing. Con Análisis Predictivo se pueden encontrar patrones de comportamiento y tendencias de mercado que permiten predecir los resultados y prepararse mejor para las oportunidades y amenazas. El Marketing Contextual puede utilizar sensores e interfaces digitales para crear experiencias personalizadas al mundo físico. El Marketing Aumentado refiere al uso de tecnologías tales como chatbots y asistentes virtuales, capaces de imitar las interacciones humanas de forma más ágil y segura.
Esta evolución hacia una visión más universal y amplia del marketing es muy saludable y bienvenida, siempre que no pierda de vista la centralidad en la persona humana, su individualidad y complejidad, identificadas por el 3.0. Para cuidar estos avances, es preciso tomar conciencia de que la evolución del marketing desde el 1.0 al 5.0 fue acompañada del crecimiento de nuevas oportunidades y también de nuevas amenazas.
La universalidad es un objetivo caro y complejo, que requiere preparación, cuidado y decisión, para evitar ser objeto de manipulación. Los profesionales de marketing deberán cada día más estar formados en filosofía, ética, virtud, si quieren ser suficientemente universales en lo social, en lo geográfico y también en lo histórico. Quizás ahí esté el desafío del Marketing 6.0 o de alguno de sus sucesivos: la universalidad en el tiempo, con centro en la persona humana y más allá la ecología.
Si las marcas quieren trascender generaciones, deben ser capaces de construir relaciones resistentes a la caducidad de lo políticamente correcto, distinguiendo la virtud que no perece de los valores que un día son abrazados y otros repudiados por el mismo público, evitando los modelos de inclusión que excluyen y agreden a las relaciones del mañana. Bienvenidos los nuevos desafíos de un marketing cada día más universal.
Mag. Pablo Torres
Yo, Tonya: tragedia y resiliencia, en tono de comedia
Yo, Tonya (I, Tonya – 2017) se basa en la vida de Tonya Harding, una redneck de familia disfuncional, que abandonada por un padre con quien tenía una buena relación, quedó a cargo de una madre abusadora. Tonya dejó muy pronto sus estudios y aprendió a patinar sobre el hielo, soportando las severas exigencias de esa mamá antipática que, interpretada por Allison Janney, le mereció a esta un Oscar como mejor actriz de reparto.
Su matrimonio con un joven de Portland solo sirvió para prolongar una vida marcada por el abuso y la violencia. Pero a pesar de todo, y de la discriminación que sufrió en un ambiente deportivo elitista, esta chica triunfó como patinadora artística por los años 90, llegando a ser campeona en su país y a competir a nivel olímpico. Entre sus muchos logros, fue la única patinadora norteamericana que logró hacer una figura acrobática denominada el triple Axel. Sin embargo, su carrera dio un vuelco inesperado y trágico. Cuando apenas tenía 23 años, Tonya quedó implicada en un oscuro incidente: la agresión a una de sus compañeras del equipo olímpico, Nancy Kerrigan.
Craig Gillespie, su director, nos narra esta historia en una delirante mezcla de biopic-falso documental-comedia negra. Está excelente en el protagónico la actriz australiana Margot Robbie, quien le da a su Tonya potencia y emotividad.
Yo, Tonya no es un film sutil. Por momentos, puede llegar a parecer un compendio del sufrimiento que no eleva, que no lleva a crecer, que no redime. Pero está muy bien hecho, y como toda narrativa lograda, permite detonar en el espectador la reflexión sobre muchos temas, como personas y como sociedad.
Sirve para que cuestionemos la diferencia entre verdad y perspectiva: ¿Cuánto de verdad sabemos acerca de una situación a través de la prensa? ¿Eso nos alcanza para juzgar a alguien? ¿Cuánto nos esforzamos por informarnos adecuadamente? ¿Qué tan rápido aceptamos como verdad lo que en realidad son preconceptos? Y a la inversa: ¿qué tan rápido nos dejamos convencer por una película, y la tomamos como la verdad?
También nos permite reflexionar sobre los dones y los talentos, y cómo muchas veces, estos pueden convertirse en una condena para aquel que los recibió. Sobre cómo es fundamental la educación y un camino de virtud a la hora de hacerlos florecer.
No es un tema menor el detenernos a analizar cuánto determina el futuro de una persona el contexto en el cual fue formada, más allá del libre albedrío. Frente a la historia de Tonya, es imposible no plantearse cómo la vida de esta chica pudo haber sido totalmente distinta si hubiera nacido en otra familia, en otro lugar, o en otro momento histórico.
Y sin dudas nos invita a ponderar la importancia de cultivar la resiliencia: la sonrisa de Tonya en las competencias es como una máscara superficial que esconde su angustia profunda. Pero su voluntad nunca se dobla, porque Tonya es una luchadora, una superviviente.
Un combo que, en su conjunto, hace de Yo, Tonya una película fascinante.
Laura Álvarez Goyoaga
CRIMEN Y CASTIGO de Fiódor Dostoyevski
Pecado, culpa y redención
Fiódor Dostoyevski, nacido el 30 de octubre de 1821 en Moscú, es uno de los escritores rusos más leídos de la historia. Sus obras realistas se caracterizan por una aguda visión de la naturaleza humana, con profundos análisis de la psicología y las emociones de los personajes. Crimen y castigo, escrita en 1866 es una de sus novelas más conocidas. Adaptada en numerosas versiones para cine y televisión, ha permeado nuestra cultura en diferentes niveles de intertextualidades.
En vida, Dostoievski pasó por etapas complicadas, en lo económico y en lo personal. Fue el segundo de los siete hijos de un médico del Hospital para pobres. Creció en el mismo edificio del manicomio, con vista a un cementerio, y a un patíbulo. Tragedias familiares y problemas de salud mediante, decidió dedicarse a la literatura. En 1849, arrestado por las fuerzas zaristas, fue condenado a muerte. Cuando ya había sido trasladado al sitio donde sería fusilado, a último momento, se le conmutó la pena capital por cuatro años de trabajos forzados en Siberia. Durante este período, marcado por frecuentes ataques de epilepsia, leyó la Biblia en prisión y vivió un profundo proceso de conversión.
Un gigante de la literatura universal, fue además un cristiano de profunda fe. Sus pasionales historias, hondamente filosóficas y espiritualmente removedoras, se centran en la exploración de las conflictivas vidas de sus personajes, de la necesidad de una fuerza moral en el universo, de la lucha entre el bien y el mal, del valor supremo de la libertad y del individuo. En esta línea, Crimen y castigo es un estudio de la psicología del pecado, la culpa y la redención, que se queda con el lector mucho después de terminar la última página.
La trama de Crimen y castigo es bastante conocida: Raskolnikov, un joven intelectual ruso deslumbrado por las ideas de la Ilustración, se ha visto forzado a abandonar sus estudios universitarios por la pobreza que asola a su familia. Conforme a su postura filosófica, adhiere a la teoría de que él es un ser superior, con el poder de tomar decisiones de vida o muerte en nombre de la humanidad. Así, para solucionar sus problemas, resuelve asesinar y robar a una vieja prestamista, malvada y codiciosa, a la que considera un parásito cuya vida miserable conviene extinguir. En su ilustrada y lógica opinión que ningún marco moral puede restringir, el mundo estará mejor sin ella. El fin justifica los medios, por lo tanto, armado con un hacha Raskolnikov perpetra el brutal crimen, asesinando también a la hermana inocente de la prestamista, quien tiene la desgracia de sorprenderlo en acción.
El retrato que Dostoievski hace de su protagonista es complejo y minucioso. Atormentado por la culpa y el aislamiento, Raskolnikov terminará por confesar y por redimirse espiritualmente, no sin que medie para esta conversión un torturado proceso interior que lo conducirá a prisión y a la gracia de Dios, por el camino de la humildad. El lector no es testigo de este arrepentimiento; el autor solo revela cómo el amor de Sonya, una muchacha pobre que ha debido prostituirse para salvar a su familia, pero ha elegido dejarse amar por Cristo y amar a los demás por amor a Él, le abre el camino de la salvación. Así, “Juntos fueron resucitados por amor”.
Dostoievsky, el autor, vio la verdad del hombre a la luz de la verdad de Cristo. Comprendió que la alegría y la esperanza están al alcance hasta de los más pobres y desesperados, porque el valor y el sentido de la vida solo se encuentran a través del encuentro con Dios. Y así lo plasmó en su obra.
Crimen y castigo fue escrito en un marco histórico específico, el de la Rusia zarista del siglo XIX. Uno muy diferente a este por el cual transitamos los cristianos de hoy. Sin embargo, la historia no ha perdido vigencia. Hoy, como entonces, la fe es el camino para la salvación, y solo somos auténticamente libres cuando descansamos en la voluntad de Dios. Cuando nos tomamos a Dios enserio. Cuando aceptamos que el mal, las fuerzas oscuras de la irracionalidad, la crueldad, la violencia, la furia, existen y actúan. Cuando abrazamos la aventura de seguir a Jesús. Cuando dejamos que nuestras dudas fortalezcan nuestra fe. Cuando aceptamos que solo el amor es el camino.
¿Qué tan lejano a nuestra experiencia cotidiana se encuentra el mundo de Raskolnikov y Sonya? En el momento actual, cada vez más y más personas parecen creer que tienen el derecho a vivir por encima de las leyes morales o civiles, cuanto más por encima de los principios básicos de la moral cristiana. Asesinatos, abortos, suicidios, robos, actos terroristas, eutanasia, el relativismo, el materialismo… sobran los ejemplos para ilustrar estos extremos. El sentimiento subjetivo, apoyado en la falta de compromiso y de responsabilidad parece permear la conducta de grandes mayorías.
Frente a esta realidad, es válido mirar nuestra época desde el paradigma de Dostoievski en el camino de Raskolnikov, el agobiado protagonista de Crimen y castigo. Cada uno de nosotros tenemos algo de Raskolnikov, compartimos su naturaleza. Esa, en esencia, es la clave para comprender la compleja espiritualidad detrás de la prosa. Es lo que hace que esta novela sea tal vez más relevante hoy que en la época de su primera publicación.
Crimen y castigo nos recuerda que desesperar no es de cristianos. Que en lugar de dejarnos ganar por el desaliento, debemos amar a Dios, amar su ley, y vivirla en el amor. Esperar, observar en el amor hacia el prójimo, del mismo modo que Dios espera y nos mira con amor. Esperar con el arrepentimiento y la paciencia de Sonya, testigo del milagro de la redención de Raskolnikov. En la novela, el espejo bíblico de este milagro se encuentra en la historia de la resurrección de Lázaro: así como Lázaro murió y fue devuelto a la vida por Jesús, en Crimen y castigo la muerte espiritual del asesino arrepentido no es permanente ni irreversible. También él puede volver a la vida; reconciliarse con Dios y con los hombres. La gracia de Dios es el tema central de la trama que envuelve a estos personajes. La novela se cierra con un mensaje de esperanza: a través de la humildad y el amor, hasta el hombre más vil puede alcanzar la misericordia.
En su nivel básico, Crimen y castigo se nos presenta como un estudio de contrastes: amor y odio, bien y mal, juventud y vejez. Pero la contraposición más importante es la que subraya entre la opresión del pecado frente a la inconmensurable libertad de la gracia de Dios. Este atormentado estudiante, que percibe como su mayor debilidad la incapacidad de librarse de la culpa frente a lo que intelectualmente concibió como un acto de justicia social y humana, en el marco de esta convicción, aún en libertad estará condenado a la cárcel de su ceguera. Y recién cuando esté físicamente preso, conocerá la auténtica libertad. A pesar de sus pecados pasados, en el amor de Dios, será un hombre nuevo. No existe un abismo tan profundo que pueda superar la grandeza de la gracia. Este es el glorioso mensaje cristiano que Dostoievski con tanta maestría y experticia nos deja en su libro.
“Vivir sin esperanza es dejar de vivir” escribió Dostoievski. El 9 de febrero de 1881 falleció en San Petersburgo. En su lápida puede leerse el siguiente versículo de San Juan: «En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere produce mucho fruto».
Laura Álvarez Goyoaga
e-book para jóvenes: belleza y singularidad de cada vida
Manual de Bioética para Jóvenes: respuestas sencillas basadas en información técnica precisa y rigurosa, que la fe cristiana llena de sentido.
El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida publicó el Manual de Bioética para Jóvenes, creado por la División de Servicios Web del Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede junto a la Fundación Jérôme Lejeune.
“Con el Manual de Bioética queremos ofrecer a los jóvenes de todo el mundo una herramienta práctica y actualizada para responder a algunas de las preguntas que se anidan en sus mentes ante los grandes retos que plantean los avances científicos y tecnológicos. Respuestas claras, sencillas y completas que pueden ayudar a los jóvenes a comprender la verdad sobre la belleza y la singularidad de cada vida humana”, declara el cardenal Kevin Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.
Según el Presidente de la Fundación Jérôme Lejeune Jean Marie Le Méné: “el Manual de Bioética para Jóvenes presenta de forma objetiva las grandes cuestiones de la bioética, que todos se plantean. Teniendo como base la ciencia y la razón, pero en el horizonte último de la teología y del Magisterio de la Iglesia, Keys to Bioethics permite al lector comprender de forma sencilla, gracias a una información precisa y rigurosa, que la vida humana es bella y que es necesario tener una mirada de asombro hacia ella, para eliminar los obstáculos que enturbian nuestra comprensión de la misma. Si estas páginas consiguen aumentar nuestro conocimiento sobre la vida y hacernos comprender que todos tenemos una misión como custodios de cada vida humana, entonces habrán conseguido su objetivo”.
La publicación está disponible en forma gratuita en formato e-book en 4 idiomas (italiano, inglés, español y portugués) en formato e-book.
El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida fue instituido por el Santo Padre Francisco, el 15 de agosto de 2016, asumiendo las competencias y funciones que pertenecían al Consejo Pontificio para los Laicos y al Consejo Pontificio para la Familia. Cuenta con un equipo propio de miembros y consultores, incluyendo laicos – hombres y mujeres, solteros y casados– que trabajan en diversos campos de actividades y proceden de diferentes partes del mundo. Es competente en aquellas materias que conciernen a la Sede Apostólica en cuanto a la promoción de la vida y el apostolado de los fieles laicos, la atención pastoral de los jóvenes, de la familia y su misión, según el designio de Dios, y la protección y el apoyo de la vida humana. En relación a estos temas, el Dicasterio promueve y organiza congresos internacionales y otras iniciativas que tomen en cuenta tanto el ámbito eclesial como aquél más amplio de la sociedad.
http://www.laityfamilylife.va/content/laityfamilylife/es/il-dicastero/il-prefetto.html
Cardenal Sturla: La Alegría de la Salvación
La Carta Pastoral del Arzobispo de Montevideo, Cardenal Daniel Sturla, “Devuélveme la Alegría de la Salvación”, está recorriendo caminos seguramente impensados por su autor.
La histórica parroquia de San Patricio en Miami Beach, Estados Unidos, la ha compartido en su página de inicio junto a unos pocos documentos relevantes y actuales sobre la vida de la Iglesia Católica en los Estados Unidos y del mundo.
Compartimos el link e invitamos a los lectores a leer o volver a leer esta invitación a la fe que está siendo descubierta en distintas partes del mundo.
“SUPONGAMOS QUE…”
CS Lewis y las Crónicas de Narnia
Mucho se ha teorizado acerca del supuesto significado verdadero de la simbología en las Crónicas de Narnia, la clásica saga para niños escrita por C.S. Lewis. En el año 1954, el propio Lewis escribió una carta a los alumnos de quinto grado de una escuela de Maryland, donde les explicó su proceso creativo en función del punto de partida “supongamos que”. “No me dije a mí mismo ‘Representemos a Jesús como Él realmente es en nuestro mundo, como un león en Narnia’, sino que me dije ‘Supongamos que existe una tierra como Narnia, y que el Hijo de Dios, como se hizo hombre en nuestro mundo, se hizo un león allí, y después imaginemos lo que puede pasar’”.
Clive Staples Lewis (1898-1963), fue uno de los más importantes autores cristianos del siglo XX. Profesor de literatura en Cambridge y Oxford, escribió crítica literaria, apologética, filosofía, teología, ciencia ficción y fantasía. Su conversión del ateísmo a la fe lo movió a una impresionante tarea evangelizadora a través de la producción cultural. Son famosos varios de sus libros, como Cartas del Diablo a su sobrino, Mero Cristianismo, y El gran divorcio, entre otros. Pero sin dudas el público del siglo XXI lo conoce más por la excelente adaptación cinematográfica de sus Crónicas de Narnia.
En Oxford, donde fue primero estudiante y luego profesor, conoció a otro gran intelectual de la época: J.R.R. Tolkien, quien fue determinante en su proceso espiritual. Tolkien y Lewis fueron grandes amigos. Los dos académicos solían argumentar sobre varios temas, particularmente sobre religión. Fue Tolkien quien convirtió a Lewis al cristianismo, a lo largo de una caminata por los jardines de Oxford, que duró toda la noche y culminó en el amanecer y la revelación.
Ambientadas en la Inglaterra de la Segunda Guerra Mundial, las Crónicas de Narnia cuentan la historia de cuatro niños (los hermanos Pevensie: Lucy, Edmund, Peter y Susan), evacuados de los bombardeos en Londres a la casona rural de un excéntrico profesor. Mientras juegan a las escondidas, Lucy descubre que a través de un viejo armario se llega al mundo mágico de Narnia, una tierra muy parecida a nuestro mundo, donde conviven con los humanos criaturas fantásticas relacionadas con la mitología clásica, envueltas en la eterna lucha entre el bien y el mal. Su gesta los llevará a luchar junto al rey león Aslan, contra la Bruja Blanca, para revertir el malvado hechizo que asola a Narnia con un invierno eterno.
Dirigida al público infantil, Narnia, una saga fantástica muy diferente de El Señor de los Anillos, es una exquisita mezcla de magia y mito con subtexto espiritual. Podemos decir que, como la obra cumbre de Tolkien, es un trabajo “fundamentalmente religioso”. Pero mientras que el autor de El Señor de los Anillos invita al lector a descubrir las raíces cristianas dentro de la historia, Lewis las deja claras sobre la superficie, de una manera inconfundible e inevitable.
En estudios literarios, una alegoría es una sucesión de metáforas, una historia donde cada elemento presente simboliza otra cosa, con el fin de dar a entender una cosa expresando otra diferente. Tanto Tolkien como Lewis eran lectores de las alegorías clásicas. El primero manifestó expresamente que no lo convencía, para narrar sus historias, ese recurso. En cuanto a Lewis, se ha señalado por buena parte de la crítica, en las historias del complejo e intrincado universo de Narnia por él creado, un contenido alegórico profundo, aunque cueste encasillarlas cien por ciento en tal formato.
La presencia de símbolos y temas cristianos a través de las Crónicas es notoria. Por ejemplo, los varones aparecen designados como “hijos de Adán” y las niñas como “hijas de Eva”. Edmund refleja la imagen del hombre caído, la debilidad frente a la tentación y el pecado. Aslan, el león, es una representación de Jesús, que da su vida para salvar al traidor, y luego resucita glorificado. Susan y Lucy representan a las mujeres que acompañaron a Jesús en su agonía y se encargaron de su cuerpo tras la muerte. Y podríamos seguir con paralelismos.
Si el objetivo es aquilatar el verdadero impacto de estas historias escritas por Lewis, éste bien puede resumirse en un efecto iluminador. Por encima del racionalismo y materialismo propios de su época, que también informa la nuestra, las historias de Narnia van desmitificando uno tras otro los tabúes contemporáneos, imbuidos de corrección política.
En Narnia existe la pura bondad, una cualidad como mínimo sospechosa para nuestra cultura del escepticismo, con todos los atributos asociados a ella, hoy desvalorizadas: la nobleza, el valor, la cortesía, la pureza, la alegría, el aprecio por lo bueno, la perfección. El mal, por su parte, ha perdido la capacidad de regocijarse o creer en cualquiera de las cualidades anteriores, y el infierno aparece como el lugar donde todo es grotesco, cruel, violento, odioso. A través de sus historias, Lewis nos despierta a estos dos conceptos, el bien y el mal absolutos, dos enormes categorías que también hoy corren el serio riesgo de desdibujarse en un mar de relativismo.
Luego tenemos las encarnaciones del mal. Lo encontramos en el malhumor, el egocentrismo y la malicia de Edmund, y en la forma como él sucumbe a la tentación. También en la Bruja Blanca, símbolo de los ángeles caídos o del mismo Satán, que seduce a Edmund con una mera parodia de amabilidad, porque nada en el mal es auténtico. En Narnia, como en nuestro mundo, el mal es deshumanizante, y no aparece de manera súbita en el curso natural de las cosas. Un mal menor lleva gradualmente a otro mayor. En sintonía con esto, si algo queda claro en la narrativa de Lewis, es que somos capaces de aplaudir la traición, el cinismo, la cobardía, la pusilanimidad, el egoísmo… pero no podemos convertirlas en algo atractivo.
Finalmente, no podía faltar en una buena historia cristiana, la idea de redención. El ejemplo más emblemático de ella es la salvación de Edmund, que rescatado del mal se convierte en una buena persona. En la última entrega de la saga, cuando un personaje le pregunta a Edmund si conoce a Aslan, la respuesta del muchacho tiene un indudable contenido teológico: “Bueno… él me conoce a mí”.
Lo cierto es que las Crónicas de Narnia se han consolidado como obras literarias perdurables, fascinantes para ateos y creyentes, para académicos y no académicos, para niños y adultos. Ello tiene que ver con su contenido removedor: cuentan una historia que nos permite descubrir verdades profundas sobre nosotros mismos. Nos ayudan a comprender que la búsqueda de la virtud implica derrotar el poder del pecado, y abrazar el poder del bien. Y que para ambas cosas, necesitamos la gracia de Dios.
El simbolismo religioso de Lewis nos reafirma que nuestras intuiciones más profundas siempre nos llevan a la verdad; que hay una fuerza maravillosa en el corazón del universo, y que estamos llamados a encontrarla, abrazarla y adorarla.
En la frontera de Narnia, Aslan le dice a Lucy y a Edmund que él existe también en su mundo, donde tiene otro nombre: “Esa es la razón por la cual ustedes fueron conducidos hasta Narnia, para que habiéndome conocido aquí por un breve lapso, sean capaces de conocerme mejor allí”. Visto con esta simplicidad, mayores explicaciones o análisis parecen irrelevantes.
Laura Álvarez Goyoaga